(14ª entrega)
Y de hecho, no vino
nadie a quien abrir la puerta, a pesar de que estuve largo rato sentada en el
sofá, afinando el oído y escuchando sonidos y ruidos de todo tipo, menos los
que hubiese querido oír: primero, el ascensor subía y bajaba casi sin descanso,
pero más tarde sus viajes se espaciaban más y más; el bebé de al lado lloraba y
se quejaba hasta que la madre lo consiguió dormir; el ingeniero llegó con su
amiga, y obviamente ya venían peleados, porque los escuché discutir dentro del
ascensor y a lo largo del pasillo hasta que se metieron en su piso, donde yo ya
no les oía.
Una vez hubo un
ruido como si se arrastrara algo, pero fue alguien con la bolsa de basura. El
tiempo pasaba, y como se hacía más tarde y la temperatura bajaba, fui a buscar
una manta, y me quedé sentada para esperar no precisamente a Manu quien
apareció relativamente puntual, y se fue a su cuarto a escuchar música,
mientras yo me iba quedando dormida en el sofá del salón.
A
lo largo de los días siguientes, no hubo cambios. Pedro vino todos los días,
llenaba el frigorífico y hablaba seriamente con Manu para que estuviera
pendiente de mi. Yo le evitaba dentro de lo posible, y me encerraba en el baño
o en el dormitorio, porque sus habladurías me despertaban tal agresividad que
temía perder el control y tirarle cualquier objeto. Esto significaba que el
pobre Manu tenía que escuchar día tras día
los comentarios de su padre sobre mi estado de salud mental, sobre la
carga que Pedro tenía que aguantar debido a la situación, y sobre las
negrísimas perspectivas de futuro que me esperaban a mí y por extensión a Manu
y a Pedro.
Cuando
me quedaba a solas con Manu, intentaba contrarrestar las cargas de Pedro
ridiculizándolas, pero Manu no se mostraba muy receptivo a mis bromas. La
situación le estaba afectando, y con mucha frecuencia me pedía permiso para
comer en McDonald's o en casa de algún amigo.
Mis
tardes y noches eran tranquilas y largas. Como sabía que a esas horas Pedro
estaría trabajando, me sentaba despreocupada en el salón y escuchaba durante
horas música. Al cabo de unos días ya no me sobresaltaba por cualquier ruido de
fuera, y dejé de imaginarme nuevas visitas y otro tipo de encuentros. Intenté
hacerme a la idea de que mi visitante particular no se había sentido atraído
por mi, al menos no lo suficiente como para volver. Razonando así fríamente
llegué a aceptarlo, pero mi vocecilla interior no dejaba de recordarme que
anteriormente en el chat y en sus emails, él me había asegurado bastantes veces
que la simpatía que sentía por mi se basaba en valores humanos, y que no
dependía para nada de aspectos físicos....
-
¿Con quién hablas, Mam? – preguntó Manu desde la puerta donde se estaba poniendo
la chaqueta.
-
Conmigo misma, supongo. – dije con sinceridad: - Un montón de gente lo hace.
-
Antes no lo hacías nunca. – Añadía sin mucha convicción: - Papá dice....
Pero
yo estaba decidida de no prestar oídos a las habladurías de Pedro, ni siquiera de
segunda mano: - Si tu padre me quiere decir algo, déjale que lo haga
directamente. No seas su recadero.
Manu
se echó a reír, y se fue dando por el pasillo muestras de cómo sería él de
altavoz, lo cual no le fue nada difícil dado que su voz es bastante sonora. Le
seguía escuchando incluso después de haberse cerrado la puerta del ascensor.
Unos
pocos minutos después, volví a escuchar la llave en la cerradura de la puerta.
¿Qué habría olvidado esta vez?
-
¿Manu? – pregunté.
Pero
los pasos que se acercaban no eran de Manu sino de Pedro. ¡Qué había hecho yo
para merecerme esto!
-
¿Qué haces tú aquí a estas horas? – pregunté con sinceridad y fastidio.
-
Hoy he librado porque tenía que hacer cosas.
El
olor de su loción de afeitar, que seguía siendo la misma desde que nos
conocimos, estaba desfigurado por una densa nube de humo de cigarrillos y olor
a cerveza. Se sentó a mi lado en el sofá y me tocó torpemente el hombro.
Aparté
su mano: - ¿A qué viene eso?
-
Tenemos que encontrar una salida a esta situación.
Sentí
una mezcla de rabia y desprecio que me recorría desde la nuca hasta la punta de
los pies.
-
¿Nosotros? – le lancé: - ¡Tenía la impresión de que tú ya habías encontrado el
camino de salida!
