jueves, 18 de junio de 2015

MIRADAS (27)






(27ª entrega)



Cuando más tarde me había quedado sola en la caravana, estaba enroscada en una manta, porque hacía fresco, y como Marius me explicó, él no quería encender la estufa de gas porque yo podría tropezar con ella. Sentada en el banco, escuchaba sin mucha atención la música que salía por los auriculares del discman que me había prestado Marius, y pensaba – como no – en Manu, y en que llevaba casi dos días sin verle.
La música parecía cambiar de ritmo varias veces, pero después de un rato me di cuenta de que era alguien que llamaba a la puerta de la caravana. Un poco asustada, me quité los auriculares y no me moví, a pesar de que sabía que desde fuera se debía ver la luz de la lámpara. Las llamadas cesaron, solamente para volver a sonar en la pequeña ventana que tenía casi detrás de mí.
- Hola, - dijo una voz femenina: - Sé que estás dentro, así que abre la ventana, ya que no quieres abrirme la puerta. – Hablaba en alemán con un fuerte acento de algún país del Este de Europa.
Tanteando el cierre de la ventana corredera, descubrí un pasador y la pude abrir un poco. La voz se hizo más fuerte, y la que hablaba había bebido porque su aliento olía a cerveza.
- ¿Qué haces tú en la caravana de Albert?
Arrastraba las palabras, y yo me preguntaba fastidiada porque no había apagado la luz cuando Marius se fue.
- ¿Quién eres? - continuaba la desconocida con su interrogatorio: - ¿A qué te ha traído Marius aquí? No eres para nada su tipo, ¿lo sabías?

Empecé a cerrar la ventana porque no tenía la más mínima intención de discutir con una borracha a la que ni siquiera podía ver.
- ¡Contéstame! – Su voz se alejaba y se acercaba, como si la mujer estuviera tambaleándose: - si no quieres que arme un escándalo y les diga a todos que eres una ladrona.
- Entonces no hubiera cerrado la puerta con llave, - dije enfadada, y me mordí los labios porque no había querido contestar.
- ¿Te ha encerrado? – preguntó indignada, como si desde un principio hubiese estado de parte mía: - Y ¡también te ha pegado! Tienes la cara hinchada. ¡Vaya cerdo!
Quería explicarle la situación, pero ella bebía ruidosamente, y luego tocó la ventana con su botella.
- Si quieres, reúno aquí a todo el mundo para que vean qué tipo tan falso es ese fino caballero. A mi nadie me cree....
- ¡De ninguna manera! – la solté horrorizada por el desarrollo de la conversación: - Claro que no quiero. ¡No me ha pegado!
- ¡Vaya, otra que está enamorada de él! Sí, sí, donde hay amor.... además con tu pinta, no tendrás a los pretendientes haciendo cola precisamente.
Su aliento me alcanzó a través de la ventana, y me eché a un lado para esquivarlo.
- Ya te darás cuenta de que este tío es un fantasmón. No le creas ni una palabra.

La botella chocó contra la pared de la caravana.
Después la misma voz dijo pronunciando con más claridad:
- Hombre, Marius, ¿qué tal?
No pude entender lo que él decía, pero ella contestó rápidamente:
- Que va, no hablo con nadie, ya sabes como estoy cuando he tomado una copa. Me encontré esta botella vacía, y la cogí para que nadie la pisara....
Su voz se alejó, y pocos segundos después Marius abrió la puerta trayendo consigo una ráfaga de aire frío.
- ¿Te ha molestado?, - preguntó cerrando la ventanita a mi espalda, y encajando el pasador. Luego puso una cosa delante de mi sobre la mesa de manera que rozaba mi mano.
- Te he sacado una copia de la llave, porque no me parecía bien dejarte encerrada... Métela en el bolsillo del pantalón para que no se te pueda caer.
Palpé la llave con la mano, notando que llevaba una cadenita con un objeto con forma de media luna.
- ¿Una luna?
- Sí, me dijiste alguna vez que te gustaban las lunas.
- Gracias por la llave, - fue todo lo que se me ocurrió.
Marius tenía prisa y ya se iba hacia la puerta donde me enseñó dónde exactamente estaba la cerradura. Después salió afuera, pero volvió a subir los escalones.
- Esa mujer, ¿te ha insultado? Está bebida casi siempre.
- No, no, - dije precipitadamente, - No hemos hablado casi nada.
- Hasta luego, entonces. Cierra por dentro para que vea que te orientas bien.
Obedientemente cerré la puerta, metí la llave en la cerradura y di una vuelta. Después volví con toda naturalidad al banco, y me extrañé de que casi ya no me molestaba el balanceo del suelo debajo de mis pies.


Cuando Marius volvió, ya era muy tarde. Hubiera preferido esperarle, pero al final estaba demasiado cansada, así que pasé a tientas por el aseo, y me acosté en la cama, donde él había dejado todo preparado. Nada más echarme, vino él, y sus manos, húmedas y, por una vez frías, me despejaron al rozar mi cara cuando nos tapó.
- Vaya frío que se ha levantado, - dijo arrimándose un poco más: - Está haciendo aire, y la ducha estaba helada porque el viento no paraba de apagar el calentador.

Podía sentir cada detalle de su cuerpo, y no me atrevía a moverme. Dentro de mí luchaban el bochorno del casi inconcebible hecho de estar en la cama con un hombre que no fuera Pedro, la intensa ilusión que me hacía su familiaridad cariñosa y sin rodeos, y la preocupación por no parecerle lo bastante atractiva para que fuera a más, sin que yo supiese cómo iba a reaccionar en caso contrario. En ese momento me pasó el brazo por la cadera, y aunque yo deseaba acercarme con movimientos mínimos e imperceptibles, seguí bloqueada. Noté que respiraba profundamente, aflojando la leve presión de su cuerpo que tanto me estaba confundiendo, y casi sin darme cuenta, pero no en contra de mi voluntad,  recuperé el contacto.
Su mano se paró sobre mi pecho acariciándolo como con una pluma y sin intención aparente, pero incluso así ese ligero roce enviaba un intenso anhelo a través de todo mi cuerpo. Por un instante quería apretarme contra él, darme la vuelta, tensarme como un arco..... pero me mantuve inmóvil, centrada totalmente en ese temblor interno y luchando por ocultarlo, por reservarlo para mí, sin entregárselo a nadie ni exponerlo a burla o rechazo. 

De modo que sin moverme escuchaba su respiración pausada y regular que al cabo de un rato parecía decirme que la caricia había sido un gesto inconsciente, una aproximación amistosa y nada más. Mis pensamientos y el viento del Este todavía me mantuvieron despierta durante bastante tiempo, porque tenia tanto en que pensar y también porque el levante soplaba con fuerza otoñal y hacía que la caravana crujiese y vibrase. En sueños, Marius se dio la vuelta llevándose la mayor parte de la manta, y yo pasaba frío y sólo conseguí dormirme de madrugada.  

Cuando me desperté, estaba sola en la cama, y un calor reconfortante llenaba la caravana. Desde la mesa venía música y un tentador olor a café. Me senté y quise doblar la manta, pero Marius vino y me la quitó de las manos.
- Buenos días, - me dijo con una voz que sonaba como si se sonriera, - te juro que pensé que ibas a hibernar bajo la manta. Ven.
Apenas estuve sentada en el banco, me puso un teléfono móvil en la mano.
- Ten, lo he pedido prestado, - dijo: - Llámalo a tu hijo para que se te quite esta cara de preocupación.
- Esta mañana no he pensado en él todavía, - protesté.
- Pero al menos durante media noche.
Lo cual no podía negar, ni tampoco decirle en quién había pensado durante la otra mitad de la noche. Marius marcó el número, y yo me acerqué el móvil al oído.

La voz obviamente dormida de Manu murmuró: -¿Sí? – y detecté algo de rencor porque los sábados solía dormir hasta muy tarde.
- ¡Dormilón! – le dije cariñosamente: - ¿Podemos hablar?
Se despertó de golpe.
- Mam, no te puedes ni imaginar la bronca que tuve ayer con Papá. Delante de la tía esa le dije lo que pensaba de todo el asunto y que te podía comprender perfectamente. Esto lo sacó de sus casillas, y a ella también.
Sí que me podía imaginar la escena, pero había otra cosa que me interesaba bastante más.
- Y ¿puedes hacerlo de verdad? Quiero decir, entenderme.
Durante un momento no escuché nada, luego dijo Manu:
- Bueno, no de verdad de verdad, pero comprendo que Papá te ha provocado demasiado. Sólo que, Mam, ¿volverás a casa, no? Y ¿dónde estás?
- Con un amigo, - contesté y tuve que reírme un poco: - y si te soy sincera, no sé dónde estoy exactamente.
- ¿Qué? – Manu estaba horrorizado: - ¿Te ha secuestrado o algo parecido? ¿Dónde está el coche?
Cogí aire para una contestación que se presentaba complicada, cuando escuché la puerta de la caravana: Marius había salido.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué no dices nada? – La voz de Manu se me metía por el oído.
- Escúchame bien, - le dije: - Tienes edad suficiente como para arreglártelas tú solo durante unos días o una semana. Además dentro de nada tendrás vacaciones.
Manu quise decir algo, pero yo no había terminado.
- Claro que volveré, lo que no sé es exactamente cuándo. Te llamaré cada dos por tres para que hablemos. Pórtate de acuerdo con tu edad, Manu, y no te pelees con tu padre.

Seguía callado, y yo me encontré indecisa entre el deseo de continuar dónde estaba, lejos de obligaciones y casi libre de recuerdos, y las ganas de decirle a Manu, sí, no te preocupes, volveré hoy mismo, para calmar el tono excitado y nervioso de su voz. Como no podía decidirme, no dije nada, y a pesar de que yo esperaba que  insistiera y discutiera conmigo, lo único que dijo fue:
- Ven pronto, Mam, no se está bien sin ti.
Nos despedimos bastante alegres, puse el móvil sobre la mesa y fui a tientas hasta la puerta y la abrí. Al parecer, Marius estaba cerca porque enseguida me cogió de la mano y volvimos al calor de la caravana.
- Tienes otra cara, - me dijo sin preguntar nada sobre mi conversación con Manu, y luego se lanzó directamente a hablar de su trabajo en el circo.

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