miércoles, 15 de octubre de 2008

CÓMO PROCRASTINAR



Si nos hemos levantado con un cierto malestar producido por la retahíla de nuestras obligaciones en voz de Pepito Grillo, lo primero es cumplir a rajatabla con el ritual matutino, refrigerio incluido. Y mientras observamos el remolino del café que, agitado por la cucharilla, gira y gira en la taza cual derviche enloquecido, nos acordamos de un DVD sobre esos bailaores en trance y vamos a la salita para buscarlo. Resulta que lo encontramos enseguida, pero a punto de colocarlo en el reproductor, los chirridos coléricos del saltamontes moralista nos recuerdan que el tema no nos interesa en absoluto, y regresamos a la cocina para planificar el día.

Parece que aquí no ha pasado nada, pero sin darnos cuenta acabamos de perder una excelente oportunidad de procrastinar, vocablo de sonoridad difícil y escaso uso, y cuya definición en el diccionario sabelotodo de la RAE es tan escueta como incompleta: dilatar, aplazar… En una enciclopedia inglesa, sin embargo, la palabra equivalente, o sea to procrastinate, se explica con mucho más detalle: “Dedicarse a actividades secundarias, muchas veces placenteras, aplazando la ejecución de asuntos urgentes, lo cual produce sufrimiento”.

De momento, pues, hemos evitado ese sufrimiento, diríase, pero también sufrimos —y no poco— al observar el rascacielos de platos sucios que emerge del fregadero. Urge telefonear al técnico del lavavajillas, pero una tarea obligatoria como esa llamada incita de una manera natural a procrastinar. Por ello, nos retiramos al office, y conectamos el ordenador a ver si hemos recibido algún correo electrónico. Después de participar en dos encuestas de internet, una sobre champús para caballero y la otra sobre la eficacia de nuestro servidor telefónico, pasamos a redactar una carta de amor que no tiene destinatario, por lo cual la tercera lectura nos deprime de tal modo que Pepito Grillo —por cierto bastante enfadado y ronco— consigue reconducir nuestra actitud. Ya tenemos el auricular en una mano y el número del técnico en la otra, cuando nos damos cuenta de lo sucio que está todo el teléfono. Mientras lo limpiamos con alcohol y palillos de algodón, nos enchufamos al MP3 para escuchar música y silbando nuestras melodías favoritas es más fácil que nunca desatender al ortóptero criticón.

Hasta aquí incluso los novatos en el arte de procrastinar habrán detectado el método casi infalible que nos protegerá contra la eficacia: se trata de dejar rienda suelta a la fantasía y seguir cada uno de esos pequeños impulsos creativos, lúdicos o simplemente juguetones que nos asaltan a lo largo del día. Ganaremos en alegría y diversión, pero claro, también hay un cierto riesgo: Hacienda no prolonga los plazos porque hayamos procrastinado en exceso, la tía abuela Daniela es capaz de morirse tres días después de su cumpleaños, con lo cual nos pesará para siempre jamás no haberla felicitado a tiempo, o sea, mientras vivía, y nuestros hijos seguirán nuestro ejemplo con tanto ahínco que dedicarán sus horas de estudio a la videoconsola y sufrirán —y nosotros con ellos— en la época de exámenes.

A veces, entre sufrimiento y sufrimiento, sin embargo interviene un ente bondadoso. Acaba de llamar el técnico del lavavajillas para preguntarme el modelo de mi electrodoméstico averiado.
—¿Cómo sabe que…? —balbuceo confusa ya que había aplazado esa llamada por estar desfragmentando el disco de mi ordenador.
—Me llamó su madre, señora —me contesta imperturbable el experto—, y me acercaré por la tarde… si me lo permite un rompecabezas de 5000 piezas que estoy montando en mi salón desde hace una semana.

(Instrucciones de uso para lo cotidiano, no traducidas del japonés)

1 comentario:

  1. Vaya escrito más original. Me voy a apuntar a esa palabra que parece que relaja. Espero que el técnico del lavavajillas completara su rompecabezas.

    Enhorabuena por tu blog.
    Besos.
    Merce.

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