Pasada la medianoche fuimos a 'Urgencias' debido a un persistente dolor de barriga de mi marido, tan difícil de valorar en cuanto a intensidad como en su localización ya que lo describía como una presión fuerte y a veces insoportable que se instalaba, desaparecía y reproducía en distintos puntos del vientre, a media altura y medio de lado, a la derecha para él y a la izquierda para quien estuviera enfrente como la jóven médica que lo estaba reconociendo.
A la izquierda también para mí, que estaba detrás de la doctora observando la escena e intentanto captar y compartir su molestia. Siempre he creído que en personas muy unidas esa participación debería ser posible y beneficiosa para el enfermo. Sin embargo al igual que ya me ocurriera con sus dolores de cabeza y muelas incluso en épocas de pleno enamoramiento, cuando entre nosotros existía unión en cuerpo y espíritu -o al menos así me pareciera-, no conseguí un suficiente grado de empatía tampoco sobre la sólida base del desencuentro rutinario de una juxtavivencia apenas sujeta por el sobrecumplido proyecto en común de un hijo de treinta años casi independizado.
¡Nada! ¡No sentí ni percibí nada! A la médica debió pasarle algo por el estilo, porque se levantó y le dio un golpecito consolador en el hombro.
-Vístase, no se preocupe. Allí no hay nada.
-Pero me duele.
-Es que el 'gran vacío' a veces duele.
-¿El 'gran vacío'?
-Justo donde siente la molestia, hay una zona sin nada vital que llamamos el 'gran vacío'...
Al llegar a casa, con recomendaciones múltiples de dieta blanda, ejercicio suave, un jarabe contra el flato y el estreñimiento, etc., mi marido seguía doliéndose si bien con menos convicción, y yo todavía no me había recuperado de mi asombro: ¿es que ahora el gran vacío dolía de una manera oficial y académica?
Por esta regla de tres -¿por qué siempre 'tres' aunque en ese caso se tratara realmente de un (1) concepto compuesto por dos (2) palabras?- por esta regla de tres, decía, el malestar punzante a veces y sordo, completamente inaccesible a la aproximación acústica, en otras ocasiones, que yo sentía desde hace tiempo en una parte de mi ser que mi terapeuta psicológico también llamaba el 'gran vacío', era, pues, ¡un dolor médicamente reconocido!
Las ausencias injustificadas, las películas vistas en solitario, fiestas de fin de año 'sacrificadas' a favor de compañeros con familia -con más familia por lo visto que mujer e hijo- y hasta pizzas enfriadas y lasañas resecadas en el horno... toda esa parafernalia que llenaba a rebosar el gran vacío de mi vida, se me presentó de pronto como dolor cuantificable entre medio y fuerte, y tratable con lavativas y aspirinas o sus variantes de mayor fuste.
Mi marido se recluyó en el aseo y no quiso salir durante un rato largo (la primer recomendación de la médica). Cuando reapareció, murmuró algo de una modestísima mejoría de su 'gran vacío'.
-No habrá aumentado entonces, -diagnostiqué entre dientes.
-¿Cómo dices? -preguntó el doliente camino al lecho matrimonial.
-Como es una ley de física que los gases tienden a ocupar el máximo espacio posible, supongo que se habrá encogido el 'gran vacío' ese tuyo.
-No te entiendo pero eso es normal en tí... -su voz perdió intensidad y el desinterés le aproximó al borde del sueño (otra recomendación de la médica de guardia).
-Yo ya sé desde hace años que... -dejé media frase flotando en el aire como señuelo para que picase.
-¿Qué es lo que sabes desde hace años?
Estaba medio dormido pero la otra mitad se mostraba curiosa.
-¡¡Que el gran vacío duele!! -respondí con teatralidad y mala idea.
Ridiculizada su dolencia particular, me lanzó la habitual acusación menopáusica:
-¿Qué? ¿Otra crisis existencial? ¿Cómo puedes burlarte de algo tan serio? Aquí se trata de dolores de verdad, no de imaginarias carencias emocionales.
Mientras, siguiendo otra de las recomendaciones de la facultativa, había preparado una bolsa de agua caliente y la llevé al dormitorio. Lástima que lo de las 'carencias emocionales imaginarias' hiciera que la bolsa se escapase de mis manos y rebotase en su calva. (Mi marido tiene, según su propia valoración, poco pelo cuando para mí es calvo y punto.) Gritó y, controlando la bolsa con dificultad como si estuviera viva, consiguió colocársela donde le dolía, o sea, en el 'gran vacío'.
Me quedé de pie al lado de la cama, y observándole a él -no al gran vacío que aparte de ser imponderable resulta invisible- pensé que incluso en el improbable caso de que la aplicación de una bolsa de agua caliente aliviase mi tipo de gran vacío, estaría fuera de mi alcance porque en nuestra casa, de equipamiento normal, no había más que una sola de esas bolsas.
