(26ª entrega)
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¡Chis! – dije sonriendo al recordar la manera entre cariñosa y autoritaria en
la que el día anterior me había obligado a ponerme hielo: - Y ¿qué pasa si no
espero ninguna explicación?, quiero decir, ninguna que tú no me quieras dar de
verdad. – Era increíblemente relajante decir justo lo que yo siempre hubiese
querido escuchar.
-
Mi comportamiento debe parecerte al menos...errático a veces. – continuó en un
nuevo intento con la misma voz de resistencia interior, pero yo me había
soltado, y me reí:
-
¿Errático, tú? Entonces, ¿cómo me describirías a mí? ¿Chiflada? ¿Volada?.
Volvía
a poner su mano en mi rodilla, y esta vez estaba relajada, y puse la mía encima
de la suya.
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Sin embargo, sí que quisiera preguntarte algo.... – Estaba tan eufórica que le
quería tomar el pelo.
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Preguntarme, el ¿qué? – Al hablar, su aliento me hacía cosquillas en el oído
porque de pronto estaba mucho más cerca de mí.
-
Tu nombre. Sólo conozco tu nick del
chat, y me gustaría saber tu nombre.
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No podrías haber preguntado nada peor. – Parecía disfrutar con el suspense: -
Marius. Sí, no lo confundas con Mario, no, tuvieron que ponerme Marius, Marius
Solms, o así al menos lo diría James Bond, o ¿era al revés?
Me
reía hacia dentro, pero con muchas ganas, porque me sentía tan feliz de estar
en ese preciso momento justo ahí junto a él y porque la extraña tensión de
antes se había evaporado. Apenas podía contestar:
-
En el supuesto de que lo dijera, diría ‘Solms, Marius Solms’...
Seguíamos
bromeando sobre ese ‘supuesto’ que no le había parecido una expresión muy
respetuosa, y luego se fue a la gasolinera y trajo café y bocadillos, y
mientras lo tomábamos en el coche, nos reímos de cada nuevo disparate que se
nos ocurrió acerca de James Bond alias Marius Solms.
Cuando
llamé por la tarde a mi casa, finalmente cogió Manu el teléfono.
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¿Mam? – dijo nervioso, - ¿Qué pasa contigo? ¿Dónde estás? ¿Por qué no vuelves a
casa?
No
pudo continuar, porque Pedro le había quitado el auricular.
-
Y ¿qué? ¿Tienes respuestas a las preguntas del niño? – Su voz estaba
controlada, pero yo notaba su rabia contenida.
-
Si me dejaras hablar con el ‘niño’....
Mientras
esperaba, escuchaba unos ruidos de fondo, y luego dijo una mujer: - ¿Qué? ¿Ha
colgado? – Lo cual hice automáticamente buscando temblorosa la horquilla para
colocar el auricular que de pronto me quemaba la mano. Cuando lo había
conseguido, froté mis manos contra el jersey y las metí en todo lo hondo de mis
bolsillos.
¿Cómo
podía Pedro traer a esa mujer a casa? ¿Cómo iba Manu a encajar todo este lío?
¿Debería ir directamente a casa para...? Mi voz interior aprovechó mis dudas
para meterse conmigo: ‘Para ¿qué? Ahora, la mala de la película eres tú, porque
has abandonado el hogar. Y también Manu lo verá así.’
Apoyé
la cabeza contra la luna de la cabina de teléfono, haciendo sin querer presión
sobre el chichón que me dio un fuerte pinchazo. Durante un instante ví a un
hombre de mediana estatura vestido con vaqueros y un jersey, que me daba la
espalda e iba a darse la vuelta. Un segundo más tarde estaba detrás de mí,
sujetándome.
-
¿Te encuentras mal? ¿Qué te ha dicho?
Escondí
la cara en su hombro pero no quise hablar del tema.
-
Ven al coche, - me dijo y me dejé
llevar.
Cuando
estábamos sentados, noté como Marius se puso tenso.
-
Oye, - cuchicheó, -¿ese encantador marido tuyo no habrá sido capaz de denunciar
el robo de vuestro coche, verdad?
Cuando
ya iba a decir que no, porque Pedro trabajaba a cinco minutos a pie desde la
casa, y el coche familiar se había convertido hace tiempo en ‘mi’ coche, con el
que iba con frecuencia a Málaga, o llevaba a Manu a ver los partidos de su club
favorito, me entró una leve duda.
-
¿Por qué me lo preguntas?
-
Es que hay un policía en la esquina que ha estado mirando tu matrícula y ahora
habla por radio.
-
No me lo puedo imaginar, - dije sin atreverme a confesar que me lo estaba
imaginando con todo detalle, porque no podía dejar de pensar en que Pedro había
sido capaz de llevar a su amante a nuestra casa.
-
Entonces, ¿arranco?, - preguntó Marius.
-
Sí, adelante, - le contesté: - además tengo en el maletero todos los papeles.
Arrancó
el motor y puso el coche en movimiento, primero poco a poco y luego con más
ritmo.
-
A lo mejor me he equivocado, y la mala conciencia me ha hecho ver más de la
cuenta. Al fin y al cabo, no es mi coche.
-
¿Mala conciencia, tú?, - me reía a pesar de lo nerviosa que seguía estando: -
Me recogiste en el garaje cuando estaba a punto de poner el coche en marcha sin
ver a donde iba.
Ahora
también él se reía.
-
Vaya, entonces he tenido suerte porque podrías haberme arrollado.
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Bueno, - quería ser sincera: - A lo mejor no lo hubiera arrancado, sobre todo porque
no tenía a dónde ir.
Se
callaba, y pensé: ‘Ahora creerá que
deberá cargar conmigo para siempre jamás, y lo que fue un gesto amistoso, se
convierte en un problema para él.’
Justo
en ese momento, el coche hacía un extraño, porque Marius me dio un beso en la
oreja.
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Puedes quedarte conmigo el tiempo que quieras, es decir, mientras estemos por
aquí. Luego será algo más complicado.
-
Y ¿hasta cuándo continuaréis aquí? – Reconocía para mis adentros que era una
pregunta que me interesaba bastante.
-
En ese pueblo, unos días, y en lo que es la provincia, durante un mes
aproximadamente.
Al
rato, el coche parecía acelerar, y él dijo:
-
Esta tarde tendré más trabajo que ayer. – Y luego añadió como si le quitara
importancia: - ¿Qué pasó antes cuando llamaste por teléfono?
Tragué
saliva; si no lo hubiese preguntado, lo habría interpretado como falta de
interés, pero al mismo tiempo aún no tenía ganas de hablar de ello.
-
Manu lo cogió, - contesté finalmente con un gran suspiro: - pero Pedro le quitó
el teléfono, y al fondo escuché hablar a esa mujer, y colgué.
-
¡Qué rata!, - dijo Marius escuetamente, pero puso su mano encima de la mía y su
voz sonó a enfado.
Sigo enganchada a la historia.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, San, un beso
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