
(20ª entrega)
La
mañana siguiente, el abogado se presentó a la hora prevista, y Teresa vino
acompañándole. Me dio un abrazo y dos besos muy sonoros en las mejillas, y
luego se encargaba de borrar las marcas de su lápiz de labios hablando sin
parar, hasta que Don Pablo, con una voz que me parecía transmitir un
considerable grado de confianza con su secretaria, dijo:
-
Tere, ¡por favor!
Igual
que por teléfono, también en esta entrevista personal, el ritmo de Don Pablo
era vertiginoso. Contestando a sus preguntas, le conté con la máxima
objetividad de la que era capaz cuál era la situación, y también mencioné el
incidente de la pasada madrugada. Finalmente dijo:
-
No creo que habrá ningún problema.... un divorcio con previa separación...
indemnización y pagos mensuales.....al no tener Usted ingresos regulares....el
hijo...la vivienda....el coche.....
En
algún punto de su explicación perdí un poco el hilo, y casi me sorprendí cuando
oí que se levantaba.
-
Escribiré en su nombre a su marido, y ya veremos cómo reacciona. Intente evitar
que él pase mucho tiempo en esta casa, para que no haya indicios de
convivencia.
Se
despidió y se fue, lo mismo que Teresa que me abrazó de nuevo y me dijo al
oído:
-
Llámame si necesitas algo.
Me
quedé sentada en la mesa del salón, algo impresionada por la evolución de mi
iniciativa que al principio no había sido más que una vaga idea, y que la
intervención del abogado había convertido en un hecho casi consumado. Después
de pensarlo detenidamente, sin embargo empecé a sentirme bien: por fin había
puesto algo en marcha.
El
desagradable incidente nocturno, en el cual no quería ni pensar, provocó varios
cambios: Pedro se quedó a vivir en la séptima planta, y ya no pasaba por casa
ni por las mañanas. Llamaba por teléfono cuando podía suponer que su hijo
estaría en casa, y Manu bajaba para recoger lo que su padre había comprado.
Pero después de unos días, me fastidiaba que Manu citase constantemente a Ana,
que siempre parecía hacer comentarios graciosos y que adoraba la misma música
que él. Entonces encargué por teléfono al supermercado de siempre una compra
para todo el mes, y me puse de acuerdo con Manu para que comprase lo diario. Le
pareció bien, probablemente porque había temido que le pediría que no bajase
más a la nueva casa de su padre, lo cual por supuesto no pensaba hacer. A pesar de ello, su contacto con Ana se fue
haciendo menos frecuente, y con ello, los comentarios sobre ella. Todo parecía
encontrar un nuevo ritmo bastante aceptable para todos, pero – como tantas
veces – no fue más que en apariencia.
Estaba
sola en casa, cuando llamaron a la puerta. Por la hora que era, supuse que
sería Manu que tenía que volver del instituto, y a lo mejor no encontraba su
llave, de modo que abrí la puerta sin más. Olía a colonia de bebé, y de hecho
pude oír los ruiditos que el bebé hacía con su chupete, así que no había duda:
era la vecina del piso de al lado.
-
¿Sí? – dije sorprendida.
Cuando
contestó parecía bastante tímida, pero a medida que se explicaba ganaba en
seguridad:
-
Quería decirle que no le quise causar problemas la otra noche. Llamé a la
policía porque se oía que la discusión iba a más, y como sé que Usted no ve
nada desde hace algún tiempo, temí que le podría pasar algo. Se oyen tantas
cosas últimamente...... – Se callaba un instante y se acercó algo más. El bebé
seguía chupeteando y oliendo a ‘Nenuco’.
-
¿Tuvo algún problema con la policía? Es que luego pensé que a lo mejor me había
pasado...
Me
encogí de hombros.
-
No fue agradable tenerlos delante de la puerta, pero si alguien debe
disculparse, entonces somos nosotros porque ¡menudo espectáculo!
Como
ella seguía callada, añadí:
-
Me parece muy valiente de su parte haber llamado la policía, e incluso venir a
decírmelo.
Se
escuchaba como paraba el ascensor y se abría la puerta. Manu dijo: - ¡Hola! – y
entró en casa.
-
Tendrá que preparar la comida. – dijo la vecina como si estuviera aliviada: -
Hasta otro día, y no me lo tenga a mal.
-
Claro que no. Hasta luego.
El
bebé chupeteó más fuerte, y escuché como los pasos de la vecina se alejaban por
el pasillo.
Cuando
me di la vuelta, choqué con Manu que estaba justo detrás de mí.
-
¿Fue ella quien llamó a la policía? – preguntó sorprendido.
No
esperaba nada bueno al contestarle que sí.
Explotó
exactamente igual que Pedro lo hubiera hecho, insultando a la vecina, la
comunidad, vecinos en general y vecinas en especial, y describiéndome con
detalle las acciones de venganza que pensaba llevar a cabo delante de su
puerta. Le metí para dentro y cerré la puerta.
-
No te portes como un crío, - me senté en una silla de la cocina: - Temía que
algo grave pudiera pasar. Además me parece muy valiente de su parte venir y
contármelo.
-
Pasar, ¿qué iba a pasar? Hablas como si Papá fuera un tipo violento.... y si
tanto valor tiene la vecinita, también podría haber llamado a la puerta para
preguntar qué pasaba.
Manu
se daba cuenta de la falta de lógica de su argumentación, y se quedó callado
durante un rato. Yo tampoco dije nada, porque no había esperado otra cosa de
él. Aunque Manu entonces ya había empezado a enfrentarse a su padre, todavía
estaba dispuesto a defenderle ciegamente si yo le atacaba.
En
ese ambiente de tensión comimos, y luego Manu volvió a ponerse la chaqueta
diciendo que iba a casa del Largo con el que tenía que hacer un trabajo para el
instituto.
-
No vengas muy tarde, - pensaba decirle pero ya se había marchado.
Poco
a poco guardé los platos y cubiertos en el lavavajillas, y luego me fui al
espejo de la entrada. Quería saber qué aspecto tenía porque me parecía que me
estaba alejando de mi misma día tras día. Si bien me había acostumbrado con
sorprendente facilidad a no ver a los demás ni a lo que me rodeaba, tenía
últimamente la impresión mucho más extraña todavía de ‘perderme de vista a mi
misma’. Di una patada al armario del rincón, pero no conseguí hacerme
suficiente daño. El segundo intento tampoco me salió mejor, y me estaba poniendo
realmente nerviosa. ¿Qué ocurriría si no lograba verme ni durante la fracción
de un segundo? Quise morder mi propio dedo, pero no pude.
-
Eres una cobarde asquerosa, - me dije a mi misma: - pero ¡si siempre ha
funcionado así!
Pero
cuando hice memoria, tuve que admitir que llevaba días o quizás incluso más
tiempo sin intentar ver por medio de un golpe. Descompuesta dejé el espejo para
ir al baño, pero sin darme cuenta choqué con el hombro contra el marco de la
puerta: Nada, a pesar del dolor agudo que me recorría todo el brazo y me subía
por la nuca. Tan rápidamente como pude, entré a tientas al baño, y busqué las
tijeras de uñas en la repisa de cristal encima del lavabo. ¡De algún modo iba a
conseguir que mi cuerpo reaccionase!
Sigo tus miradas, y ya son veinte.
ResponderEliminarUn abrazo.