miércoles, 1 de julio de 2015

MIRADAS (29)




(29ª entrega)


Quien llamaba en ese momento a la puerta, difícilmente podría haber elegido un momento peor. Marius me ayudó a poner el jersey, y mientras me alisaba el pelo, se fue a la puerta. La voz femenina del día anterior decía arrastrando palabras:
- Marius, tu, es decir,  .......el coche de ella está bloqueando la salida.
- ¿De verdad? – Marius contestó no abiertamente enfadado, pero con sequedad.
- Al menos Lilia no puede salir. – insistió la mujer y su voz se alejó: - Parece que he interrumpido algo, ¿no?
- Simplemente molestas como siempre. – respondió Marius  antes de cerrar la puerta desde fuera.

Me quedé sola sentada en el estrecho banco. La cara me ardía, y la sensualidad que unos momentos antes había sentido, se estaba convirtiendo rápidamente en una impresión de ridiculez y de bochorno, cuando pensé que Marius podría suponer que me había quitado la sudadera a propósito para seducirlo. ¿Seducirlo? Mi voz interior era imposible de ignorar, cuando me preguntó si había pasado demasiado tiempo sin verme a mi misma en el espejo, y le contesté, que sí, que efectivamente..... Pero mi autoironía me sirvió de poco, y mientras seguía ajustándome el jersey y el pelo, deseaba poder irme a algún sitio donde estuviera completamente sola. No tardé en avergonzarme de ese sentimiento porque reconocía que Marius se portaba como si yo tuviera todo el derecho del mundo a su apoyo, su ayuda y su simpatía, y como agradecimiento yo añoraba un lugar, aunque fuera una ratonera, para esconderme sin que nadie me encontrase, ni siquiera él.

Tan ensimismada estaba en mis pensamientos, que no oí la puerta. Marius entró, pero sus pasos no eran tan ligeros como antes, sino que se acercó lentamente y se sentó a mi lado.
- ¿Qué ocurre?
Mi pregunta se cruzó con la suya, que ni era una pregunta.
- Has tenido visita.
- Sí, imagínate..... – Tuve la impresión de que no me escuchaba y me callé. Al cabo de unos segundos, pregunté:
- ¿Te molesta que Manu haya estado aquí?
- No, ¿por qué iba a molestarme? – Pero su voz seguía sonando como de lejos, como si no estuviera pendiente de lo que hablábamos. ¿A lo mejor temía alguna complicación por Pedro?
- Manu me ha prometido no decirle a su padre dónde estoy.
- ¿Por qué dices eso? ¿Crees que le tengo miedo a tu Pedro? – Su voz no era agresiva, sino que parecía extrañado.
- No, pero no quiero escándalos, y si Pedro se presentara aquí, lo más seguro es que montaría un número. – Mi voz interior tenía que añadir algo: ‘Todo se está complicando, y se habrá asustado cuando lo abrazaste. Ya verás cómo quiere que te vayas.’
Justo en ese instante dijo Marius:
- He estado pensando en el aspecto legal de tu situación.....¿No crees que deberías comentar con el abogado que te has dado........ permiso del frente?
De hecho también se me había ocurrido a mí, pero había conseguido evadirme de la idea del ‘abandono de hogar’ que ahora volvía a asaltarme por las palabras de Marius.
Le pregunté qué hora era – la una de la tarde y unos pocos minutos – y tuve que admitir que Teresa seguramente estaría en la oficina.
- Parece una buena idea, - dije contrariada mientras volvía a añorar cualquier lugar escondido, menos un teléfono público con su auricular maloliente y sus pegajosas teclas.
Marius se rió y rozó mi pelo con un beso.
- ¡Qué cara se te ha puesto!
Me encogí de hombros.
- Sólo he dicho que es una buena idea, - repetí desganada.
- Pues venga, nos vamos a la gasolinera. Tú llamas al abogado, y yo mientras compro algo para picar.

