martes, 19 de mayo de 2015

MIRADAS (21)




(21ª entrega)

Justo en ese momento volvieron a llamar a la puerta. Regresé al pasillo murmurando a media voz, porque si incluso los ruidos que hacía yo estando a solas, eran sospechosos para la vecina, tendría que hablar seriamente con ella. Como mi mano temblorosa no encontró la contrapieza del gancho de seguridad,  abrí finalmente la puerta sin que estuviera asegurada, y dije:
- ¿Sí?

No olía a bebé.
- ¿Es mal momento? – preguntó el fumador, porque así lo había bautizado para mí, en una mezcla de añoranza y enfado por su ausencia.
- ¡Vaya! ¿Te ibas a cortar las uñas? – La ironía de su voz era suave, casi imperceptible: - ¿Te ayudo o te las arreglas tú sola?
Me quitó las tijeras de la mano, y escuché como las puso en la repisa del espejo. Luego cerró la puerta de entrada, y me abrazó. Me quedaba quieta, sin el más mínimo movimiento; de hecho, mientras podía ni respiraba siquiera. Finalmente tuve que coger aire, y sentí que se reía un poco:
- Me has quitado un peso de encima. Ya me estaba preocupando.
A pesar de su comentario relajado, seguía abrazándome. Un ruido en la escalera hizo que me sobresaltara, pero no fue Manu. Los pasos continuaban y se perdían hacia el final del pasillo.
- Ya sé que tu hijo vuelve enseguida. También tengo que irme. Acabo de llegar y sólo quise verte. – En su voz me parecía notar algo de contrariedad, o quizás fuera imaginación mía.
Me soltó y se apartó un poco de mí. Sin pensar hice el mismo movimiento, buscando de nuevo su proximidad. Durante un instante volvió a abrazarme con mucha fuerza, luego me dio un suave empujón, y abrió la puerta.
- Hasta mañana.

La puerta se cerró, y me quedé de pie en el pasillo como si hubiera echado raíces, concentrada con todos mis sentidos en lo que pasaba en el rellano afuera. El ascensor se acercó y paró en nuestra planta. Alguien bajó rápidamente por la escalera. La puerta del ascensor chirrió, y los pasos ligeros y un poco irregulares de Manu se acercaron a nuestra puerta.
Justo antes de que pudiera meter la llave en la cerradura, abrí.
- ¡Vaya, Mam! Esto es lo que se llama buen servicio.
Generosamente me dio su chaqueta y un beso en la mejilla preguntando:
- ¿Has vuelto a fumar?
- Vaya, - dije porque no quería contestar, y me di media vuelta para colgar su chaqueta en el armario: - ¿Habéis podido terminar el trabajo?
- Sí, - Manu estaba de muy buen humor: - Nos ha ayudado su hermana, la que está estudiando derecho. Es simpatiquísima. – Y se metió en su cuarto.
Busqué y encontré las tijeritas, y las llevé a su sitio en la repisa del lavabo. Más tarde cuando me quería lavar las manos, no presté atención a la posición del grifo;  el agua salió casi hirviendo y por poco me quemé.
Esta vez el dolor fue suficiente, y pude ver mi cara en el espejo. Tenía la piel más lisa, y las mejillas menos redondas de lo que yo recordaba. ¿Qué me había dicho Teresa cuando se despidió tan rápidamente por las prisas de su jefe? ‘Tienes un aspecto formidable y te sonríes con mucho más facilidad que antes.’ Lo cual no coincidía para nada con los comentarios de Pedro, pero de cualquier manera me sentí tan aliviada de haberme visto al menos durante un instante, que me fui directamente a dormir y no me desperté en toda la noche.

Desayuné con una llamada del jefe de Teresa, que había recibido una copia de una carta del abogado de Pedro dirigida a mí, y tuvo el detalle de llamarme para leérmela rápidamente. Como no pregunté nada, a lo mejor supuso que no me había enterado, y me volvió a resumir la carta diciendo que no me preocupase, que todo seguía su trámite. Me lanzó unos números de artículos y cláusulas, y se despidió tan veloz como cortésmente.


Ni cortés ni veloz fue la visita de Pedro quien se presentó media hora más tarde, hostil hasta las puntas de su pelo, y con la voz desfigurada por un resfriado.
- ¿Has cogido frío? – pregunté sin auténtico interés, y me arrepentí nada más decirlo.
- A ti ¡qué te importa! Si nunca te has interesado por mis problemas...
No me daba tiempo a protestar, ni sabía si merecía la pena desmentir mi desinterés, porque ya me estaba endosando el historial completo de su enfermedad.
- Sí, he cogido un fuerte resfriado que no se limita a las vías respiratorias superiores. He ido al médico nada más levantarme, y me ha dicho que si no me cuido, puede acabar en bronquitis. Me ha recetado un montón de medicamentos.
Suspiré, pero no dije nada.
- Quisiera hablar contigo sobre todo este asunto, - continuó estornudando y tosiendo: - Ven al cuarto de estar.
Le seguía a desgana pero el hábito de hacer lo que me decía todavía estaba muy arraigado. ‘Hábito’, pensé, si ya no ‘co-habitamos’, ¿para qué mantener hábitos? Y ¿qué cuarto de ‘estar’, si él ya no ‘está’ nunca? Mis lucubraciones finalizaron de golpe, cuando me tocó el hombro.
- ¿Qué te parece?

Tenía la elección entre dos contestaciones: ‘No estoy de acuerdo’ porque suponía que se trataba de una nueva entrega de su temario de siempre, y ‘¿Que me parece el qué?’ que sería un claro indicio de que no había escuchado ni una palabra de lo que decía. Ambas respuestas le harían enfadarse, de modo que pedí mentalmente apoyo moral al Capitán Picard de ‘Star Trek’ (“Si han de condenarnos, que nos condenen por lo que realmente somos”), y dije con claridad y buena pronunciación:
- ¿Que me parece el qué?
- ¿No te has enterado de nada? – Su voz aumentó de volumen, pero el catarro o la incipiente bronquitis se encargaron de volver a bajarlo.
 - Esta misma tarde traeré mis cosas, y volveré a instalarme aquí, porque al fin y al cabo este piso también es mío.


(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 24)

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