lunes, 29 de junio de 2015

MIRADAS (28)







(28ª entrega)

- Fue hace algún tiempo cuando yo estaba pasando una mala racha, - dijo colocando en mi mano un croissant con mantequilla, - Perdí el trabajo porque la empresa reducía plantilla, y mi vida privada igualmente estaba por los suelos. Entonces me encontré con un compañero de clase que no había visto durante años. Es mago, y trabaja en este circo.
- ¿Un mago?
- Sí, y resultó que necesitaba un colaborador...
- ¿Tú también haces magia?
- No, no, solamente soy un personaje de relleno y procuro que todos los utensilios estén en su sitio. Además, a veces ayudo al pirófago, pero no es lo mío.
Me hubiera gustado contarle que yo lo había bautizado ‘el fumador’ porque buscaba una explicación al persistente olor a humo que lo solía acompañar en sus visitas, y para el que nunca se me habría ocurrido una causa tan ‘exótica’, y sigo creyendo que podríamos habernos reído juntos de mis ideas y conclusiones, pero en aquel momento no pude hacer un comentario a la ligera. Me extrañaba la manera en la que me estaba hablando, como si aquella fuera su última oportunidad de explicarse. Dejando a un lado la reserva con la que suelo tratar mis intuiciones, le pregunté:
- ¿Es una despedida? ¿Quieres que me vaya? Ya sé que soy una carga enorme para ti. ¡Si al menos pudiera ver!
- Entonces, no creo que hubiera tenido el valor suficiente para invitarte a venir aquí.
- ¿Qué quieres decir con esto?

Pero no me contestó porque llamaron a la puerta. Cuando Marius fue a abrir, la caravana volvía a balancearse como un suave eco de sus pasos. Habló en la puerta con alguien y luego volvió a la mesa:
- Tengo que salir ahora mismo. Después seguimos hablando, ¿de acuerdo? – Hesitó un poco: - ¿Puedo llevarme el coche, Lisa? Pero puede ser que tarde bastante.
- Claro que sí, - Busqué en la mesa el móvil: - No se te olvide devolverlo.
- Ya lo haré después. Por favor, cierra con llave.

La caravana dejó de moverse, porque Marius se había ido. Fui hasta la puerta y la abrí un poco. Muy cerca arrancó un coche, probablemente el mío. Suspiré e iba a cerrar, cuando una voz de hombre dijo en alemán:
- ¡Espere!
No contesté y seguía cerrando la puerta.
- ¡No tenga tanta prisa! – La voz se acercaba: - Sólo quiero que me devuelva el móvil.
- Por supuesto, un momento, por favor. – Busqué la mesa, cogí el móvil y volví a la puerta.
- Tenga, y muchas gracias.
- Ha sido un placer para mí, - Parecía que quería seguir hablando: - ¿Se encuentra bien? ¿Se ha caído?
- No, - toqué rápidamente el chichón que todavía me dolía: - He chocado contra una esquina en la caravana.
- Sí, claro, la viga de la puerta, - ahora sí que se alejaba su voz: - ¡Tanto por el romanticismo de la vida sobre ruedas! – Se reía de un modo poco natural, y yo tenía la impresión de que me estaba mirando de arriba abajo.
- Gracias por dejarme el móvil, - dije otra vez para disimular la repentina timidez que sentía: - Adiós. – Y sin esperar su respuesta, apreté la puerta y cerré con llave.

Cuando volví a sentarme, noté lo nerviosa que estaba sin saber muy bien por qué. Busqué a tientas el discman, pero no estaba ni en la mesa ni en el banco, y por primera vez desde que había entrado en la caravana, sentí la impetuosa necesidad de ver algo. Sin conseguir nada, di unas patadas al banco, luego no lo pensé más, y apreté la hinchazón que todavía tenía en la sien.
Unos rayos de sol que entraban por la ventanilla atravesaban el estrecho pasillo de la caravana. Al fondo sobre la cama vi una manta doblada de varios colores, pero ya se había esfumado la imagen, y me quedé sentada pensativa y algo preocupada. ¿Tenía algún sentido mi escapada? Debido a nuestra amistad Marius había aceptado cuidar de mí ... para – ¿cómo dijo en el garaje? – una vuelta. Me di cuenta de que la vuelta ya había durado lo suficiente, al menos para él que era el anfitrión. Yo estaba muy a gusto en su compañía, pero cuanto más tiempo pasaba con él, más me costaría volver a arreglármelas sola. Mi mano tocó en el bolsillo la llave que Marius me había dado la noche anterior. El haberme sacado una copia de la llave para su caravana, no parecía indicar que estaba deseando liberarse de mí. Pero mi voz interior tenía que tener la última palabra: Quizás Marius quería evitar que le denunciasen por homicidio involuntario caso de haber un incendio.