Como un niña porfiada – así al menos me lo dijo mi voz interior que aquel día estaba haciendo un esfuerzo extra por hacerme sentir incómoda – me fui al aseo demorándome mientras Marius me estaba esperando. Cuando salimos me pasó el brazo por los hombros y me dio un leve achuchón.
- ¿Te pasa algo?
Negué con la cabeza porque estaba concentrada en las desigualdades del suelo.
En el coche, me ayudó con el cinturón, pasándolo varias veces de un lado al otro, como si no encontrase la hebilla, pero yo estaba tan tensa que no reaccioné a sus gestos juguetones, y no podía ni quería relajarme. Al final, lo oí suspirar, o al menos creía escucharlo, puso la radio del coche y arrancamos.

Teresa seguía en la oficina, al igual que su jefe, que, apenas le había explicado el motivo de mi llamada, me bombardeó con sus frases aceleradas.
- Comprendo perfectamente su deseo de distanciarse, pero ¿por qué ha tenido que entregarle a su esposo todas las bazas de la baraja?
No tenía sentido contestarle porque ya estaba enumerando  artículos y cláusulas relacionados con mi situación. Cuando estaba a punto de dejar de escucharle, dijo algo que entendí:
- .... debería volver a su casa hasta que hayamos obtenido unas primeras disposiciones.
Como yo continuaba callada, preguntó:
- ¿Sigue allí? ¿Lo ha comprendido todo?
Intenté hablar sin pausas para que no me cortase:
- Sí, claro que sigo aquí. Entonces, ¿quiere decir que debo volver a casa porque mi ausencia podría utilizarse en mi contra, a pesar de que mi marido se marchó hace semanas para convivir con otra mujer?
Contestó afirmativamente, si bien como si se extrañara de  la frialdad de mi pregunta.
Colgué deprimida y triste, porque sabía con más claridad que nunca que no quería volver a lo de antes.

Marius no preguntó nada cuando me recogió  y recorrimos en silencio el corto camino al aparcamiento junto al mar. Los sandwiches sabían a papel y mantequilla algo rancia, y el café estaba muy caliente, pero amargo como siempre. Comimos sin hablar, y solamente una vez dijo Marius:
- Hay unas gaviotas sentadas sobre las farolas, que nos observan como si fueran buitres hambrientos.
Más tarde llevó los restos de nuestra merienda a la papelera, y cuando se había subido de nuevo al coche, pudimos escuchar los graznidos y gritos con los que las gaviotas se disputaban los papeles y trozos de pan.

Finalmente fue Marius quien dio el primer paso:
- ¿Te ha dicho el abogado que debes volver, verdad?
Asentí sin hablar, y me preguntó con su voz más impersonal:
- Y ¿qué piensas hacer?
Me encogí de hombros y quise darme media vuelta hacia el lado opuesto para que no viese en mi cara lo agitada que estaba, pero su mano me tocó suavemente la mejilla sujetándome.
- Lo has aguantado durante tanto tiempo que también podrás con esto. – Su voz apenas era más que un susurro, y sus dedos repasaban la línea de mi barbilla, y descendían por mi cuello: - ¡Qué rápido va tu pulso! – me dijo al oído.
Sentí como jugaba con el borde del jersey, y lo levanté un poco abriendo un hueco para su mano. Respiró más hondo, y su inquietud se transmitía en ondas a mi cuerpo. Sus manos parecían estar en todos los lados, y yo no quería pensar en nada que no fuera él. Sus labios secos y calientes pasaban por mi cara acariciando la huella del golpe, y buscando mi boca.
De pronto se paró, se apartó mínimamente, y al cabo de unos segundos aclaró su voz:
- Seamos razonables. No es el momento más adecuado, y tu coche es muy estrecho.
Crucé los brazos, y conseguí poner una cara neutral.
- Por supuesto, - incluso me salió una risita toda natural: - Tienes mucha razón.
Volvió a inclinarse sobre mí:

- ¿Dónde está la gracia? – Esta vez su beso no fue juguetón y tierno, sino desafiante, pero no respondí, y resistiéndome a mostrarle la pesadez seductora que me llenaba, me concentré en mi misma y en no enseñar mis sentimientos.

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