(23ª entrega)
Hubiese
aceptado cualquier propuesta con tal de distraerme de mis preocupaciones y de
alejarme de Pedro, de modo que le alcancé mis llaves sin decir nada. Cuando me
bajé, noté lo cansadísima que estaba, y agradecí que me ayudara a rodear el
coche y a sentarme en el lugar del copiloto donde luché con el cinturón de
seguridad hasta que con su ayuda logré cerrarlo.
Se
sentó a mi lado, y pasados unos segundos, puso el coche en marcha.
-
Las luces están... – quise indicarle, pero lo oí decir:
-
Sí, ya lo sé, conozco este modelo.
Noté
como las ruedas del coche pasaban por encima de las rejillas de desagüe, se
hundían en el bache delante de la salida, y como el coche luego giraba un poco
bruscamente a la derecha para incorporarse al tráfico.
Estuvimos
largo rato sin hablar. El fumador conducía con seguridad y sin acelerones ni
frenazos, evitando todo aquello que a mí me suele poner mala cuando me toca ir
de pasajera. Abrí la ventanilla del todo y respiré con avidez el aire fresco;
al menos hacía diez días desde que había salido a la calle.
Mi
cansancio aumentaba rápidamente, como siempre después de haberme enfadado
mucho.
-
Si no me das conversación, me dormiré, - me escuché decir a mi misma, pero mi
voz venía de lejos al igual que la suya cuando me contestaba algo que ya no
entendía. Algún tiempo más tarde, me di cuenta de que el coche estaba parado y
que se oía como el mar batía la playa, pero no conseguí salir de mis confusos
sueños.
Cuando
me desperté del todo, noté que estaba tapada con una chaqueta que apenas pesaba. Me enderecé y
moví la nuca y los hombros que tenía entumecidos. Tanteé el asiento a mi lado
que estaba vacío, y pregunté pero nadie me contestaba. Buscando movía mi cara
de un lado al otro, y me asusté y alegré a la vez cuando escuché su voz.
-
No, no te he abandonado en la playa. ¡Ten cuidado y no te quemes! He ido a la
gasolinera a por café.
Puso
en mi mano un vaso de papel que estaba bastante caliente y del cual salía un
fuerte olor a café. El brebaje sabía amargo pero entraba bien, y bebí dos
tragos seguidos.
-
¿Qué hora es?
-
Casi las nueve de la noche.
Volví
a asustarme, esta vez al pensar en los nervios de Manu y el rencor de Pedro,
porque suponía que me estarían buscando.
-
¿Te quieres ir a casa?
Su
voz no mostraba ninguna emoción, y de pronto me irritaba tanta ecuanimidad y
ayuda desinteresada.
-
Naturalmente que no quiero ir a casa, pero ¿a dónde puedo ir si no? – dije con
flamante descortesía.
Me
parecía oír que se reía para dentro, y me mordía el labio por no gritarle
enfurecida.
-
Puedes venirte conmigo, si te apetece. Seguro que unos días lejos de tu
familia, te sentirán muy bien, y a ellos también.
-
Pero tendría que decirle a Manu que no me ha pasado nada.
-
Pues, llámalo por teléfono.
Mientras
yo intentaba tomar una decisión que cuestionaría toda mi vida hasta ese
momento, él añadió impasible y tranquilo:
-
El lugar donde vivo, no es muy cómodo, pero me encantaría que vinieras.
Pasaron
unos segundos, y luego mi voz dijo:
-
De acuerdo. – Así, sin más, y como me parecía que no me había escuchado bien,
añadí:
- Vale, primero un teléfono, y luego a tu
casa.
Me
llevó en coche hasta la gasolinera que estaba muy cerca, donde me ayudó a
bajar. Escuché como echaba unas monedas, y marcaba el número. Luego me dio el
auricular, y se fue recordándome que no me moviera del sitio. La llamada sonó
solamente dos veces antes de que Pedro cogiera el teléfono.
-
¡Sí!
-
¿Pedro?
-
¿Dónde diablos te has metido? – Su voz retumbaba en mi oído, y aparté el
auricular.
-
Te hemos buscado en todo el bloque. Manu está descompuesto. Ahora mismo está
preguntando en la vecindad si alguien te ha visto. ¿Dónde estás? ¿Arriba,
abajo, o dónde?
-
Simplemente no estoy, ni voy a volver hoy a casa.
Seguía
chillando, pero un camión pasó muy cerca, y no podía entender lo que gritaba,
así que me acerqué el micro a la boca, y dije:
-
Dile a Manu que lo siento y que me encuentro bien.
Busqué
dónde colgar el teléfono, y el chasquido metálico cortó la verborrea de Pedro
como con un tijerazo.
Unos
pocos minutos más tarde, volvíamos a estar en el coche que avanzaba poco a poco
y olía a pollo asado.
-
Huele muy bien, - dije, y por primera vez desde que el fumador había
interrumpido en mi vida, me sentía rara en su compañía, porque me estaba dando
cuenta de la pinta que debía tener: despeinada, en ese jersey sudado que nunca
me había favorecido, y con la cara como un tomate porque me ardían las
mejillas. Entrelacé mis manos y comencé a estirar nerviosamente los dedos. Al
final encontré un dedo que no era mío, y su mano se cerró alrededor de la mía.
