(29ª entrega)
Quien
llamaba en ese momento a la puerta, difícilmente podría haber elegido un
momento peor. Marius me ayudó a poner el jersey, y mientras me alisaba el pelo,
se fue a la puerta. La voz femenina del día anterior decía arrastrando
palabras:
- Marius,
tu, es decir, .......el coche de ella
está bloqueando la salida.
- ¿De verdad?
– Marius contestó no abiertamente enfadado, pero con sequedad.
- Al menos
Lilia no puede salir. – insistió la mujer y su voz se alejó: - Parece que he
interrumpido algo, ¿no?
-
Simplemente molestas como siempre. – respondió Marius antes de cerrar la puerta desde fuera.
Me quedé
sola sentada en el estrecho banco. La cara me ardía, y la sensualidad que unos
momentos antes había sentido, se estaba convirtiendo rápidamente en una
impresión de ridiculez y de bochorno, cuando pensé que Marius podría suponer
que me había quitado la sudadera a propósito para seducirlo. ¿Seducirlo? Mi voz
interior era imposible de ignorar, cuando me preguntó si había pasado demasiado
tiempo sin verme a mi misma en el espejo, y le contesté, que sí, que
efectivamente..... Pero mi autoironía me sirvió de poco, y mientras seguía
ajustándome el jersey y el pelo, deseaba poder irme a algún sitio donde
estuviera completamente sola. No tardé en avergonzarme de ese sentimiento
porque reconocía que Marius se portaba como si yo tuviera todo el derecho del
mundo a su apoyo, su ayuda y su simpatía, y como agradecimiento yo añoraba un
lugar, aunque fuera una ratonera, para esconderme sin que nadie me encontrase,
ni siquiera él.
Tan
ensimismada estaba en mis pensamientos, que no oí la puerta. Marius entró, pero
sus pasos no eran tan ligeros como antes, sino que se acercó lentamente y se
sentó a mi lado.
- ¿Qué
ocurre?
Mi
pregunta se cruzó con la suya, que ni era una pregunta.
- Has
tenido visita.
- Sí,
imagínate..... – Tuve la impresión de que no me escuchaba y me callé. Al cabo
de unos segundos, pregunté:
- ¿Te
molesta que Manu haya estado aquí?
- No, ¿por
qué iba a molestarme? – Pero su voz seguía sonando como de lejos, como si no
estuviera pendiente de lo que hablábamos. ¿A lo mejor temía alguna complicación
por Pedro?
- Manu me
ha prometido no decirle a su padre dónde estoy.
- ¿Por qué
dices eso? ¿Crees que le tengo miedo a tu Pedro? – Su voz no era agresiva, sino
que parecía extrañado.
- No, pero
no quiero escándalos, y si Pedro se presentara aquí, lo más seguro es que
montaría un número. – Mi voz interior tenía que añadir algo: ‘Todo se está
complicando, y se habrá asustado cuando lo abrazaste. Ya verás cómo quiere que
te vayas.’
Justo en
ese instante dijo Marius:
- He
estado pensando en el aspecto legal de tu situación.....¿No crees que deberías
comentar con el abogado que te has dado........ permiso del frente?
De hecho
también se me había ocurrido a mí, pero había conseguido evadirme de la idea
del ‘abandono de hogar’ que ahora volvía a asaltarme por las palabras de
Marius.
Le
pregunté qué hora era – la una de la tarde y unos pocos minutos – y tuve que
admitir que Teresa seguramente estaría en la oficina.
- Parece
una buena idea, - dije contrariada mientras volvía a añorar cualquier lugar
escondido, menos un teléfono público con su auricular maloliente y sus
pegajosas teclas.
Marius se
rió y rozó mi pelo con un beso.
- ¡Qué
cara se te ha puesto!
Me encogí
de hombros.
- Sólo he
dicho que es una buena idea, - repetí desganada.
- Pues
venga, nos vamos a la gasolinera. Tú llamas al abogado, y yo mientras compro
algo para picar.
Como un
niña porfiada – así al menos me lo dijo mi voz interior que aquel día estaba
haciendo un esfuerzo extra por hacerme sentir incómoda – me fui al aseo
demorándome mientras Marius me estaba esperando. Cuando salimos me pasó el
brazo por los hombros y me dio un leve achuchón.
