ALGO ESPECIAL
En aquella casa humilde, la Navidad se presentó como siempre. Quizás un poco peor que otros años porque la familia estaba pasando una mala racha: el padre sin trabajo y con mal genio; la madre, algo pachucha e irritable; y las notas del chico habían sido regulares pero como cursaba segundo de Primaria, nadie les dio mucha importancia. Durante la cena de Nochebuena empezó a nevar y el niño, entre la duda y el deseo de escuchar la respuesta habitual, no pudo evitar preguntar si Papá Noel iba a llegar a tiempo para repartir los regalos a todos los niños. Los padres supieron tranquilizarlo sin despertar demasiadas expectativas, y se durmió temprano. La madre recogió la cocina y luego puso junto a la puerta las cuatro cosillas que habían comprado en el comercio del chino para el chaval. El padre, callado y tristón, se vistió y se fue. Su mujer miró desde la ventana del salón y vio que se alejaba hacia el parque, donde al otro lado había un bar con precios económicos y ambiente de Nochebuena. Unas horas más tarde, ella se acostó sin que su marido hubiera vuelto. En algún momento de la noche notó que él se metió en la cama, tiritando y con el pelo mojado; para evitar una mala contestación, no quiso preguntar nada y volvió a dormirse también ella.
Pronto por la mañana, el niño apareció delante
de la cama de los padres y dijo casi llorando que tal y como se lo había imaginado, Papá
Noel no había llegado a la casa, seguramente por la nieve, y además, como se habían mudado
tantas veces, quizá no había sabido dónde encontrarlo. La madre se
levantó sorprendida y fue a la puerta para coger los regalos, pero era
verdad, ahí no había nada, ni en el salón tampoco. Solo encontró las ropas de
abrigo del padre, mojadas y tiradas sobre el sofá y la silla. Volvió al
dormitorio donde su marido se estaba desperezando mientras el hijo insistía una
y otra vez en la triste noticia. Finalmente el chico enmudeció y el padre pudo
contestarle:
-Esta Navidad -dijo en un tono muy serio-
has tenido razón tú porque a Papá Noel se le pusieron malos dos renos y los que
quedaron no pudieron con el trineo tan lleno. Se retrasó y no pudo hacer el
reparto como otros años. Tan lento fue todo que tuvo que sacar a la calle a
dos de sus aprendices con trineos pequeños y renos jóvenes para que le
ayudaran.
Mientras hablaba se fue levantando y, sacando ropa seca del armario, se vistió poco a poco.
-A un aprendiz le tocó la parte del
norte, donde viven tus tíos y los primos, y ese chico lo hizo todo tan bien que acabó con su
reparto mucho antes de que amaneciera, regresó a Laponia, cuidó de los renos y
ahora mismo debe estar durmiendo aún.
-Y ¿el otro, Papá? -preguntó el niño, ya
con los ojos brillantes y fascinado por la aventura.
-Bah, no puedes ni imaginarte. Los renos
no le obedecieron, los regalos se le cayeron una y otra vez y tuvo que volver
para recogerlos de nuevo. Se le partió una rienda y chocó el trineo contra un abeto...
Hasta perdió su gorro justo cuando sobrevolaba el parque. Lo sé porque yo
estaba viniendo para casa y me lo encontré.
El padre sacó debajo de la cama un
hermoso y mullido gorro de Papá Noel de terciopelo, si bien un poco
mojado y sucio, y se lo dio al chico. Este empezó a acariciarlo con la mano.
-Papá, entonces, mis regalos... a lo mejor
se cayeron del trineo y están fuera en el parque...
El padre se encogió de hombros. Ya se
había cansado de dar tantas explicaciones porque no era de hablar mucho, de
modo que todo lo que dijo a continuación fue:
-Pues, vamos a ver. Que te vista tu madre y mientras ella nos prepara el desayuno, tú y yo vamos a dar una vuelta por el parque.
-Pues, vamos a ver. Que te vista tu madre y mientras ella nos prepara el desayuno, tú y yo vamos a dar una vuelta por el parque.
Salieron cogidos de la mano y se
adentraron entre los árboles. Aquella mañana no había ruidos en ese parque tan
bullicioso donde solían gritar los niños y ladrar los perros. La nieve que
había caído por la noche cubría los caminos y el césped, los bancos y los
aparatos de gimnasia. Era tan temprano que nadie la había pisado todavía, salvo
unos grajos que al aproximarse el padre con el niño volaron protestando hacia
los árboles y se cobijaron entre las ramas.
De pronto el niño descubrió unas huellas
como de pezuñas, una fila doble o triple, y luego otras. Algo más
adelante un trineo había dejado sus marcas en el suelo. El chico fue corriendo
hacia ese sitio mientras el padre decía: -¡Hombre, precisamente aquí encontré el
gorro!
En medio de las huellas y la nieve
revuelta, casi tapados pero justo visibles, había unos paquetitos envueltos en
papel de regalo. El niño los recogió y leyó el nombre que llevaban: "Para
Santi".
-Son míos, Papá, mira qué maravilla...
¡Hay otro más, son cuatro!
No soltó ninguno, se los llevó todos a
casa él mismo. Estaban estrujados y mojados, y no eran nada especial. O ¿sí lo
eran?
Eran muy especiales esos paquetitos!...seguro que sí!
ResponderEliminar=)
Hermosa historia.
¡Que lindo Dorotea! .Creo que las cartitas y los paquetes navideños tienen un contenido muy especial mas allá de su contenido....
ResponderEliminarEran los mejores regalos del mundo y un ¡HURRA! por ese padre.
ResponderEliminarMe encantó, lo viví letra a letra tu relato.
DOROTEA
ResponderEliminarUn relato conmovedor, que nos hace estar expectantes letra a letra, como a Santi.
Que tengas muchos paquetitos de esos por ahí... (me guardas uno?)
besos con mucho cariño
La inocencia de los niños respecto a estas figuras mágicas es sorprendente. Seguro que para tu protagonista fueron muy especiales. Un beso
ResponderEliminarQué bella historia! Bien viene a demostrar que no necesariamente los regalos tienen valor material, sino, toda una implicancia afectiva y emotiva. Seguro que ese niño no olvidará jamás esa Navidad!
ResponderEliminarBesos y muchas felicidades!
Gaby*
Me ha cautivado tu cuento Dorotea. El padre supo transformar unos simples regalos adquiridos en un chino, en unos tesoros a encontrar por ese niño en una situación que tiene mucho de imaginación y de aventura. Bravo por ese padre.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Un relato muy navideño, con un toque de magia a la desesperada para un final feliz.
ResponderEliminarFelices fiestas.
La imaginación y la ternura hacen maravillas ante las adversidades...
ResponderEliminarFelicidades Dorotea por expresarlos de forma tan bella.
Un beso navideño.
Tenía mala pinta, (padre incluido) pero lo que no suceda en Navidad...
ResponderEliminarExcelente cuento.
Besos