-
Eres valiente y tienes bastante sangre fría como para abrir de noche tu puerta
a un hombre desconocido, sin poder verlo siquiera, y ¿ahora te vas a poner
nerviosa?
Su
tono levemente burlón podría haberme tranquilizado, pero me puse aún más
nerviosa.
-
No sé cómo podré estar contigo.... irme contigo, - dije torpemente, y me
arrepentí nada más decirlo.
El
coche se paró en seco. Algo se cayó de los asientos de atrás. Oí como el
fumador murmuraba entre dientes, y noté que se agachaba buscando con la mano
detrás de mi asiento.
-
¡Cómo quema! – se quejó al enderezarse pasando muy cerca de mi, - Así que sigue
habiendo pollo, pero ahora sin salsa.
Esperé
a que el coche se volviera a poner en marcha, pero no ocurrió nada, y al cabo
de unos segundos, pregunté tímidamente:
-
¿Estás enfadado?
-
No, solamente espero a que me digas si debo llevarte a tu casa, o si quieres
compartir conmigo pollo asado sin salsa. – De nuevo, su voz no dejaba traslucir
ninguna emoción.
Yo
callaba confusa, porque no quería ir a casa, pero me sonaba mal y descarado
decirle que quería irme con él.
Al
final opté por un término medio.
-
No quiero ir a mi casa. – dije apocada.
-
Por fin, - el coche volvió a arrancar, - ya me temía que no aceptarías comer
pollo sin salsa. – Hizo una pequeñísima pausa y su voz había cambiado cuando
añadió: - Mientras estés conmigo sólo harás lo que tu realmente quieras.
Al
conectar la radio del coche, estalló la música con el volumen que Manu suele
ajustar, y los dos nos echamos a reír.
Esta
vez el trayecto fue muy corto y no habían pasado más de diez minutos cuando el
fumador aparcó el coche después de hacer unas cuantas maniobras.
-
Por favor, espérate un momento aquí, - dijo mientras sacaba la bolsa del pollo
detrás de mi asiento. – Estará todo manga por hombro, y tengo que eliminar unas
cuantas trampas para que no te caigas. - No hizo caso de mi protesta, y se fue
cerrando la puerta del coche desde fuera.
Cuando
quería abrir la ventanilla, me di cuenta de que se había llevado la llave, porque
el levantalunas eléctrico no funcionaba. Abrí un poco la puerta, e
inmediatamente una nariz húmeda y fría tocó mi mano. El perro oliscaba
detenidamente, sin que yo supiera si era por mi o por el penetrante olor a
pollo asado que llenaba el coche, pero cuando se puso a lamer mis dedos,
entendí que al menos me incluía en su orgía olfativa. No le quitaba la mano, y
abrí la puerta algo más intentando sacar por el olor del aire que entraba,
algún dato sobre el lugar donde me encontraba.
Primero
no notaba nada, pero luego parecía oler a animales. ¿Un establo?.....¿Un
zoológico? A media hora escasa en coche desde Torremolinos había un zoológico,
un diminuto parque con animales tristones a falta de jaulas más grandes y
mejores cuidados, pero claro yo no sabía qué distancia habíamos recorrido
mientras yo dormía. La expresión me recordaba la película ‘Mientras dormías’
con Sandra Bullock que había visto unas
cuantas veces, y durante un momento me imaginé cómo sería tener el aspecto
juvenil y estilo desenfadado de la actriz.
-
¿Siempre te sonríes tan relajada cuando alguien te lame los dedos? Intentaré no
olvidarlo.
La
lengua caliente y áspera desapareció, y el fumador me ayudó a bajar del coche.
Hacía bastante más fresco que antes, y al sentir el viento sentí un escalofrío.
Enseguida me colocó en los hombros la chaqueta con la que me había tapado
antes, y que tenía que ser suya, y me llevó consigo, una vez que había cerrado
el coche.
-
¡Ten cuidado! El suelo es bastante desigual.
No
decía nada más, me agarraba por el codo, y yo andaba a su lado, bastante
insegura, pero al menos sin tropezar.
Escuchaba
retazos de música, un toque de trompetas, una marcha... Me paré en seco.
-
¿Es un circo?
-
Pues, sí. – me contestó escuetamente.
-
¿Vives aquí? Quiero decir, ¿trabajas en un circo?
Me
pasó el brazo por los hombros y me hizo seguir.
-
Sí. Vamos, ¿no tenías frío?
Finalmente
me ayudó a subir dos escalones bastante altos. ¡Una caravana!, pensé encantada,
y me di media vuelta hacia él, como si pudiera ver su mirada en busca de una
confirmación.
-
¡Ten cuidado con la cabeza!
Intenté
hacerle caso, pero ya era tarde, me golpeé la sien contra un borde, y me habría
caído si él no me hubiese sujetado agarrándome con fuerza y sin muchos
miramientos. La cabeza me daba vueltas; tal y como esperaba, pude ver algo: una
viga oscura, cortinas que tapaban una pequeña ventana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario