EL SENDERO DE LA SOLEDAD
Nadie sabe quién puso las sillas que nadie usa. Solo las mariposas -atraidas por el olor de las hierbas que crecen alrededor- se balancean por los apoyabrazos, se resbalan y vuelven a posarse en sus bordes. El sol recalienta el plástico que se distiende con el calor y se encoge cuando cae la noche. Sus crujidos se mezclan con los alegres trinos de los pájaros y los sonidos de los árboles que crecen sin parar.
Sin embargo una tarde los mirlos salen espantados de los arbustos y se quejan como solo ellos saben hacerlo. Por el surco del sendero apenas visible en el suelo una pareja mayor se acerca a las sillas. Él tiene mala cara como si acabara de salir del hospital. Ella ha engordado durante los meses de su ausencia y le cuesta subir por el camino.
Renqueando llegan a la isla blanca donde aliviados toman asiento. Al rato, cuando ya respiran con normalidad, se miran. Y no han hablado todavía cuando el hombre rompe a llorar porque creía que no volvería a ver ese rincón, el paisaje verde, las hierbas. Ella le ofrece un pañuelito y su cara que lleva las huellas de incontables sonrisas se arruga un poco más.
No, esta tarde no hablarán. El silencio que aquí los envuelve es demasiado precioso: la ausencia de sirenas y altavoces, de gritos ajenos y del murmullo anónimo de las salas de espera ha dado paso a las llamadas de los mirlos que siguen alterados y solo se calmarán cuando la pareja cogida de las manos regrese al pueblo desandando el sendero de la soledad.
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ResponderEliminarQue bella historia creo que esas sillas hablan solas de la soledad de muchas personas.
EliminarUn fuerte abrazo y muy feliz tarde.
Supertierna historia. Me has emocionado. Me imagino ese matrimonio de ancianos regresando al pueblo.
ResponderEliminarBesos
Triste historia, pese a la nota de alivio que les brinda ese descanso inesperado en medio de la naturaleza... ojalá tengan mucho más tiempo para disfrutarlo! Un abrazo
ResponderEliminarMuy triste pero tierna la historia. Esas sillas, testigos de la vejez de quienes se van, y ellas siguen ahí, sin inmutarse.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz jueves
Un par de ancianos descansando en un paraje desencudrado, y sumido en un silencio que ya no incomodo, con la tranquilidad de que no se han dejado nada por decir
ResponderEliminarVeo que estas sillas perdidas nos inspiran relatos semejantes. Bella historia la que relatas. Gracias por participar, besos.
ResponderEliminarUn relato con mucha ternura. La complicidad de la pareja inunda el corazón.
ResponderEliminarUn abrazo Dorotea.
Esas sillas son como el resquicio de una vida, como el presente de dos ausencias.
ResponderEliminarMuy tierno, Doro.
Un beso enorme.
Un precioso relato que me deja pensar en el tiempo y su transcurrir.
ResponderEliminarUn saludo
Que bonita historia Doro, sencilla y tierna como tu solo la sabes moldear. Es un gran placer leerte amiga.
ResponderEliminarMuchos abrazos al estilo Covit, osea un pequeño tocamiento del codo.
Hermoso cuento.
ResponderEliminarAbrazos.