miércoles, 15 de abril de 2015

MIRADAS (11)





(11ª entrega)



En una de las escasas pausas de nuestra charla, se escuchó que alguien abría la puerta de entrada. Sería poco después de las dos de la mañana, lo cual entonces fue el límite que Manu tenía para volver a casa los sábados.
- Prefiero conocer a Manu en otro momento, - dijo mi visita decididamente.
No me importó porque no sabía muy bien cómo reaccionaría Manu a su presencia. Salí al pasillo cerrando la puerta del salón detrás de mi. Manu había traído consigo una nube de olor a cigarrillos y discoteca.
- Hey, Mam, ¿cómo que sigues despierta?
- Estoy viendo una película romántica, pero ya está terminando.
Acostumbrada a buscar disculpas frente a Pedro, también me fue fácil desviar la atención de Manu, aunque me mordiera levemente la conciencia.
- ¿Te lo has pasado bien?
- Bueno, si, bastante bien, - se fue hacia el baño: - estoy muerto.
Hice como si colocase mejor su chaqueta, y esperé a que saliera del baño. Me dio un besito en la mejilla, y abrió la puerta de su cuarto, pero de pronto se paró y preguntó:
- ¿Has bebido algo? Parece que hueles a vino.
¡Vaya con el niño!, pensé pero contesté con aplomo: - Y ¿qué? Además tú también hueles, y a porro por si fuera poco.
Soltó una risita y desapareció con un – ‘ noches, Mam, - en su cueva donde lo último que escuché de él fue el crujido de la cama.

Cuando volví al salón, no sentí la presencia de mi visitante, y me cogí al respaldo del sillón para orientarme mejor.
- Estoy aquí, - susurró desde la ventana, y oí como las anillas de la cortina chocaban entre sí.
- ¿Detrás de la cortina?
Riéndome hablé más fuerte de la cuenta.
- No sabía si iba a entrar o no. – Él seguía hablando bajito, pero parecía que mi risa no le había hecho gracia. – Es hora para que me vaya. El Rioja ha estado muy bien...
Se acercó, y con él ese calor inexplicable que desde el primer momento había sentido en su presencia. Su piel seca me hizo cosquillas en la cara cuando me dio un beso amistoso de despedida. No quise dejarlo marchar todavía y toqué su brazo que parecía estar cubierto de una tela dura y áspera.
- ¿Qué es lo que llevas puesto? – pregunté – ¿Un mono lleno de salpicaduras de pintura?
- Se podría llamar así, - me parecía que dijo mientras me seguía a la puerta de entrada. Abrí sin hacer apenas ningún ruido, pendiente del cuarto de Manu. Cuando mi visitante pasó por mi lado, volví a sentir que su sombra era alta y ancha, pero no dije nada más acerca de su estatura. Sus pasos, nuevamente acompañados de ese ruido deslizante, se alejaban en dirección al ascensor, y en el silencio nocturno se escuchaba perfectamente como en el cuartillo de la azotea el motor se puso en marcha haciendo subir la cabina. Salí al pasillo.
- ¿Volverás?
Mi pregunta se cruzó con la suya.
- ¿Puedo volver?
- Siempre. – dije y no fue una palabra vacía. El contestó algo, pero la puerta del ascensor ya se había cerrado.

Continué un rato en el pasillo, respirando el leve olor a humo que mi visitante había dejado en el aire. Tenía que ser un fumador empedernido, aunque no había fumado en todo el tiempo que había estado conmigo. Tuve que reconocer para mí que no entendía  nada. Sin decirme de dónde venía tan de repente, ni qué planes tenía, me había hecho pasar una velada tan intensa y entretenida como no la había vivido desde hacía bastante tiempo. ¡Y el calor que irradiaba! Al acordarme de esto, me di cuenta del frío que hacía en el descansillo. Volví a entrar al piso cerrando cuidadosamente la puerta con dos vueltas de llave y el gancho de seguridad, y pasé al baño sin pensar en la botella vacía y los dos vasos. Luego cogí una manta del dormitorio para acostarme en el sofá donde el olor a humo se notaba más que en el pasillo. Me acurruqué entre los cojines que parecían conservar algo de su calor, y aunque quería pensar en esa visita sorpresa, me quedé dormida al poco tiempo.


(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 19)

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