(5ª entrega
En la
consulta de urgencias, sin embargo, no podía evitarlo. El médico escuchó sin
preguntar apenas nada el relato de Pablo, que como de costumbre se había
adelantado a explicar todo, y luego se dirigió a mí: - Entonces, ¿Usted tiene
la impresión de no poder abrir los ojos?
Suspiré
sin querer.
- No es
impresión; simplemente es así.
Mientras hablaba, notÉ el olor a
desinfectante que aumentó cuando el médico empezó a tocar y apretar mis
párpados. Me dolía y quise apartar la cabeza, pero él seguía palpando y
moviendo un puntito de luz rosa que veía a través de mis párpados.
- No se
mueva, por favor, - dijo: - podría
hacerle daño.
Aparté su mano e intenté levantarme.
- Está muy
nerviosa, - su voz sonaba a rutina y a cansancio: - en un primer lugar, le daré
un calmante.
Seguramente
se fue a la vitrina de los medicamentos que está al fondo de la habitación,
porque le oí abrir una puerta con llave. Pedro le había seguido, y su voz
sonaba desde más lejos cuando le escuché hablar.
- No cree,
Doctor, que quizás... me refiero a un trastorno debido al sobrepeso... Usted
mismo le ha recomendado a mi mujer bastantes veces que pierda peso...
Intentaba acordarme de la cara del médico que
ya habíamos consultado en otras ocasiones, pero todavía no lo había conseguido
cuando el olor a desinfectante de nuevo se hizo más fuerte.
- Tómese
esta pastilla. Le ayudará a relajarse. Si mañana los síntomas no han
desaparecido, vuelva a venir a mi consulta.
No pude
contestar porque con la lengua había empujado la pequeña pastilla redonda a un
rincón de mi boca, y la quería mantener allí. Pedro volvió a ponerme su mano
sobre el hombro, y me guió hacia la puerta. Por desgracia nunca ha tenido gran
sentido del espacio – lo cual también se nota cuando aparca – e hizo que yo
chocara con el hombro derecho contra el marco. Antes de que el dolor pudiese
aflojar, me di media vuelta y pude ver como él y el médico intercambiaban unas
miradas cargadas de significado.
- No, no
estoy loca, - dije con rabia y escupí la pastilla que cayó al suelo. Luego me
volví hacia la puerta y conseguí salir, si bien chocando de nuevo con el marco,
esta vez por la izquierda.
Hasta
llegar a casa, no contesté ni a las disculpas poco convencidas ni a los
comentarios impacientes de Pedro. En casa pasé a tientas por el baño y me fue
al dormitorio donde me desvestí y me metí en la cama. A través de mis párpados,
la lámpara de la mesita dibujaba un perfecto círculo luminoso, y a pesar de lo
preocupada que estaba por mi situación, me sonreí porque me parecía una luna
llena, mi propia luna llena que podía poner y apagar con el interruptor, como
si yo fuese el sol.
(CONTINUARÁ EL DOMINGO 29)
Buenas tardes, Dorotea:
ResponderEliminarAquí sigo atrapado cion la lectura de tu novela.
Un abrazo.
Un abrazo, Nino, yo encantada de que te siga interesando.
ResponderEliminarHoy he tenido doble ración, no pude acudir a la última lectura pero sigo sin descubrir el porqué. ¿Has leído ensayo sobre la ceguera?
ResponderEliminarUn abrazo
Me vine a poner al día con los capítulos que tenía pendientes, y la verdad es que me mata la intriga! Qué le puede estar sucediendo a la protagonista? Qué
ResponderEliminarsituación! Yo estaría en un mar de nervios! Nos vienes atrapando lindo!
Besos!
Gaby*
Ahora a esperar a ver como se resuelte este lio, pobrecita solo ve si se hace daño y el marido cansino que tiene que adelgazar, pues que adelgaze el jajaja. Que curiosidad siento por saber a que se debe esto de tener los ojos pegados, que no querra ver...
ResponderEliminarBesos.