(11ª entrega)
En
una de las escasas pausas de nuestra charla, se escuchó que alguien abría la
puerta de entrada. Sería poco después de las dos de la mañana, lo cual entonces
fue el límite que Manu tenía para volver a casa los sábados.
-
Prefiero conocer a Manu en otro momento, - dijo mi visita decididamente.
No
me importó porque no sabía muy bien cómo reaccionaría Manu a su presencia. Salí
al pasillo cerrando la puerta del salón detrás de mi. Manu había traído consigo
una nube de olor a cigarrillos y discoteca.
-
Hey, Mam, ¿cómo que sigues despierta?
-
Estoy viendo una película romántica, pero ya está terminando.
Acostumbrada
a buscar disculpas frente a Pedro, también me fue fácil desviar la atención de
Manu, aunque me mordiera levemente la conciencia.
-
¿Te lo has pasado bien?
-
Bueno, si, bastante bien, - se fue hacia el baño: - estoy muerto.
Hice
como si colocase mejor su chaqueta, y esperé a que saliera del baño. Me dio un
besito en la mejilla, y abrió la puerta de su cuarto, pero de pronto se paró y
preguntó:
-
¿Has bebido algo? Parece que hueles a vino.
¡Vaya
con el niño!, pensé pero contesté con aplomo: - Y ¿qué? Además tú también
hueles, y a porro por si fuera poco.
Soltó
una risita y desapareció con un – ‘ noches, Mam, - en su cueva donde lo último
que escuché de él fue el crujido de la cama.
Cuando
volví al salón, no sentí la presencia de mi visitante, y me cogí al respaldo
del sillón para orientarme mejor.
-
Estoy aquí, - susurró desde la ventana, y oí como las anillas de la cortina
chocaban entre sí.
-
¿Detrás de la cortina?
Riéndome
hablé más fuerte de la cuenta.
-
No sabía si iba a entrar o no. – Él seguía hablando bajito, pero parecía que mi
risa no le había hecho gracia. – Es hora para que me vaya. El Rioja ha estado
muy bien...
Se
acercó, y con él ese calor inexplicable que desde el primer momento había
sentido en su presencia. Su piel seca me hizo cosquillas en la cara cuando me
dio un beso amistoso de despedida. No quise dejarlo marchar todavía y toqué su
brazo que parecía estar cubierto de una tela dura y áspera.
-
¿Qué es lo que llevas puesto? – pregunté – ¿Un mono lleno de salpicaduras de
pintura?
-
Se podría llamar así, - me parecía que dijo mientras me seguía a la puerta de
entrada. Abrí sin hacer apenas ningún ruido, pendiente del cuarto de Manu.
Cuando mi visitante pasó por mi lado, volví a sentir que su sombra era alta y
ancha, pero no dije nada más acerca de su estatura. Sus pasos, nuevamente
acompañados de ese ruido deslizante, se alejaban en dirección al ascensor, y en
el silencio nocturno se escuchaba perfectamente como en el cuartillo de la
azotea el motor se puso en marcha haciendo subir la cabina. Salí al pasillo.
-
¿Volverás?
Mi
pregunta se cruzó con la suya.
-
¿Puedo volver?
-
Siempre. – dije y no fue una palabra vacía. El contestó algo, pero la puerta
del ascensor ya se había cerrado.
Continué
un rato en el pasillo, respirando el leve olor a humo que mi visitante había
dejado en el aire. Tenía que ser un fumador empedernido, aunque no había fumado
en todo el tiempo que había estado conmigo. Tuve que reconocer para mí que no
entendía nada. Sin decirme de dónde
venía tan de repente, ni qué planes tenía, me había hecho pasar una velada tan
intensa y entretenida como no la había vivido desde hacía bastante tiempo. ¡Y
el calor que irradiaba! Al acordarme de esto, me di cuenta del frío que hacía
en el descansillo. Volví a entrar al piso cerrando cuidadosamente la puerta con
dos vueltas de llave y el gancho de seguridad, y pasé al baño sin pensar en la
botella vacía y los dos vasos. Luego cogí una manta del dormitorio para
acostarme en el sofá donde el olor a humo se notaba más que en el pasillo. Me
acurruqué entre los cojines que parecían conservar algo de su calor, y aunque
quería pensar en esa visita sorpresa, me quedé dormida al poco tiempo.
(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 19)
¿Y como es él? ¿A que dedica el tiempo libre?
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