(21ª entrega)
Justo
en ese momento volvieron a llamar a la puerta. Regresé al pasillo murmurando a
media voz, porque si incluso los ruidos que hacía yo estando a solas, eran
sospechosos para la vecina, tendría que hablar seriamente con ella. Como mi
mano temblorosa no encontró la contrapieza del gancho de seguridad, abrí finalmente la puerta sin que estuviera
asegurada, y dije:
-
¿Sí?
No
olía a bebé.
-
¿Es mal momento? – preguntó el fumador, porque así lo había bautizado para mí,
en una mezcla de añoranza y enfado por su ausencia.
-
¡Vaya! ¿Te ibas a cortar las uñas? – La ironía de su voz era suave, casi
imperceptible: - ¿Te ayudo o te las arreglas tú sola?
Me
quitó las tijeras de la mano, y escuché como las puso en la repisa del espejo.
Luego cerró la puerta de entrada, y me abrazó. Me quedaba quieta, sin el más
mínimo movimiento; de hecho, mientras podía ni respiraba siquiera. Finalmente
tuve que coger aire, y sentí que se reía un poco:
-
Me has quitado un peso de encima. Ya me estaba preocupando.
A
pesar de su comentario relajado, seguía abrazándome. Un ruido en la escalera
hizo que me sobresaltara, pero no fue Manu. Los pasos continuaban y se perdían
hacia el final del pasillo.
-
Ya sé que tu hijo vuelve enseguida. También tengo que irme. Acabo de llegar y
sólo quise verte. – En su voz me parecía notar algo de contrariedad, o quizás
fuera imaginación mía.
Me
soltó y se apartó un poco de mí. Sin pensar hice el mismo movimiento, buscando
de nuevo su proximidad. Durante un instante volvió a abrazarme con mucha
fuerza, luego me dio un suave empujón, y abrió la puerta.
-
Hasta mañana.
La
puerta se cerró, y me quedé de pie en el pasillo como si hubiera echado raíces,
concentrada con todos mis sentidos en lo que pasaba en el rellano afuera. El
ascensor se acercó y paró en nuestra planta. Alguien bajó rápidamente por la
escalera. La puerta del ascensor chirrió, y los pasos ligeros y un poco
irregulares de Manu se acercaron a nuestra puerta.
Justo
antes de que pudiera meter la llave en la cerradura, abrí.
-
¡Vaya, Mam! Esto es lo que se llama buen servicio.
Generosamente
me dio su chaqueta y un beso en la mejilla preguntando:
-
¿Has vuelto a fumar?
-
Vaya, - dije porque no quería contestar, y me di media vuelta para colgar su
chaqueta en el armario: - ¿Habéis podido terminar el trabajo?
-
Sí, - Manu estaba de muy buen humor: - Nos ha ayudado su hermana, la que está
estudiando derecho. Es simpatiquísima. – Y se metió en su cuarto.
Busqué
y encontré las tijeritas, y las llevé a su sitio en la repisa del lavabo. Más
tarde cuando me quería lavar las manos, no presté atención a la posición del
grifo; el agua salió casi hirviendo y
por poco me quemé.
Esta
vez el dolor fue suficiente, y pude ver mi cara en el espejo. Tenía la piel más
lisa, y las mejillas menos redondas de lo que yo recordaba. ¿Qué me había dicho
Teresa cuando se despidió tan rápidamente por las prisas de su jefe? ‘Tienes un
aspecto formidable y te sonríes con mucho más facilidad que antes.’ Lo cual no
coincidía para nada con los comentarios de Pedro, pero de cualquier manera me
sentí tan aliviada de haberme visto al menos durante un instante, que me fui
directamente a dormir y no me desperté en toda la noche.
Desayuné
con una llamada del jefe de Teresa, que había recibido una copia de una carta
del abogado de Pedro dirigida a mí, y tuvo el detalle de llamarme para leérmela
rápidamente. Como no pregunté nada, a lo mejor supuso que no me había enterado,
y me volvió a resumir la carta diciendo que no me preocupase, que todo seguía
su trámite. Me lanzó unos números de artículos y cláusulas, y se despidió tan
veloz como cortésmente.
Ni
cortés ni veloz fue la visita de Pedro quien se presentó media hora más tarde,
hostil hasta las puntas de su pelo, y con la voz desfigurada por un resfriado.
-
¿Has cogido frío? – pregunté sin auténtico interés, y me arrepentí nada más
decirlo.
-
A ti ¡qué te importa! Si nunca te has interesado por mis problemas...
No
me daba tiempo a protestar, ni sabía si merecía la pena desmentir mi
desinterés, porque ya me estaba endosando el historial completo de su
enfermedad.
-
Sí, he cogido un fuerte resfriado que no se limita a las vías respiratorias
superiores. He ido al médico nada más levantarme, y me ha dicho que si no me
cuido, puede acabar en bronquitis. Me ha recetado un montón de medicamentos.
Suspiré,
pero no dije nada.
-
Quisiera hablar contigo sobre todo este asunto, - continuó estornudando y
tosiendo: - Ven al cuarto de estar.
Le
seguía a desgana pero el hábito de hacer lo que me decía todavía estaba muy
arraigado. ‘Hábito’, pensé, si ya no ‘co-habitamos’, ¿para qué mantener
hábitos? Y ¿qué cuarto de ‘estar’, si él ya no ‘está’ nunca? Mis lucubraciones
finalizaron de golpe, cuando me tocó el hombro.
-
¿Qué te parece?
Tenía
la elección entre dos contestaciones: ‘No estoy de acuerdo’ porque suponía que
se trataba de una nueva entrega de su temario de siempre, y ‘¿Que me parece el
qué?’ que sería un claro indicio de que no había escuchado ni una palabra de lo
que decía. Ambas respuestas le harían enfadarse, de modo que pedí mentalmente
apoyo moral al Capitán Picard de ‘Star Trek’ (“Si han de condenarnos, que nos
condenen por lo que realmente somos”), y dije con claridad y buena
pronunciación:
-
¿Que me parece el qué?
-
¿No te has enterado de nada? – Su voz aumentó de volumen, pero el catarro o la
incipiente bronquitis se encargaron de volver a bajarlo.
- Esta misma tarde traeré mis cosas, y volveré
a instalarme aquí, porque al fin y al cabo este piso también es mío.
(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 24)
Muy bien tirado
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