Hay una canción de opereta que hace muchísimos años estuvo de moda en Alemania; la cantaban no solo en el teatro sino también en la calle y en reuniones de amigos. El texto, traducido con cierta libertad, dice así:
“¿Dónde
está escrito que has de tener un solo amor? A veces uno ama a varias, a las más
ligeras y a las más pesadas...”*
La coplilla, claro está, se
refiere a féminas más esbeltas y livianas y a otras de más volumen y peso,
pero, vamos a ver, ¿no nos ocurre lo mismo con las lecturas?
Tanto en charlas de
sobremesa como en entrevistas y encuestas se usa y abusa de la pregunta por el
libro preferido. Mi respuesta siempre es: –¿Uno solo? ¿No puedo darte una
lista?
Yo tengo un libro para viajes
largos, otro para escapadas cortas, y en la guantera del coche escondo uno para
ese rato que me toca esperar hasta que un familiar salga del dentista; mi
lectura ideal para cuando coma sola en casa y quiera complementar los (sin)sabores
del plato precocinado es un sufrido libro de bolsillo que suelo apoyar en la
jarra de agua; hay otro lo suficientemente ‘pesado’ para que distraiga mi mente
y me ofrezca un sendero para la expansión que necesita mi fantasía con el cual
me acuesto cuando el día no ha traído más que complicaciones; cuando me apetece
afinar mi capacidad de comunicación elijo algún párrafo complicado, escrito a
modo de sonata (no tiene que ser de Valle-Inclán) cuya música lingüística me hace vibrar y me pone
‘a tono’ para que luego sepa expresarme con soltura verbal…
En fin, para mí hay un gran
número de lecturas favoritas, subsiguientes a veces y otras simultáneas, que se
acumulan en la estantería hasta que la balda se vaya doblando bajo el peso
combinado de esos amores promiscuos por libros más livianos o más pesados como
las mujeres de las que habla la canción…
Mucho más fácil me resulta
confesar mi preferencia por una biblioteca en concreto. Todos la tenemos: la
más cercana, la mejor surtida, la del personal amable y competente, la del
edificio con solera, la de los medios más modernos, etc. Tal y como pasa con
los sabores, cada uno tiene sus gustos y puede que no coincidamos con nadie. ¿Realmente
con nadie?
“Érase una vez…” No, mucho
mejor: todavía es –y que siga siéndolo por mucho tiempo– una preciosa casa
cerca de un parque, junto a un arroyo, no de miel, sino de aguas espumosas,
ruidosas. En el parque conviven palomas, gaviotas, gallinas, conejos y unos
cuantos pavos reales chillones que se suelen asomar a las ventanas de esa bonita
casa, y cuando las tertulias y círculos de lectura que ahí se celebran se
animan y hay risas e intervenciones aplaudidas, los pavos reales, celosos de no
ser el centro de la atención por sus colas fastuosas, participan desde los
alfeizares con aleteos torpes y gritos agudos, dicho sea de paso sin haber
leído jamás ninguno de los libros.
En otras salas de la casa
reina una gran tranquilidad interrumpida solo por algún que otro cuchicheo, el sonido
de los teclados de ordenadores, por papeles movidos por manos seguras algunas y
sudadas y temblorosas otras. Las sillas junto a las grandes mesas están
ocupadas por chicas y chicos que preparan o repasan sus temas de estudio, y que
trabajan en un creativo silencio compartido.
Además, hay unos cuantos visitantes
–creo que nos llaman lectores– que acudimos a esa casa no para sacar apuntes ni
para comentar o analizar una lectura programada. No, somos personas en busca de
diversión, consuelo, estímulo e información y que encontramos todo eso –como
por experiencia sabemos– en la biblioteca de nuestros amores situada a orillas
del Parque de la Paloma.
Además del material
impreso, audio y visual, nos asiste un grupo de profesionales competentes y
preparados, amables y dispuestos a ayudar a quienes busquemos un título, un
autor, una obra en concreto. Sí, por supuesto, tienen nombres de pila y
apellidos, pero por temor a que se me olvide alguna/o, voy a llamarlos simplemente
bibliotecarias y bibliotecarios, guardianes de los libros, del tesoro que nos
ofrece esa biblioteca, la mejor que hay para mí (y para unos cuantos más).
Ya lo dijo Cicerón: “Si
cerca de tu biblioteca tienes un jardín, nunca te faltará de nada”. ¡Vengan y
compruébanlo, la Biblioteca
de Arroyo de la Miel
les espera!
En gratitud,
Dorotea
*Opereta “Der liebe Augustin” de Leo Hall (1912)
Nunca he sabido responder a esas preguntas excluyentes ¿por qué una/o o dos? ¿por qué nos ponen en semejante aprieto? jejeje
ResponderEliminarEn mi caso suelo escapar por la tangente contestando: sin duda la próxima/el próximo que leeré/veré/etc!
Un abrazo.
p.d
ResponderEliminarpor cierto, bienvenida! =)