(17ª entrega)
Una
ola de calor se extendía por mi cuerpo desde el lóbulo de la oreja en la que
tenía el auricular.
-
No, no, el número es el correcto.
‘Vaya
comentario’, pensé, ‘aunque lo hubiese pensado durante horas, no creo que se me
hubiera podido ocurrir nada menos inteligente’. Y desesperadamente busqué algo
con chispa para transmitirle la ilusión
que me hacía su llamada, pero como el silencio se prolongaba y no sabía qué
decir, tosí un poco y se lo dije sin más rodeos:
-
Me hace muchísima ilusión que me llames.
-
Pensaba ir a verte pero parece que hay un guateque.
-
Sí, es decir, no. Manu ha invitado a unos amigos...
Me
interrumpió preguntando: - Y tú, ¿qué haces?
-
Nada, prácticamente. Eso sí, estoy escuchando música que alguien, ¿tú no sabrás
quién?, me ha metido en el discman.
Escuché
un leve soplido, y luego dijo:
-
Menos mal que tú encontraste el CD, tu hijo quizás lo hubiera reciclado después
de escucharlo, o ¿tienes la misma intención?
-
Claro que no, - me reí: -Primero porque me gusta, y luego porque no tiraría un
regalo, ¿o es un préstamo?
Al
parecer no me había escuchado, porque dijo en tono algo ausente:
-
Iré a verte un día de estos, si te parece bien. – Y como si de pronto tuviera
mucha prisa:
-
Buenas noches y ¡cuídate!
-
Buenas noches, - fue todo lo que pude decir antes de que la conexión se
cortase.
Media
hora más tarde los amigos de Manu se habían marchado definitivamente, después
de charlar un rato en el salón, en el pasillo y en la escalera. Salí de mi
escondite y quería ir al baño, pero Manu me cogió del brazo:
-
Espera, Mam, voy a comprobar si hay ‘humedad residual’ en el suelo.
Los
dos nos reímos de su ocurrencia lingüística, y esperé obedientemente a que me
dejara pasar al baño. Mientras, Manu había recogido el salón, y cuando salí del
baño, me sorprendió el frío que entraba por las ventanas. A pesar de la
corriente de aire, me parecía notar un olor algo raro; olisqué y tosí
demostrativamente.
-
Sí, las temperaturas han bajado.
Manu
pasó por mi lado con una bolsa de basura.
-
¿Qué habéis fumado?
-
Casi solamente cigarrillos, - contestó desde la cocina.
Me
atraganté con el ‘casi’, y Manu se adelantó para explicármelo: - El Largo se ha
traído un porro, y se lo ha fumado, y claro que yo no puedo prohibírselo.
Además, el salón no huele peor que ayer.
Preferí
no contestarle, y dejar que se fuera a la cama. Las ventanas quedaron abiertas
durante toda la noche, y como tenía frío, me acosté en el dormitorio hasta que
a las siete sonó el despertador en el cuarto de Manu.
El
día siguiente, Pedro no vino, lo cual a mi me parecía muy bien, pero a Manu le
preocupaba, porque intentaba adivinar la razón por la que su padre no se había
presentado. Tantas vueltas le dio al asunto, que por la tarde consiguió ponerme
nerviosa, y le mandé a la compra después de haberle dictado una larguísima
lista de todo lo que necesitábamos.
Cuando
me había quedado a solas, me di, con precaución se entiende, un paseo por todo
el piso. Ya no solía tener problemas con esquinas o muebles, porque lo conocía
todo a la perfección. Cada rincón guardaba recuerdos, sobre todo el cuarto de
Manu, en el que durante mucho tiempo no había querido dormir solo, y que ahora
olía a loción de afeitar. Cerré la puerta desde fuera, y sentí un escalofrío al
pasar por el dormitorio que a lo largo de los últimos años se había convertido
en escenario de tantas disputas y peleas, que cualquier asociación de otra
índole estaba enterrada debajo de una gruesa capa de frustraciones. Todos los
sentimientos se habían secado; el tiempo y las circunstancias, y nuestra propia
incapacidad de conservarlos vivos, los habían anulado. El salón seguía oliendo
a incienso, a pesar de que el Largo se había fumado su joint precisamente sin
mi bendición. Suspiré y me propuse volver a hablar con Manu para dejar claro
que yo no quería que sus amigos fumasen
en casa.
Al
final de mi vuelta, mi espinilla chocó bruscamente contra una pata del sillón,
pero no me fijé en flashes fantasma, sino que cogí el teléfono. Marqué un
número que me sabía de memoria porque era el de una buena amiga, que hacía casi
un año había discutido medio en serio, medio en broma con Pedro, y que él no
había querido volver a ver en casa desde entonces. Aunque yo no estuviera de
acuerdo con él, después de aquello la había llamado un par de veces solamente,
y finalmente había dejado de verla para evitar más broncas y discusiones con
Pedro.
-
Bufete Pablo Montes. Buenos días, - la voz de Teresa es igual que ella, precisa
y eficaz.
-
Hola, - dije: - ¿Eres tú, Teresa?
Se
quedó un momento callada, pero luego soltó un largo suspiro como si se liberase
de una carga.
-
¿Cómo estás, monstruito? – Me hablaba con tanta cordialidad y simpatía como
siempre: - Me dijeron que tenías problemas, pero no quise llamarte para no
crearte más de lo mismo.
En
pocas frases la puse al corriente de mi situación. Luego hice una pequeña
pausa.
-
¿Qué puedo hacer por ti? – preguntó: - ¿Necesitas un abogado?
-
Pues sí, parece que sí.
Tan
indecisa como yo lo dije, tan contundente fue su reacción:
-
¡Finalmente! Espera, voy a ver si está en la oficina.
Al
poco tiempo, me volvió a hablar:
-
Pablo, es decir, mi jefe, está con un cliente. ¿Puedo darle tu número para que
te llame? Pero puede que se haga un poco tarde.
Le
dije que no importaba, y durante un rato seguimos charlando con la fácil
confianza de nuestra larga amistad. Teresa no quiso saber nada de disculpas por
mi comportamiento.
-
Me apostaría algo a que yo lo haría igual si estuviera con un elemento parecido
a tu Pedro. No te preocupes, ya se me ha
olvidado.
-
Y ... ¿hay alguien actualmente, quiero decir, estás con alguien?
-
No, o mejor dicho, sí, - contestó misteriosamente: - a veces la suerte está más
cerca de lo que una supone.
Su
risa salía a borbotones del teléfono, y me contagió. Seguí riéndome después de
haber colgado, y así me encontró Manu cuando llegó de la compra cargado de un
sinfín de bolsas de plástico.
(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 10)
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