Él sostuvo mi mirada esperando quizás una disculpa o explicación del ataque a su calva, pero yo estaba calculando el volumen cúbico de mi gran vacío creado por réplicas monosilábicas y contestaciones cortantes y comparándolo al del suyo delimitado con estrechez entre su bajo costillar, el hueso de la cadera y partes de su anatomía inferior de cuyos nombres no me acordaba.
Llené mis pulmones del aire enviciado del dormitorio sintiendo como ese otro vacío, tan apreciado y vital, me insufló fuerza y energía a pesar de su mediocre calidad. (Apenas me paré a considerar la infinita sabiduría del idioma que al yo 'inspirar' aire, me 'inspiró' unos pensamientos novedosos.) De modo que concebí un proyecto concreto con posibilidad de ejecución inmediata y puse manos a la obra. Encendí la lámpara del techo y al sacar del mueble el maletín pequeño -modelo 'Finde'- lo besé admirando el acierto del nombre que le habían puesto en fábrica porque estaba destinado claramente a acompañarme en la conclusión de mi matrimonio.
-Apaga que no me dejas dormir, -se quejó mi todavía marido.
-Descuida que no tardo, -contesté con plena honestidad y cumplí mi palabra.
Creé vacíos pequeños y medianos entre los calcetinas y las camisetas, elegí unas bragas, un par de faldas playeras y unos vaqueros. Cerré el equipaje y ante un nuevo gruñido quejica del sufridor apagué la luz con lo cual el dormitorio se quedó en la penumbra del amanecer. Eran las seis y cuarto de la mañana de un jueves veraniego del año cincuenta y ocho de mi existencia.
Blindado por los malestares de su 'gran vacío' contra acontecimientos muy cercanos que iban a afectar su futuro a corto, medio y largo plazo, mi casi ex murmuró con los ojos cerrados:
-Cierra la puerta al salir. Sabes que la médica me ha recomendado tranquilidad.
Diligente cumplí las ordenes de la profesional de medicina y evacué sin ruido alguno el dormitorio dejándolo un poco más vacío. Durante unos instantes consideré la posibilidad de escribir una nota dramática y misteriosa al estilo de '...te dejo en compañía de tu 'gran vacío' y voy en busca de compañía para llenar el mío...' pero desistí. No iba a darle la oportunidad de llamarme para que le diera una cucharada de jarabe laxante, ni quise arrebatarle la satisfacción de descubrir por si solo lo difícil que resulta llenar un espacio vacío en expansión permante.
Fácil tampoco me resultó a mí, pero eso ya es otra historia.
Dorotea, al leerte me he sentido muy cerca de la protagonista (¿vos misma?)porque encada palabra elegida y perfectamente conjugada has conseguido poner a flor de piel los sentimientos y sensaciones que sin duda fueron provocando ese marcado vacío que se fue instalando entre los dos, en cada uno de estos ex pareja que alguna vez se amaron y soñaron y fueron cómplices de ilusiones y proyectos.
ResponderEliminarEl final de un ciclo compartido no tienen por qué ser el final de la vida. Bien puede señalar un bello comienzo de otro ciclo, quizás más acogedor, más intenso, más feliz...todo depende de cómo el espíritu se disponga a vivirlo, sin culpas ni lástimas ni complacencias.
De veras espero que esta mujer (reitero, no aún sé si se trata de un suceso real y testimonial) logre abrirse camino en medio de ese vacío que sin das irá llenándose de tranquilidad, goces y esperanza
=)
Te dejo un abrazo.
P.d
me encantó el estilo y la forma que le diste a la historia.
Dorotea !salve!, te visito de vez en cuando, y nunca me arrepiento, es un placer.
ResponderEliminarEn este caso he sentido una flatuléncia que todo lo invade, un vacio lleno de nadas que pesan, o de aburrimientos que ahogan, o de hastios que sepultan.
Conforme leída, del relato se apoderaba un ritmo creciente que anunciaba una determinación, se intuye.
Ni una concesión al vacio de las despedidas,ella escapa a la búsqueda de llenar con suerte y energia, los vacios lentos que matan a cámara lenta.
Suerte, añado besos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola, el comentario suprimido es mío, no quería preguntar el "cómo" has sabido conectar esos vacíos, sino afirmarlo.
ResponderEliminarAhí va de nuevo:
* * *
Oye, Dorotea, qué bien has sabido conectar los vacíos físicos con los existenciales.
Se te ve muy suelta en este post; vamos que esa doctora y su diagnóstico han terminado por encender la bombillita que te ha iluminado, para que podamos disfrutar de tus letras.
Huy, el final es como una puntilla que se deja ahí, sin terminar de clavar, para que otro, si quiere, la remate o para que se dé cuenta de lo que duelen sus rozaduras.
Muy bueno, muy bueno. A esto se llama mimetizar un vacío para que nos ayude a despertar de nuestro letargo.
Muchas gracias por visitar a mi blog resucitado y dejarme comentarios tan cariñosos. Debo aclarar que es un ¿relato? ficticio basado en hechos casi imaginados, inventados y aderezados con vinagreta...
ResponderEliminarUn beso