(15ª entrega)
- ¡Vete al infierno, forastero! – dije a
media voz y cerré la puerta dando un portazo. Estaba tan nerviosa que di una
patada al marco de la puerta partiéndome seguramente una uña, tan intenso fue
el dolor, y con tanta claridad vi el dibujo de la madera, el brillo del gancho
de metal y mis manos que seguían temblando. Luego la imagen se borró como
siempre, y me quedaba de pie junto a la puerta, respirando agitadamente. Mis
mejillas ardían, me sentía mareada, e intentaba estabilizarme apoyando la
frente contra la puerta.
En ese momento alguien tocó la puerta con
los nudillos de la mano, y el sonido me traspasó como si me hubiese tocado a
mí. Sin dudar ni un instante, abrí la puerta de par en par bufando:
- ¿Qué es lo que quieres ahora?
El suave olor a humo era inconfundible, y
lo mismo pasó con su voz: - Quiero que no estés sola.
Como si me hubiese quedado sin energía,
dejé que me guiase al interior de la casa, y me llevase al sofá. Se sentó a mi
lado y me pasó amistosamente un brazo por el hombro. Buscando su proximidad,
froté con disimulo mi mejilla contra su manga que esta vez no estaba endurecida
por salpicaduras de pintura. Callábamos y yo no tenía valor para tocar su cara,
a pesar de que lo deseaba, pero mi voz interior me recriminaba que así sólo iba
a conseguir que se fuera corriendo, y tuve que darle la razón. Para evitar la
tentación me metí las manos en los bolsillos donde encontré la tarjetita que él
se había dejado en la primera visita. Suponiendo que sería un buen tema de
conversación, la saqué para dárselo: - Se te olvidó el otro día.
La cogió con delicadeza, y como no decía
nada, insistí: - ¿No la has echado de menos?
Contestó, pero no fue gran cosa:
- No, la verdad es que no. Tengo un montón.
– Y volvió a callarse.
Quise hacer algún comentario inteligente y
simpático para conseguir que habláramos, pero mi cabeza estaba hueca y vacía, a
no ser por algún que otro eco de la discusión con Pedro.
- No tienes por qué decir nada. – dijo, y
yo me fijé en sus ‘eses’ que no siseaban como la otra noche.
-¿Qué? – Al hablar sus labios rozaban mi
pelo.
- Hablas de otra manera. – De pronto me
sentí tan cansada que no supe expresarlo mejor.
- Es que me había quemado la lengua, -
respondió y su aliento pasó por mi pelo. El olor a humo se hacía más fuerte, y
se me escapó un suspiro por lo contenta que me sentía a su lado. Seguíamos
sentados sin hablar, y luego debo haberme dormido.
A la mañana siguiente, Manu me preguntó que
desde cuando fumaba. Evité contestar, pero él no soltó el tema:
- El salón apesta a humo, - dijo con la
boca llena y bebiendo ruidosamente: - Además es un tufo raro, más bien huele a
porro.
Se rió de su propia ocurrencia
atragantándose, pero en el tono de su voz se parecía muchísimo a su padre. Yo
también me reí, y luego desvié su atención preguntándolo por el instituto
(frenando la charla), y a continuación, por sus planes para su cumpleaños
(re-animando la charla pero en otra dirección). Cuando tuvo que irse al
instituto, estábamos los dos de muy buen humor, riéndonos y bromeando como
hacía tiempo que no lo habíamos hecho.
Al volver al salón, noté un leve olor a
humo que no me molestaba en absoluto, pero a pesar de ello, abrí la puerta de
la terraza y sacudí los cojines del sofá y la manta. Después me quedé un rato
de pie en la terraza. Noté el calor del sol matutino a través de mis párpados
que estaban iluminados con un fuerte color rojo anaranjado. Respiré
profundamente acordándome de las instrucciones del curso de Tai-Chi que había
abandonado cuando me ocurrió lo de la vista: tocando el paladar con la punta de
la lengua, respiré continuamente pero sin forzar el ritmo, llenándome como una
vasija – barriga, pecho – y vaciándome al revés – pecho, barriga......
Cuando me había cargado de oxígeno hasta la
punta de mis pelos, inicié mi paseo a tientas por la casa (exceptuando el
cuarto de Manu que me imponía respeto), e intenté poner algo de orden. Como
siempre fue trabajoso y frustrante, y mi reserva de aire fresco se agotó al
poco tiempo, por lo cual me instalé en el sofá conectando el discman. En lugar
del concierto para flauta que había escuchado el día anterior, el aparato
reproducía una melodía distinta y simple que se repetía con pequeñas
variaciones. ¿Otro recuerdo de mi visitante? Abrí el discman y saqué el disco
que, según mi voz interior, era igual de redondo que otro CD cualquiera.
- Pero no es igual porque tiene que ser de
él. – me dije: - Además huele a humo.
Olfateé el disco que naturalmente no olía a
nada, y lo volví a colocar en el discman. En ese momento escuché que alguien
decía algo, y me di rápidamente la vuelta: - ¿Quién es?
Pero mientras lo preguntaba, ya sabía la
respuesta, y Pedro podría haberse ahorrado su ‘Cariño, he entrado un momento
para ver cómo estás’. Suspiré y me quité los auriculares, porque obviamente no
había venido solo.
- Esta es mi mujer, Paco. Lisa, he subido
con un conocido que he vuelto a encontrar casualmente hace unos días, y que
quería conocerte.
Una mano fría estrechó la mía rápidamente,
y también yo la solté nada más rozarla. El olor a desinfectante y consulta de
médico era inconfundible.
(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 3)
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