domingo, 26 de abril de 2015

MIRADAS (14)





(14ª entrega)

Y de hecho, no vino nadie a quien abrir la puerta, a pesar de que estuve largo rato sentada en el sofá, afinando el oído y escuchando sonidos y ruidos de todo tipo, menos los que hubiese querido oír: primero, el ascensor subía y bajaba casi sin descanso, pero más tarde sus viajes se espaciaban más y más; el bebé de al lado lloraba y se quejaba hasta que la madre lo consiguió dormir; el ingeniero llegó con su amiga, y obviamente ya venían peleados, porque los escuché discutir dentro del ascensor y a lo largo del pasillo hasta que se metieron en su piso, donde yo ya no les oía.
Una vez hubo un ruido como si se arrastrara algo, pero fue alguien con la bolsa de basura. El tiempo pasaba, y como se hacía más tarde y la temperatura bajaba, fui a buscar una manta, y me quedé sentada para esperar no precisamente a Manu quien apareció relativamente puntual, y se fue a su cuarto a escuchar música, mientras yo me iba quedando dormida en el sofá del salón.

A lo largo de los días siguientes, no hubo cambios. Pedro vino todos los días, llenaba el frigorífico y hablaba seriamente con Manu para que estuviera pendiente de mi. Yo le evitaba dentro de lo posible, y me encerraba en el baño o en el dormitorio, porque sus habladurías me despertaban tal agresividad que temía perder el control y tirarle cualquier objeto. Esto significaba que el pobre Manu tenía que escuchar día tras día  los comentarios de su padre sobre mi estado de salud mental, sobre la carga que Pedro tenía que aguantar debido a la situación, y sobre las negrísimas perspectivas de futuro que me esperaban a mí y por extensión a Manu y a Pedro.
Cuando me quedaba a solas con Manu, intentaba contrarrestar las cargas de Pedro ridiculizándolas, pero Manu no se mostraba muy receptivo a mis bromas. La situación le estaba afectando, y con mucha frecuencia me pedía permiso para comer en McDonald's o en casa de algún amigo.

Mis tardes y noches eran tranquilas y largas. Como sabía que a esas horas Pedro estaría trabajando, me sentaba despreocupada en el salón y escuchaba durante horas música. Al cabo de unos días ya no me sobresaltaba por cualquier ruido de fuera, y dejé de imaginarme nuevas visitas y otro tipo de encuentros. Intenté hacerme a la idea de que mi visitante particular no se había sentido atraído por mi, al menos no lo suficiente como para volver. Razonando así fríamente llegué a aceptarlo, pero mi vocecilla interior no dejaba de recordarme que anteriormente en el chat y en sus emails, él me había asegurado bastantes veces que la simpatía que sentía por mi se basaba en valores humanos, y que no dependía para nada de aspectos físicos....

- ¿Con quién hablas, Mam? – preguntó Manu desde la puerta donde se estaba poniendo la chaqueta.
- Conmigo misma, supongo. – dije con sinceridad: - Un montón de gente lo hace.
- Antes no lo hacías nunca. – Añadía sin mucha convicción: - Papá dice....
Pero yo estaba decidida de no prestar oídos a las habladurías de Pedro, ni siquiera de segunda mano: - Si tu padre me quiere decir algo, déjale que lo haga directamente. No seas su recadero.
Manu se echó a reír, y se fue dando por el pasillo muestras de cómo sería él de altavoz, lo cual no le fue nada difícil dado que su voz es bastante sonora. Le seguía escuchando incluso después de haberse cerrado la puerta del ascensor.

Unos pocos minutos después, volví a escuchar la llave en la cerradura de la puerta. ¿Qué habría olvidado esta vez?
- ¿Manu? – pregunté.
Pero los pasos que se acercaban no eran de Manu sino de Pedro. ¡Qué había hecho yo para merecerme esto!
- ¿Qué haces tú aquí a estas horas? – pregunté con sinceridad y fastidio.
- Hoy he librado porque tenía que hacer cosas.
El olor de su loción de afeitar, que seguía siendo la misma desde que nos conocimos, estaba desfigurado por una densa nube de humo de cigarrillos y olor a cerveza. Se sentó a mi lado en el sofá y me tocó torpemente el hombro.
Aparté su mano: - ¿A qué viene eso?
- Tenemos que encontrar una salida a esta situación.
Sentí una mezcla de rabia y desprecio que me recorría desde la nuca hasta la punta de los pies.
- ¿Nosotros? – le lancé: - ¡Tenía la impresión de que tú ya habías encontrado el camino de salida!
Se echó un poco hacia atrás, como si mi reacción explosiva le hubiese sorprendido: - ¿Qué te pasa, Lisa? – Había un tono lastimoso en su voz: - Sé que te he decepcionado, pero debes tener en cuenta que también yo he soportado durante muchísimo tiempo los problemas con el niño, y ahora la preocupación por tu salud. – Parecía estar agotado.
Busqué con disimulo en el bolsillo del albornoz hasta encontrar la tarjetita de plástico que siempre llevaba encima como si fuera un talismán, y me la hinqué en la palma de la mano. El dolor fue justo suficiente para ver durante un instante la cara de Pedro. Tenía aspecto de cansado y su cara estaba más arrugada que de costumbre, pero sus ojos me observaban con una mirada que no sabía interpretar. ¿Sería un truco para convencerme de algo? Por si acaso me desprendí de la compasión que un instante atrás había empezado a sentir.
Este hombre me había abandonado después de un matrimonio milenario y en lugar de desparecer de mi vida, continuaba en el mismo edificio, dos plantas más abajo, conviviendo con una mujer que era quince, sí, tres veces cinco o la mitad de treinta años más joven que yo, o sea, una mujer que tenía diecisiete años menos que él, y ahora esperaba que yo le diese un pañuelo para secar sus lágrimas ...