- ¿Te pasa
algo?
Negué con
la cabeza porque estaba concentrada en las desigualdades del suelo.
En el
coche, me ayudó con el cinturón, pasándolo varias veces de un lado al otro,
como si no encontrase la hebilla, pero yo estaba tan tensa que no reaccioné a
sus gestos juguetones, y no podía ni quería relajarme. Al final, lo oí
suspirar, o al menos creía escucharlo, puso la radio del coche y arrancamos.
Teresa
seguía en la oficina, al igual que su jefe, que, apenas le había explicado el
motivo de mi llamada, me bombardeó con sus frases aceleradas.
-
Comprendo perfectamente su deseo de distanciarse, pero ¿por qué ha tenido que
entregarle a su esposo todas las bazas de la baraja?
No tenía
sentido contestarle porque ya estaba enumerando
artículos y cláusulas relacionados con mi situación. Cuando estaba a
punto de dejar de escucharle, dijo algo que entendí:
- ....
debería volver a su casa hasta que hayamos obtenido unas primeras
disposiciones.
Como yo
continuaba callada, preguntó:
- ¿Sigue
allí? ¿Lo ha comprendido todo?
Intenté
hablar sin pausas para que no me cortase:
- Sí,
claro que sigo aquí. Entonces, ¿quiere decir que debo volver a casa porque mi ausencia
podría utilizarse en mi contra, a pesar de que mi marido se marchó hace semanas
para convivir con otra mujer?
Contestó
afirmativamente, si bien como si se extrañara de la frialdad de mi pregunta.
Colgué
deprimida y triste, porque sabía con más claridad que nunca que no quería
volver a lo de antes.
Marius no
preguntó nada cuando me recogió y
recorrimos en silencio el corto camino al aparcamiento junto al mar. Los
sandwiches sabían a papel y mantequilla algo rancia, y el café estaba muy
caliente, pero amargo como siempre. Comimos sin hablar, y solamente una vez
dijo Marius:
- Hay unas
gaviotas sentadas sobre las farolas, que nos observan como si fueran buitres
hambrientos.
Más tarde
llevó los restos de nuestra merienda a la papelera, y cuando se había subido de
nuevo al coche, pudimos escuchar los graznidos y gritos con los que las
gaviotas se disputaban los papeles y trozos de pan.
Finalmente
fue Marius quien dio el primer paso:
- ¿Te ha
dicho el abogado que debes volver, verdad?
Asentí sin
hablar, y me preguntó con su voz más impersonal:
- Y ¿qué
piensas hacer?
Me encogí
de hombros y quise darme media vuelta hacia el lado opuesto para que no viese
en mi cara lo agitada que estaba, pero su mano me tocó suavemente la mejilla
sujetándome.
- Lo has aguantado
durante tanto tiempo que también podrás con esto. – Su voz apenas era más que
un susurro, y sus dedos repasaban la línea de mi barbilla, y descendían por mi
cuello: - ¡Qué rápido va tu pulso! – me dijo al oído.
Sentí como
jugaba con el borde del jersey, y lo levanté un poco abriendo un hueco para su
mano. Respiró más hondo, y su inquietud se transmitía en ondas a mi cuerpo. Sus
manos parecían estar en todos los lados, y yo no quería pensar en nada que no
fuera él. Sus labios secos y calientes pasaban por mi cara acariciando la
huella del golpe, y buscando mi boca.
De pronto
se paró, se apartó mínimamente, y al cabo de unos segundos aclaró su voz:
- Seamos
razonables. No es el momento más adecuado, y tu coche es muy estrecho.
Crucé los
brazos, y conseguí poner una cara neutral.
- Por
supuesto, - incluso me salió una risita toda natural: - Tienes mucha razón.
Volvió a
inclinarse sobre mí:
- ¿Dónde
está la gracia? – Esta vez su beso no fue juguetón y tierno, sino desafiante,
pero no respondí, y resistiéndome a mostrarle la pesadez seductora que me
llenaba, me concentré en mi misma y en no enseñar mis sentimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario