Se tumbó formando con su cuerpo unos montes en medio del valle. Apartó rocas y montículos para apoyar su cabeza sobre un bosque que cedió con estrépito. Mirando el techo del cielo, a veces tan bajo, inalcanzable en otros momentos, se acomodó mientras su mano buscaba la mujer que hacía siglos no se movía y cuya silueta –disimulada por viñas, olivos y pinos– había perdido nitidez. Durante unos instantes a su medida, volvió a experimentar la felicidad ilimitada que antes, mucho antes de que el mundo desapareciera tras sus párpados, compartía con ella: sus andanzas a través de la llanura, el descanso entre montañas, el frescor de lluvia absorbida de las mismas nubes…
El paisaje tiene vida, tus palabras lo demuestran.
ResponderEliminarbesos
en un mment0 dad0...quiza un dia...quisiera ser un giganteeee...
ResponderEliminarmedi0 bes0, d0rtea.
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ResponderEliminar¡Qué hermosa descripción!, para convertir la imagen en una historia La foto se la merece. Enhorabuena.
ResponderEliminarBikiño
Precioso micro para la peña de los enamorados.
ResponderEliminarUn abrazo, Dorotea
Ese gigante dormido recuerda aquel tiempo con nostalgia...sin dudas...
ResponderEliminarUn abrazo.
Impresionante foto, y precioso relato en relación a ella
ResponderEliminarUn beso de Mar
Ya tenía ganas de que sacaras a la luz esta hermosura; tú, que permaneces atenta a todo lo que encierra una historia. En este caso, la peña de los enamorados de Antequera, aprovechó tu mirada para confiarte su más preciado secreto.
ResponderEliminar¡Enhorabuena por el micro y la foto!
Qué maravilloso micro, Dorotea.
ResponderEliminarEres estupenda.
Un besote.
Hola, Dorotea:
ResponderEliminarVengo del blog de Ardi para conocerte y me encuentro con esta sublime descripción...
Soy otra compi del entrañable Desván ;)
Un abrazo.
Gracias a todas y todos por vuestra visita y los comentarios.
ResponderEliminarUn abrazo,
Dorotea