Cuando había llegado a ese punto de mis pensamientos, efectivamente le di un pañuelo sacándolo del otro bolsillo del albornoz:
- Límpiate la nariz, - dije maliciosamente: - seguro que tienes una gota colgando.

Mientras me hacía caso, se sonaba y luego continuaba callado y respirando trabajosamente, me concentré en mis sentimientos hacia él. Hubiese preferido convencerme de que lo odiaba y me daba rabia, pero no era eso:  No sentía nada por él, había sólo un vacío sordo y sin imágenes, ocupado por el suave resplandor rosa-amarillo que mis párpados dejaban pasar, y un leve sentimiento de incomodidad por tenerle tan cerca de mi, buscando (y aquí sí que empecé a enfadarme) precisamente mi hombro para desahogarse.
- ¿Qué tal si te marchas simplemente? – pregunté con la voz algo levantada. – Mantén contacto con Manu, y si quieres encargarte de las compras, vale. Si no, Manu puede hacerlas hasta... – Terminé sin saber cómo continuar, y pensé que ojalá Pedro no se fijara en esta frase incompleta, pero mi preocupación fue innecesaria, porque ni me había escuchado.
Decía algo en voz tan baja que tuve que acercarme para poder entenderle. En más de un sentido, sus palabras estaban impregnadas de cerveza, y tardé algún tiempo en captar lo que me contaba. Estaba confuso y decepcionado....ella le había hecho creer lo que no era...siempre debería haber un camino de vuelta, y al menos él se había dado cuenta de su ofuscación.
Detrás de mis párpados se encendieron varias luces de alarma.
 - Que tú quieres, ¿qué? – dije cortante para sacarle de su autocompasión: - ¿Volver a esta casa? Sólo por encima de mi cadáver.
Me levanté y fui con algún que otro tropiezo hasta la puerta abriéndola con todo el dramatismo del que era capaz. Al fin y al cabo, esos gestos siempre habían formado parte de mi vida, si bien vistos desde el otro lado, y ahora no tenía ningún escrúpulo para emplearlos igualmente.
- ¡No te pongas así! – Por lo menos había recuperado su tono normal de voz: - Olvidas que el piso también es mío.
Seguimos discutiendo en el pasillo, sin ponernos de acuerdo sobre quién tenía mayor derecho a habitar la casa. Me agarré a mi estado de invalidez, y le prohibí tajantemente que volviera a pronunciar la palabra ‘trastorno alimenticio’.
- ¡Si me quieres decir que estoy gorda, dilo, pero no me vengas más con tus palabrillas de pseudoexperto! – chillé, y él me contestó gritando que había invertido todo su dinero en esa casa y que no seguiría trabajando para que yo comiera sin dar golpe.
Todo fue bastante escandaloso y desagradable, y yo ya había pensado un par de veces en el espectáculo que a esta hora propia del regreso a casa y de cenar, debíamos ofrecer a nuestros vecinos, cuando sonó el timbre.

Pedro se acercó con dos pasos a la puerta, y la abrió de golpe, dispuesto a cantar las cuarenta a cualquiera que se hubiera atrevido a tocar el timbre para llamarnos la atención. Pero afuera no había nadie; el pasillo estaba a oscuras. Pedro apretó con cierta violencia la llave de la luz, y se fue corriendo y resoplando hacia la escalera. Me puse a reír como una histérica, y saqué un pañuelo del bolsillo, porque me picaba la nariz. Cuando Pedro volvió, ya había recuperado mi autocontrol. Se paró justo delante de mi y su aliento cervecero pasó por mi cara:
 - Si te parece bien o no, entre mañana y pasado vuelvo a esta casa. ¡Y no se hable más!
Se fue por la escalera y le escuché bajar los escalones.


     (SE CONTINUARÁ EL MIÉRCOLES 29)

1 comentario:

  1. Me he puesto al día, cada vez la historia se hace más interesante, me está gustando mucho Dorotea, aunque llegue tarde, el gusanillo de la curiosidad va creciendo, así que no dejaré pasar ni una entrega, hasta que cuelgues el fin.
    Besos.

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