(27ª entrega)
Cuando más
tarde me había quedado sola en la caravana, estaba enroscada en una manta,
porque hacía fresco, y como Marius me explicó, él no quería encender la estufa
de gas porque yo podría tropezar con ella. Sentada en el banco, escuchaba sin
mucha atención la música que salía por los auriculares del discman que me había
prestado Marius, y pensaba – como no – en Manu, y en que llevaba casi dos días
sin verle.
La música
parecía cambiar de ritmo varias veces, pero después de un rato me di cuenta de
que era alguien que llamaba a la puerta de la caravana. Un poco asustada, me
quité los auriculares y no me moví, a pesar de que sabía que desde fuera se
debía ver la luz de la lámpara. Las llamadas cesaron, solamente para volver a
sonar en la pequeña ventana que tenía casi detrás de mí.
- Hola, -
dijo una voz femenina: - Sé que estás dentro, así que abre la ventana, ya que
no quieres abrirme la puerta. – Hablaba en alemán con un fuerte acento de algún
país del Este de Europa.
Tanteando
el cierre de la ventana corredera, descubrí un pasador y la pude abrir un poco.
La voz se hizo más fuerte, y la que hablaba había bebido porque su aliento olía
a cerveza.
- ¿Qué
haces tú en la caravana de Albert?
Arrastraba
las palabras, y yo me preguntaba fastidiada porque no había apagado la luz
cuando Marius se fue.
- ¿Quién
eres? - continuaba la desconocida con su interrogatorio: - ¿A qué te ha traído
Marius aquí? No eres para nada su tipo, ¿lo sabías?
Empecé a
cerrar la ventana porque no tenía la más mínima intención de discutir con una
borracha a la que ni siquiera podía ver.
-
¡Contéstame! – Su voz se alejaba y se acercaba, como si la mujer estuviera
tambaleándose: - si no quieres que arme un escándalo y les diga a todos que
eres una ladrona.
- Entonces
no hubiera cerrado la puerta con llave, - dije enfadada, y me mordí los labios
porque no había querido contestar.
- ¿Te ha
encerrado? – preguntó indignada, como si desde un principio hubiese estado de
parte mía: - Y ¡también te ha pegado! Tienes la cara hinchada. ¡Vaya cerdo!
Quería
explicarle la situación, pero ella bebía ruidosamente, y luego tocó la ventana
con su botella.
- Si quieres,
reúno aquí a todo el mundo para que vean qué tipo tan falso es ese fino
caballero. A mi nadie me cree....
- ¡De
ninguna manera! – la solté horrorizada por el desarrollo de la conversación: -
Claro que no quiero. ¡No me ha pegado!
- ¡Vaya,
otra que está enamorada de él! Sí, sí, donde hay amor.... además con tu pinta,
no tendrás a los pretendientes haciendo cola precisamente.
Su aliento
me alcanzó a través de la ventana, y me eché a un lado para esquivarlo.
- Ya te
darás cuenta de que este tío es un fantasmón. No le creas ni una palabra.
La botella
chocó contra la pared de la caravana.
Después la
misma voz dijo pronunciando con más claridad:
- Hombre,
Marius, ¿qué tal?
No pude
entender lo que él decía, pero ella contestó rápidamente:
- Que va,
no hablo con nadie, ya sabes como estoy cuando he tomado una copa. Me encontré
esta botella vacía, y la cogí para que nadie la pisara....
Su voz se
alejó, y pocos segundos después Marius abrió la puerta trayendo consigo una
ráfaga de aire frío.
- ¿Te ha
molestado?, - preguntó cerrando la ventanita a mi espalda, y encajando el
pasador. Luego puso una cosa delante de mi sobre la mesa de manera que rozaba
mi mano.
- Te he
sacado una copia de la llave, porque no me parecía bien dejarte encerrada...
Métela en el bolsillo del pantalón para que no se te pueda caer.
Palpé la
llave con la mano, notando que llevaba una cadenita con un objeto con forma de
media luna.
- ¿Una
luna?
- Sí, me
dijiste alguna vez que te gustaban las lunas.
- Gracias
por la llave, - fue todo lo que se me ocurrió.
Marius
tenía prisa y ya se iba hacia la puerta donde me enseñó dónde exactamente
estaba la cerradura. Después salió afuera, pero volvió a subir los escalones.
- Esa
mujer, ¿te ha insultado? Está bebida casi siempre.
- No, no,
- dije precipitadamente, - No hemos hablado casi nada.
- Hasta
luego, entonces. Cierra por dentro para que vea que te orientas bien.
Obedientemente
cerré la puerta, metí la llave en la cerradura y di una vuelta. Después volví
con toda naturalidad al banco, y me extrañé de que casi ya no me molestaba el
balanceo del suelo debajo de mis pies.
Cuando
Marius volvió, ya era muy tarde. Hubiera preferido esperarle, pero al final
estaba demasiado cansada, así que pasé a tientas por el aseo, y me acosté en la
cama, donde él había dejado todo preparado. Nada más echarme, vino él, y sus
manos, húmedas y, por una vez frías, me despejaron al rozar mi cara cuando nos
tapó.
- Vaya
frío que se ha levantado, - dijo arrimándose un poco más: - Está haciendo aire,
y la ducha estaba helada porque el viento no paraba de apagar el calentador.
Podía
sentir cada detalle de su cuerpo, y no me atrevía a moverme. Dentro de mí
luchaban el bochorno del casi inconcebible hecho de estar en la cama con un
hombre que no fuera Pedro, la intensa ilusión que me hacía su familiaridad
cariñosa y sin rodeos, y la preocupación por no parecerle lo bastante atractiva
para que fuera a más, sin que yo supiese cómo iba a reaccionar en caso
contrario. En ese momento me pasó el brazo por la cadera, y aunque yo deseaba
acercarme con movimientos mínimos e imperceptibles, seguí bloqueada. Noté que
respiraba profundamente, aflojando la leve presión de su cuerpo que tanto me
estaba confundiendo, y casi sin darme cuenta, pero no en contra de mi voluntad, recuperé el contacto.
Su mano se
paró sobre mi pecho acariciándolo como con una pluma y sin intención aparente,
pero incluso así ese ligero roce enviaba un intenso anhelo a través de todo mi
cuerpo. Por un instante quería apretarme contra él, darme la vuelta, tensarme
como un arco..... pero me mantuve inmóvil, centrada totalmente en ese temblor
interno y luchando por ocultarlo, por reservarlo para mí, sin entregárselo a
nadie ni exponerlo a burla o rechazo.
De modo
que sin moverme escuchaba su respiración pausada y regular que al cabo de un
rato parecía decirme que la caricia había sido un gesto inconsciente, una
aproximación amistosa y nada más. Mis pensamientos y el viento del Este todavía
me mantuvieron despierta durante bastante tiempo, porque tenia tanto en que
pensar y también porque el levante soplaba con fuerza otoñal y hacía que la
caravana crujiese y vibrase. En sueños, Marius se dio la vuelta llevándose la
mayor parte de la manta, y yo pasaba frío y sólo conseguí dormirme de
madrugada.
Cuando me
desperté, estaba sola en la cama, y un calor reconfortante llenaba la caravana.
Desde la mesa venía música y un tentador olor a café. Me senté y quise doblar
la manta, pero Marius vino y me la quitó de las manos.
- Buenos
días, - me dijo con una voz que sonaba como si se sonriera, - te juro que pensé
que ibas a hibernar bajo la manta. Ven.
Apenas
estuve sentada en el banco, me puso un teléfono móvil en la mano.
- Ten, lo
he pedido prestado, - dijo: - Llámalo a tu hijo para que se te quite esta cara
de preocupación.
- Esta
mañana no he pensado en él todavía, - protesté.
- Pero al
menos durante media noche.
Lo cual no
podía negar, ni tampoco decirle en quién había pensado durante la otra mitad de
la noche. Marius marcó el número, y yo me acerqué el móvil al oído.
La voz obviamente
dormida de Manu murmuró: -¿Sí? – y detecté algo de rencor porque los sábados
solía dormir hasta muy tarde.
-
¡Dormilón! – le dije cariñosamente: - ¿Podemos hablar?
Se
despertó de golpe.
- Mam, no
te puedes ni imaginar la bronca que tuve ayer con Papá. Delante de la tía esa
le dije lo que pensaba de todo el asunto y que te podía comprender
perfectamente. Esto lo sacó de sus casillas, y a ella también.
Sí que me
podía imaginar la escena, pero había otra cosa que me interesaba bastante más.
- Y ¿puedes
hacerlo de verdad? Quiero decir, entenderme.
Durante un
momento no escuché nada, luego dijo Manu:
- Bueno,
no de verdad de verdad, pero comprendo que Papá te ha provocado demasiado. Sólo
que, Mam, ¿volverás a casa, no? Y ¿dónde estás?
- Con un
amigo, - contesté y tuve que reírme un poco: - y si te soy sincera, no sé dónde
estoy exactamente.
- ¿Qué? –
Manu estaba horrorizado: - ¿Te ha secuestrado o algo parecido? ¿Dónde está el
coche?
Cogí aire
para una contestación que se presentaba complicada, cuando escuché la puerta de
la caravana: Marius había salido.
- ¿Qué te
pasa? ¿Por qué no dices nada? – La voz de Manu se me metía por el oído.
-
Escúchame bien, - le dije: - Tienes edad suficiente como para arreglártelas tú
solo durante unos días o una semana. Además dentro de nada tendrás vacaciones.
Manu quise
decir algo, pero yo no había terminado.
- Claro
que volveré, lo que no sé es exactamente cuándo. Te llamaré cada dos por tres
para que hablemos. Pórtate de acuerdo con tu edad, Manu, y no te pelees con tu
padre.
Seguía
callado, y yo me encontré indecisa entre el deseo de continuar dónde estaba,
lejos de obligaciones y casi libre de recuerdos, y las ganas de decirle a Manu,
sí, no te preocupes, volveré hoy mismo, para calmar el tono excitado y nervioso
de su voz. Como no podía decidirme, no dije nada, y a pesar de que yo esperaba
que insistiera y discutiera conmigo, lo
único que dijo fue:
- Ven
pronto, Mam, no se está bien sin ti.
Nos
despedimos bastante alegres, puse el móvil sobre la mesa y fui a tientas hasta
la puerta y la abrí. Al parecer, Marius estaba cerca porque enseguida me cogió
de la mano y volvimos al calor de la caravana.
- Tienes
otra cara, - me dijo sin preguntar nada sobre mi conversación con Manu, y luego
se lanzó directamente a hablar de su trabajo en el circo.
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