lunes, 20 de octubre de 2008

LA LEY DEL ÓPTICO


CÓMO DECIDIRSE POR UNAS GAFAS

Te encuentras en la tienda del óptico, un experto en el arte de vender cristales correctores a personas con defectos de visión. Con anterioridad has pasado por la trastienda, donde el técnico te obligó a mirar a través de lentes de varios tipos y a descifrar casi a oscuras una serie de absurdas combinaciones de letras de tamaño decreciente. De este modo, el acoplagafas ha determinado grosor y características de los cristales más aptos para ti y, una vez regresados a la sala de ventas, te ofrece silla y espejo para que procedas a elegir la montura. 

Deslumbrada en más de un sentido, te enfrentas con una gran oferta de marcos gemelos de un tamaño algo mayor que la órbita del ojo, unidos por un puente para acomodar la nariz, y portadores, a través de dos articulaciones abatibles, de sendas patillas laterales que acaban en medias lunas destinadas a fijar la montura detrás de las orejas. Como el carraspeo del óptico expresa cierta impaciencia, eliges al azar un modelo redondo y te lo pones. Desde el espejo te mira una cara con mejillas infladas y ojos diminutos, por lo que te quitas la montura —ya que descartar tu rostro no está dentro de tus posibilidades— y seleccionas otra, más rectangular. Innegablemente, te da un toque asiático de ojos achinados, lo cual está de moda pero no te convence. La siguiente opción resulta ser una montura especialmente grande, de esas que lleva la secretaria cinematográfica, supuestamente fea, que al quitarse las susodichas gafas y soltarse el moño, cortacircuita la libido del jefe, que tras balbucir diminutivos, acaba hundiendo su barbuda cara con gafas en esa melena rubia liberada de horquillas… 

¡Alto ahí, rebobinemos! ¿Qué tipos de gafas llevan los habitantes de la planta de los jefes? Te sumerges entre patillas y marcos, y extraes del montón un modelo de tamaño intermedio, con filo metálico dorado y pequeñas incrustaciones laterales. ¡Bingo! El espejo se convierte en el cristal mágico de Blancanieves y te asegura que eres la más guapa del reino. Un segundo vistazo te lo confirma: estas son tus gafas porque con ellas tienes mejor aspecto que nunca. Nada ni nadie te va a hacer cambiar de opinión, ni el precio siquiera que —como descubrirás—no entra en el descuento colosal anunciado en el escaparate. ¿Quién te manda tener el gusto tan refinado como para decidirte por una montura de diseño con nombre francés? Ahora paga y disfruta, o acepta un modelo cutre pero rebajado, que ensancha tus mofletes y minimiza tus ojos. Está en tus manos y por supuesto, en función de tu bolsillo. 

Unos días o incluso semanas después te darás cuenta de un curioso efecto secundario de ese modelo de gafas de alto coste: te abrirá nuevas perspectivas poniendo en su sitio los precios desproporcionados de otros artículos. Observándolo a través de unas gafas de este tipo, un abrigo puede costar un múltiplo sin que su precio sea realmente abusivo, y eso sin hablar de un pequeño, pero moderno chal de visón, o de un no tan pequeño pero igualmente moderno sofá de cuero. Todo depende del ángulo visual.

(TEXTO: Instrucciones de uso de lo cotidiano, no traducidas del japonés)
(FOTO: http://www.modasol.com/general/10consejosparacomprargafasinfantiles/ )

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