Se
echó un poco hacia atrás, como si mi reacción explosiva le hubiese sorprendido:
- ¿Qué te pasa, Lisa? – Había un tono lastimoso en su voz: - Sé que te he
decepcionado, pero debes tener en cuenta que también yo he soportado durante
muchísimo tiempo los problemas con el niño, y ahora la preocupación por tu
salud. – Parecía estar agotado.
Busqué
con disimulo en el bolsillo del albornoz hasta encontrar la tarjetita de
plástico que siempre llevaba encima como si fuera un talismán, y me la hinqué
en la palma de la mano. El dolor fue justo suficiente para ver durante un instante
la cara de Pedro. Tenía aspecto de cansado y su cara estaba más arrugada que de
costumbre, pero sus ojos me observaban con una mirada que no sabía interpretar.
¿Sería un truco para convencerme de algo? Por si acaso me desprendí de la
compasión que un instante atrás había empezado a sentir.
Este
hombre me había abandonado después de un matrimonio milenario y en lugar de desparecer de mi vida,
continuaba en el mismo edificio, dos plantas más abajo, conviviendo con una
mujer que era quince, sí, tres veces cinco o la mitad de treinta años más joven
que yo, o sea, una mujer que tenía diecisiete años menos que él, y ahora
esperaba que yo le diese un pañuelo para secar sus lágrimas ...
Cuando
había llegado a ese punto de mis pensamientos, efectivamente le di un pañuelo
sacándolo del otro bolsillo del albornoz:
-
Límpiate la nariz, - dije maliciosamente: - seguro que tienes una gota
colgando.
-
¿Qué tal si te marchas simplemente? – pregunté con la voz algo levantada. –
Mantén contacto con Manu, y si quieres encargarte de las compras, vale. Si no,
Manu puede hacerlas hasta... – Terminé sin saber cómo continuar, y pensé que
ojalá Pedro no se fijara en esta frase incompleta, pero mi preocupación fue
innecesaria, porque ni me había escuchado.
Decía
algo en voz tan baja que tuve que acercarme para poder entenderle. En más de un
sentido, sus palabras estaban impregnadas de cerveza, y tardé algún tiempo en
captar lo que me contaba. Estaba confuso y decepcionado....ella le había hecho
creer lo que no era...siempre debería haber un camino de vuelta, y al menos él
se había dado cuenta de su ofuscación.
Detrás
de mis párpados se encendieron varias luces de alarma.
- Que tú quieres, ¿qué? – dije cortante para
sacarle de su autocompasión: - ¿Volver a esta casa? Sólo por encima de mi
cadáver.
Me
levanté y fui con algún que otro tropiezo hasta la puerta abriéndola con todo
el dramatismo del que era capaz. Al fin y al cabo, esos gestos siempre habían
formado parte de mi vida, si bien vistos desde el otro lado, y ahora no tenía
ningún escrúpulo para emplearlos igualmente.
-
¡No te pongas así! – Por lo menos había recuperado su tono normal de voz: -
Olvidas que el piso también es mío.
Seguimos
discutiendo en el pasillo, sin ponernos de acuerdo sobre quién tenía mayor
derecho a habitar la casa. Me agarré a mi estado de invalidez, y le prohibí
tajantemente que volviera a pronunciar la palabra ‘trastorno alimenticio’.
-
¡Si me quieres decir que estoy gorda, dilo, pero no me vengas más con tus
palabrillas de pseudoexperto! – chillé, y él me contestó gritando que había
invertido todo su dinero en esa casa y que no seguiría trabajando para que yo
comiera sin dar golpe.
Todo
fue bastante escandaloso y desagradable, y yo ya había pensado un par de veces
en el espectáculo que a esta hora propia del regreso a casa y de cenar,
debíamos ofrecer a nuestros vecinos, cuando sonó el timbre.
Pedro
se acercó con dos pasos a la puerta, y la abrió de golpe, dispuesto a cantar
las cuarenta a cualquiera que se hubiera atrevido a tocar el timbre para
llamarnos la atención. Pero afuera no había nadie; el pasillo estaba a oscuras.
Pedro apretó con cierta violencia la llave de la luz, y se fue corriendo y
resoplando hacia la escalera. Me puse a reír como una histérica, y saqué un
pañuelo del bolsillo, porque me picaba la nariz. Cuando Pedro volvió, ya había
recuperado mi autocontrol. Se paró justo delante de mi y su aliento cervecero
pasó por mi cara:
- Si te parece bien o no, entre mañana y
pasado vuelvo a esta casa. ¡Y no se hable más!
Se fue por la escalera y le
escuché bajar los escalones.
(SE CONTINUARÁ EL MIÉRCOLES 29)
Me he puesto al día, cada vez la historia se hace más interesante, me está gustando mucho Dorotea, aunque llegue tarde, el gusanillo de la curiosidad va creciendo, así que no dejaré pasar ni una entrega, hasta que cuelgues el fin.
ResponderEliminarBesos.