(4ª entrega)
Padre e
hijo estaban en la cocina. El olor a ajo frito venía por el pasillo hacia el
salón, y se escuchaba la radio de la cocina que informaba sobre el mundo deportivo. Al cabo de algún tiempo oí que se acercaban pasos. Alguien movió la mesa, y luego Manu dijo:
- Te he
traído algo para comer. Ven a la mesa.
Agradecida
le hice caso, y después de unos intentos conseguí comer con bastante decoro, y
sólo una vez me pinché con el tenedor en la nariz y tuve que toser.
Inmediatamente
me hubiese gustado volver a pincharme con el tenedor, porque al toser había
percibido una imagen perfecta y nítida de mi entorno. Tosí sin ganas, pero no
vi nada.
- ¿Te has
atragantado? - Manu puso el vaso de agua en mi mano: - No hagas tonterías, Mam. Abre los ojos ya.
Vas a tirar todo el agua.
- Como si
tirase el agua..., - quería protestar, pero al parecer había inclinado el vaso
sin darme cuenta, y de repente el líquido me mojó la pierna.
Con el
susto, volví a ver durante un instante una parte del salón: Manu – que llevaba
la sudadera azul que tanto le gustaba - estaba sentado en el posabrazos del
sillón grande. La prenda olía un poco a sudor, y por cierto la había metido en
la lavadora antes de irme a la peluquería, si bien sin haberla puesto en
marcha.
- ¿Cómo es
que llevas la sudadera azul? - pregunté sin pensar en las consecuencias. El
olor a sudor se hizo más intenso cuando Manu me abrazó aliviado.
- ¡Papá! -
me chilló al oído - Mam está mejor. Ha
vuelto a abrir los ojos.
Media hora
después y al cabo de muchas repeticiones de la única explicación que podía
ofrecer, Manu, confuso y preocupado, se había ido a su cuarto. Pedro estaba
sentado a mi lado, y tamboreaba con dedos inquietos sobre la mesa.
- No
querrás decir en serio, - aquí hizo un aparte lleno de significado: - que sólo ves
tu entorno si te haces daño o te echas un vaso de agua fría encima.
Por
supuesto tuve que admitir que aquello sonaba tan raro y absurdo, que en el caso
contrario yo seguramente tampoco le hubiese creído. Pero por no darle la razón,
me callé, y Pedro interpretó mi silencio a su manera. Se fue al escritorio para
sacar de la carpeta de documentos mi cartilla de la Seguridad Social.
- Ahora
mismo vamos al médico. Seguro que te mandará alguna cosa, y ya veremos si no
tiene que ver con el asunto gastronómico...
Su voz se
alejaba al abrir él la puerta del cuarto de Manu para decirle que me llevaría
al médico.
Localicé
con el pie la pata de la mesa, y me di un fuerte golpe contra la misma. Un
dolor sordo recorrió toda mi pierna, y se mantuvo durante un rato. Me mordí los labios para no gritar, pero la patada me había permitido ver la puerta del
salón al pasillo, y con esta instantánea en la memoria, cogí mi chaqueta y
estaba esperando junto a la puerta, cuando Pedro salió del cuarto de Manu.
- No, si
se ve que no puedes abrir los ojos - dijo con palpable sarcasmo. Me limité a
encogerme de hombros, porque no me apetecía volver a repetir los mismos
argumentos que antes.
(SE CONTINUARÁ EL MIÉRCOLES 25)
Buenas tardes, Dorotea:
ResponderEliminarGracias por continuar con la serialización de tu novela.
Un abrazo.
Gracias a ti por darme ánimos para seguir. Un fuerte abrazo.
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