domingo, 17 de mayo de 2015

MIRADAS (20)


(20ª entrega)


La mañana siguiente, el abogado se presentó a la hora prevista, y Teresa vino acompañándole. Me dio un abrazo y dos besos muy sonoros en las mejillas, y luego se encargaba de borrar las marcas de su lápiz de labios hablando sin parar, hasta que Don Pablo, con una voz que me parecía transmitir un considerable grado de confianza con su secretaria, dijo:
- Tere, ¡por favor!

Igual que por teléfono, también en esta entrevista personal, el ritmo de Don Pablo era vertiginoso. Contestando a sus preguntas, le conté con la máxima objetividad de la que era capaz cuál era la situación, y también mencioné el incidente de la pasada madrugada. Finalmente dijo:
- No creo que habrá ningún problema.... un divorcio con previa separación... indemnización y pagos mensuales.....al no tener Usted ingresos regulares....el hijo...la vivienda....el coche.....
En algún punto de su explicación perdí un poco el hilo, y casi me sorprendí cuando oí que se levantaba.

- Escribiré en su nombre a su marido, y ya veremos cómo reacciona. Intente evitar que él pase mucho tiempo en esta casa, para que no haya indicios de convivencia.
Se despidió y se fue, lo mismo que Teresa que me abrazó de nuevo y me dijo al oído:
- Llámame si necesitas algo.

Me quedé sentada en la mesa del salón, algo impresionada por la evolución de mi iniciativa que al principio no había sido más que una vaga idea, y que la intervención del abogado había convertido en un hecho casi consumado. Después de pensarlo detenidamente, sin embargo empecé a sentirme bien: por fin había puesto algo en marcha. 


El desagradable incidente nocturno, en el cual no quería ni pensar, provocó varios cambios: Pedro se quedó a vivir en la séptima planta, y ya no pasaba por casa ni por las mañanas. Llamaba por teléfono cuando podía suponer que su hijo estaría en casa, y Manu bajaba para recoger lo que su padre había comprado. Pero después de unos días, me fastidiaba que Manu citase constantemente a Ana, que siempre parecía hacer comentarios graciosos y que adoraba la misma música que él. Entonces encargué por teléfono al supermercado de siempre una compra para todo el mes, y me puse de acuerdo con Manu para que comprase lo diario. Le pareció bien, probablemente porque había temido que le pediría que no bajase más a la nueva casa de su padre, lo cual por supuesto no pensaba hacer.  A pesar de ello, su contacto con Ana se fue haciendo menos frecuente, y con ello, los comentarios sobre ella. Todo parecía encontrar un nuevo ritmo bastante aceptable para todos, pero – como tantas veces – no fue más que en apariencia.


Estaba sola en casa, cuando llamaron a la puerta. Por la hora que era, supuse que sería Manu que tenía que volver del instituto, y a lo mejor no encontraba su llave, de modo que abrí la puerta sin más. Olía a colonia de bebé, y de hecho pude oír los ruiditos que el bebé hacía con su chupete, así que no había duda: era la vecina del piso de al lado.
- ¿Sí? – dije sorprendida.

Cuando contestó parecía bastante tímida, pero a medida que se explicaba ganaba en seguridad:
- Quería decirle que no le quise causar problemas la otra noche. Llamé a la policía porque se oía que la discusión iba a más, y como sé que Usted no ve nada desde hace algún tiempo, temí que le podría pasar algo. Se oyen tantas cosas últimamente...... – Se callaba un instante y se acercó algo más. El bebé seguía chupeteando y oliendo a ‘Nenuco’.
- ¿Tuvo algún problema con la policía? Es que luego pensé que a lo mejor me había pasado...
Me encogí de hombros.
- No fue agradable tenerlos delante de la puerta, pero si alguien debe disculparse, entonces somos nosotros porque ¡menudo espectáculo!
Como ella seguía callada, añadí:
- Me parece muy valiente de su parte haber llamado la policía, e incluso venir a decírmelo.

Se escuchaba como paraba el ascensor y se abría la puerta. Manu dijo: - ¡Hola! – y entró en casa.

- Tendrá que preparar la comida. – dijo la vecina como si estuviera aliviada: - Hasta otro día, y no me lo tenga a mal.
- Claro que no. Hasta luego.
El bebé chupeteó más fuerte, y escuché como los pasos de la vecina se alejaban por el pasillo.

Cuando me di la vuelta, choqué con Manu que estaba justo detrás de mí.
- ¿Fue ella quien llamó a la policía? – preguntó sorprendido.
No esperaba nada bueno al contestarle que sí.

Explotó exactamente igual que Pedro lo hubiera hecho, insultando a la vecina, la comunidad, vecinos en general y vecinas en especial, y describiéndome con detalle las acciones de venganza que pensaba llevar a cabo delante de su puerta. Le metí para dentro y cerré la puerta.
- No te portes como un crío, - me senté en una silla de la cocina: - Temía que algo grave pudiera pasar. Además me parece muy valiente de su parte venir y contármelo.
- Pasar, ¿qué iba a pasar? Hablas como si Papá fuera un tipo violento.... y si tanto valor tiene la vecinita, también podría haber llamado a la puerta para preguntar qué pasaba.

Manu se daba cuenta de la falta de lógica de su argumentación, y se quedó callado durante un rato. Yo tampoco dije nada, porque no había esperado otra cosa de él. Aunque Manu entonces ya había empezado a enfrentarse a su padre, todavía estaba dispuesto a defenderle ciegamente si yo le atacaba.
En ese ambiente de tensión comimos, y luego Manu volvió a ponerse la chaqueta diciendo que iba a casa del Largo con el que tenía que hacer un trabajo para el instituto.
- No vengas muy tarde, - pensaba decirle pero ya se había marchado.

Poco a poco guardé los platos y cubiertos en el lavavajillas, y luego me fui al espejo de la entrada. Quería saber qué aspecto tenía porque me parecía que me estaba alejando de mi misma día tras día. Si bien me había acostumbrado con sorprendente facilidad a no ver a los demás ni a lo que me rodeaba, tenía últimamente la impresión mucho más extraña todavía de ‘perderme de vista a mi misma’. Di una patada al armario del rincón, pero no conseguí hacerme suficiente daño. El segundo intento tampoco me salió mejor, y me estaba poniendo realmente nerviosa. ¿Qué ocurriría si no lograba verme ni durante la fracción de un segundo? Quise morder mi propio dedo, pero no pude.

- Eres una cobarde asquerosa, - me dije a mi misma: - pero ¡si siempre ha funcionado así!

Pero cuando hice memoria, tuve que admitir que llevaba días o quizás incluso más tiempo sin intentar ver por medio de un golpe. Descompuesta dejé el espejo para ir al baño, pero sin darme cuenta choqué con el hombro contra el marco de la puerta: Nada, a pesar del dolor agudo que me recorría todo el brazo y me subía por la nuca. Tan rápidamente como pude, entré a tientas al baño, y busqué las tijeras de uñas en la repisa de cristal encima del lavabo. ¡De algún modo iba a conseguir que mi cuerpo reaccionase!

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