sábado, 2 de junio de 2012

GRACIAS, LEO




Vino de una galaxia donde las densidades son tan altas que todo bicho viviente tiene que hacer frente a una presión atmosférica que intenta aplastarlo desde el primer instante de su vida hasta su desaparición que normalmente se produce en un estado compactado y aplanado como si formara parte del firme de una carretera celestial interminable.

Por una circunstancia fortuita que no puede calificarse de accidente sin más, ese ser aterrizó en la Tierra y se crió en el seno de una familia afectuosa que nunca se cuestionó su baja estatura proyectada genéticamente para hacer frente a la gran densidad de su lugar de origen.

Gracias a su habilidad de manipular objetos redondos, encajó en el entramado de un deporte terrestre y pronto se situó entre los mejores, posición ésta que está superando actualmente. La gravedad de la Tierra no lo abruma; sus moléculas están hechas para ascender cueste lo que cueste, y por eso levita cuando quiere y se acerca a la portería contraria como un jugador inventado por descargas electrónicas, o sea de videoconsola.

Atraviesa a los defensas que se acumulan para sujetarlo, acelera de una manera mágica y si hace un segundo estuvo a cincuenta metros del cuadrilátero, resulta que ahora se materializa a muy poquita distancia con un ángulo imposible para que el balón entre por la escuadra, a la derecha o la izquierda, en vaselina, arco dibujado, suave avance por la hierba acariciando sus tallos o arrancando briznas para salpicar con ellas al portero vencido.

También podríamos hablar de su generosidad regalando pases a medida que colocan el balón donde el compañero lo necesita y que el otro equipo solo ve pasar como una sombra.

Nunca me interesó el fútbol hasta ver jugar a Messi.
Gracias, Leo.

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