Había pasado más de una hora, cuando me di cuenta de que estaban llamando tímidamente a la puerta. Me acerqué sin hacer ruido, y oí como llamaban de nuevo. Luego escuché la voz de Manu:
- Mam, ¿estás allí dentro?
Tuve que hacer un esfuerzo por respirar, tan sorprendida estaba, y tardé una pequeña eternidad en meter la llave en la cerradura y abrir. Nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto en semanas. Finalmente lo hice pasar porque continuábamos con la puerta semiabierta. Cerré con llave, mientras Manu corría de un lado para otro haciendo vibrar el suelo con sus rápidos pasos.
- ¡Qué guapo! – estaba encantado porque desde siempre había soñado con hacer un viaje en una caravana. Se escuchaba una puerta.
- ¡Qué wáter tan diminuto! .....¿Es que tú cabes aquí, Mam?
Pasó por mi lado y como disculpa por su frescura me dio un beso justo encima del chichón. Me aparté.
- ¡Ten cuidado!
- ¡Tiene mal aspecto!
- Gracias, - dije cortante: - ¿Cómo te va en casa? Y, sobre todo, ¿cómo me has encontrado?
Me había sentado en el banco, y Manu se apretujó a mi lado.
- Eso fue fácil. Como el teléfono de casa tiene memoria de llamadas, llamé al móvil ese porque quería volver a hablar contigo, pero me salió el dueño del móvil, y cuando pregunté por ti, me dijo dónde encontrarte. Me ha traído el Largo en la moto.
- ¿Dónde está el Largo ahora?
- Le he mandado a echar gasolina.
Manu estaba tan contento consigo mismo que no quería criticar su manera presumida, pero él sabía perfectamente cómo interpretar la expresión de mi cara, y se defendió:
- Mam, quien paga, manda. Yo le he dado dinero para gasolina, así que...
- Vale, vale. – No quería discutir sobre este tema, especialmente en aquellas circunstancias: - ¿Te queda algo?  De dinero, me refiero.
Manu hacía sonar las monedas que llevaba en el bolsillo. Luego se reía para dentro:
- ¿Te lo has creído? Pensabas que iba a darte unas monedillas sueltas, ¿a que sí? – Su voz se hizo confidencial: - Ten, Mam, te he traído todos los billetes que tenías en tu cajón. ¿No me dices tú siempre que sin dinero no se puede salir a la calle?
Me dio unos cuantos billetes enrollados, y aliviada, me los metí en el bolsillo.
- Mam, ¿qué estás haciendo aquí? El de la caravana, ¿es tu amigo? – De repente, su voz se había vuelto muy seria.
Suspiré porque me hubiera gustado saber qué contestar.
- Sí, claro que es mi amigo, - dije un poco seca y antipática: - Si no, no estaría aquí.
- Sabes a que me refiero, Mam, igual que Papá con la tía esa?
- No, no de esa manera. – Me callé porque no quería hablar sobre ese tema antes de aclararme yo misma.
- ¡Maldito sea! – Manu se levantó de golpe: - Allí está el Largo y me tengo que ir.
También yo escuchaba como afuera sonaba el pito de una moto.
- Tened cuidado en la carretera, - le agarré por la manga: - y por favor, no le digas a tu padre dónde estoy.
- Por supuesto que no, - me estampó un beso en la mejilla: - Por eso borré el número del móvil de la memoria. Mam, ¡cuídate!
Abrió la puerta y gritó hacia fuera:
- ¡Espera, pesado! – Me dio otro abrazo: - Mam, ¡vuelve pronto! – Otro beso, directamente sobre la hinchazón, pero no dije nada, y un segundo más tarde oí como bajaba los escalones. El motor de una moto aceleró, y al momento su ruido había desaparecido.

Me levanté para cerrar con llave, y después me la guardé en el bolsillo. Llena de energía por la visita de Manu, repasé los estantes al lado del banco y después de unos intentos di con el discman. Lo puse sobre la mesa y me metí en el pequeño aseo, donde intenté peinarme. Luego saqué mi bolso de viaje que Marius había guardado debajo del banco, para ponerme otro jersey, y justo cuando me había quitado la sudadera que llevaba, escuché su llave en la puerta.

Su silbido apreciativo hizo que me tapase con el jersey en una postura seguramente bastante cursi, pero Marius no se rió sino que dijo simplemente: - ¿Me dejas que te ayude? – Sus dedos se deslizaban a lo largo de mi brazo, trazando dibujos sobre mi piel, y finalmente, entrelazándose con mi mano. Manu, mis mil preguntas y el resto del mundo desaparecieron en la lejanía. Sus labios acariciaban mi oreja, mi cuello, y me besaba en el hombro.

- Estás muy guapa, y me encanta que me recibas con una sonrisa así. - me susurraba al oído, y su aliento rozaba mi piel cuando me volvía a besar.

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