Cuando nació traía su nombre puesto, y ese sí que era suyo para siempre
jamás.
–¡Es otra niña! –exclamó encantado el padre cuyas experiencias traumáticas
en la guerra habían hecho que no deseara ningún hijo varón, –Y como ha nacido a
la hora de salir el sol, se llamará Aurora. Además lo pone aquí en esta
etiqueta, –añadió con suave ironía.
Cuando la madre quiso ver la misma, no la encontraban porque en aquella época
ya se bañaba a los recién nacidos nada más salidos del vientre materno.
De eso habían pasado varios años, pero su marido, prudente como siempre, además de consciente de la delicadeza del
momento, no lo discutió sino que tomó nota mentalmente mientras envolvía a su
hijita en una manta.
–Tienes una hermana mayor que se llama Teresa, –le susurró al oído
colocándole la cuarta etiqueta de su existencia de algo más de un cuarto de
hora, –no se te olvide nunca, eres ‘la hermanita de Teresa’.
Al poco tiempo, Aurora tenía sobrenombres para llenar una agenda entera: la
llorona del tercero, el ojito derecho de papá, la rompelibros… Además, cuando
entró en Primaria, cada vez que la llamaban ‘la hermana de Teresa’, no era
tanto para resaltar su parentesco sino más bien para subrayar la muy superior
bondad y dulzura de la mayor.
A los veinte años, Aurora quiso ver mundo y mundo vio hasta que el autobús
llegó a Galícia donde ella se convirtió en ‘la chica que está con Pepe’.
Durante algún tiempo, este se dedicó a desnudarla en varios sentidos,
quitándole capas y etiquetas del entorno familiar, del instituto y de sus
primeros empleos. Sin embargo, y a medida que se acercaba al núcleo donde la
personalidad propia de Aurora esperaba ser descubierta, Pepe se sintió inseguro
y fabricó a toda prisa nuevos revestimientos cuyos rótulos rezaban ‘la que
nunca acierta’, ‘la que no tiene carácter’, y otros más por el estilo.
Sin apenas darse cuenta, Aurora, ‘la enamorada’, pasó por episodios de
nombres insulto y diminutivos reparadores, y al cabo de unos años ella y Pepe echaron
ancla temporal en la playa de los matrimonios sin futuro donde le pusieron un
anillo con la etiqueta de ‘la mujer de Pepe’.
El nacimiento de su hijo volvería a renombrarla: ‘la madre de Miguel’.
Dicho sea de paso que el chico primero fue ‘el hijo de Aurora’ y mucho más
tarde, incorporado ya al mundo laboral, ‘el hijo de Pepe’. Hoy por hoy todavía
está en trance de descubrir quién es él sin más, y lucha por desprenderse de
las etiquetas de ‘chiquitín’ y ‘nene’ que sus padres insisten en colgarle tanto
en la intimidad como ante público.
Mientras tanto, Aurora sufrió las peripecias de ser ‘la presidenta’ (de la
comunidad de vecinos, se entiende), un paréntesis que no recuerda con cariño ya
que vino con un nuevo lote de etiquetas peyorativas, esta vez relacionadas con
el cargo.
Con el paso de los años, Aurora ha notado que también ella evoluciona:
lleva tiempo mirando a su alrededor sin que la sombra de su marido ni la
presencia del niño, perdón, de Miguel, dominen
su panorama. Se ha introducido en un círculo donde suelen
dirigirse a ella por su nombre 'sin más', aquel que su padre leyó en una etiqueta que
luego se perdió, y ese nombre –ahora que lo ha recuperado– lo siente
más suyo que nunca.
La del blog 'Lazos y Raíces'
Aplauso verdadero, porque así se escribe, letra a letra y penetrando, insinuando y metiéndole caña al asunto, o así lo creo o me equivoco. Tanto da, el caso es que tu cuento merece mi empatía, valga lo que valga, no mucho, pero es sincera.
ResponderEliminarNos nacen sin nombre, pero ese nombre (bello el de Aurora, promesa)lo llevamos a cuestas y luego a hacernos sin nombres a golpes de vida. Y nos bautizan y nos programan, ¿educan? hasta que nos salvamos o reciclamos o deglutimos a duras penas, conste, también a base de buenas esperiencias y reflexiones acompañadas de tantas cosas infinitas, aprendidas.
Tu relato me ha parecido sensible sin sensiblerías, auténtico sin pedanterías ni discursos, símplemente maravilloso.
Espero más y más, y más. Besitos contentos.
Una historia tan intensa como hermosa, tan emotiva como esperanzadora. Afianzar nuestra identidad sin necesidad de "ser" en función de otros debería ser una tarea cotidiana sobre la que vamos creciendo.
ResponderEliminarUn abrazo.