jueves, 11 de junio de 2015

MIRADAS (26)




(26ª entrega)




- ¡Chis! – dije sonriendo al recordar la manera entre cariñosa y autoritaria en la que el día anterior me había obligado a ponerme hielo: - Y ¿qué pasa si no espero ninguna explicación?, quiero decir, ninguna que tú no me quieras dar de verdad. – Era increíblemente relajante decir justo lo que yo siempre hubiese querido escuchar.
- Mi comportamiento debe parecerte al menos...errático a veces. – continuó en un nuevo intento con la misma voz de resistencia interior, pero yo me había soltado, y me reí:
- ¿Errático, tú? Entonces, ¿cómo me describirías a mí? ¿Chiflada? ¿Volada?.
Volvía a poner su mano en mi rodilla, y esta vez estaba relajada, y puse la mía encima de la suya.
- Sin embargo, sí que quisiera preguntarte algo.... – Estaba tan eufórica que le quería tomar el pelo.
- Preguntarme, el ¿qué? – Al hablar, su aliento me hacía cosquillas en el oído porque de pronto estaba mucho más cerca de mí.
- Tu  nombre. Sólo conozco tu nick del chat, y me gustaría saber tu nombre.
- No podrías haber preguntado nada peor. – Parecía disfrutar con el suspense: - Marius. Sí, no lo confundas con Mario, no, tuvieron que ponerme Marius, Marius Solms, o así al menos lo diría James Bond, o ¿era al revés?
Me reía hacia dentro, pero con muchas ganas, porque me sentía tan feliz de estar en ese preciso momento justo ahí junto a él y porque la extraña tensión de antes se había evaporado. Apenas podía contestar:
- En el supuesto de que lo dijera, diría ‘Solms, Marius Solms’...
Seguíamos bromeando sobre ese ‘supuesto’ que no le había parecido una expresión muy respetuosa, y luego se fue a la gasolinera y trajo café y bocadillos, y mientras lo tomábamos en el coche, nos reímos de cada nuevo disparate que se nos ocurrió acerca de James Bond alias Marius Solms.

Cuando llamé por la tarde a mi casa, finalmente cogió Manu el teléfono.
- ¿Mam? – dijo nervioso, - ¿Qué pasa contigo? ¿Dónde estás? ¿Por qué no vuelves a casa?
No pudo continuar, porque Pedro le había quitado el auricular.
- Y ¿qué? ¿Tienes respuestas a las preguntas del niño? – Su voz estaba controlada, pero yo notaba su rabia contenida.
- Si me dejaras hablar con el ‘niño’....
Mientras esperaba, escuchaba unos ruidos de fondo, y luego dijo una mujer: - ¿Qué? ¿Ha colgado? – Lo cual hice automáticamente buscando temblorosa la horquilla para colocar el auricular que de pronto me quemaba la mano. Cuando lo había conseguido, froté mis manos contra el jersey y las metí en todo lo hondo de mis bolsillos.

¿Cómo podía Pedro traer a esa mujer a casa? ¿Cómo iba Manu a encajar todo este lío? ¿Debería ir directamente a casa para...? Mi voz interior aprovechó mis dudas para meterse conmigo: ‘Para ¿qué? Ahora, la mala de la película eres tú, porque has abandonado el hogar. Y también Manu lo verá así.’
Apoyé la cabeza contra la luna de la cabina de teléfono, haciendo sin querer presión sobre el chichón que me dio un fuerte pinchazo. Durante un instante ví a un hombre de mediana estatura vestido con vaqueros y un jersey, que me daba la espalda e iba a darse la vuelta. Un segundo más tarde estaba detrás de mí, sujetándome.
- ¿Te encuentras mal? ¿Qué te ha dicho?
Escondí la cara en su hombro pero no quise hablar del tema.
- Ven al coche, -  me dijo y me dejé llevar.

Cuando estábamos sentados, noté como Marius se puso tenso.
- Oye, - cuchicheó, -¿ese encantador marido tuyo no habrá sido capaz de denunciar el robo de vuestro coche, verdad? 
Cuando ya iba a decir que no, porque Pedro trabajaba a cinco minutos a pie desde la casa, y el coche familiar se había convertido hace tiempo en ‘mi’ coche, con el que iba con frecuencia a Málaga, o llevaba a Manu a ver los partidos de su club favorito, me entró una leve duda.
- ¿Por qué me lo preguntas?
- Es que hay un policía en la esquina que ha estado mirando tu matrícula y ahora habla por radio.
- No me lo puedo imaginar, - dije sin atreverme a confesar que me lo estaba imaginando con todo detalle, porque no podía dejar de pensar en que Pedro había sido capaz de llevar a su amante a nuestra casa.
- Entonces, ¿arranco?, - preguntó Marius.
- Sí, adelante, - le contesté: - además tengo en el maletero todos los papeles.
Arrancó el motor y puso el coche en movimiento, primero poco a poco y luego con más ritmo.
- A lo mejor me he equivocado, y la mala conciencia me ha hecho ver más de la cuenta. Al fin y al cabo, no es mi coche.
- ¿Mala conciencia, tú?, - me reía a pesar de lo nerviosa que seguía estando: - Me recogiste en el garaje cuando estaba a punto de poner el coche en marcha sin ver a donde iba.
Ahora también él se reía.
- Vaya, entonces he tenido suerte porque podrías haberme arrollado.
- Bueno, - quería ser sincera: - A lo mejor no lo hubiera arrancado, sobre todo porque no tenía a dónde ir.
Se callaba, y  pensé: ‘Ahora creerá que deberá cargar conmigo para siempre jamás, y lo que fue un gesto amistoso, se convierte en un problema para él.’
Justo en ese momento, el coche hacía un extraño, porque Marius me dio un beso en la oreja.
- Puedes quedarte conmigo el tiempo que quieras, es decir, mientras estemos por aquí. Luego será algo más complicado.
- Y ¿hasta cuándo continuaréis aquí? – Reconocía para mis adentros que era una pregunta que me interesaba bastante.
- En ese pueblo, unos días, y en lo que es la provincia, durante un mes aproximadamente.
Al rato, el coche parecía acelerar, y él dijo:
- Esta tarde tendré más trabajo que ayer. – Y luego añadió como si le quitara importancia: - ¿Qué pasó antes cuando llamaste por teléfono?
Tragué saliva; si no lo hubiese preguntado, lo habría interpretado como falta de interés, pero al mismo tiempo aún no tenía ganas de hablar de ello.
- Manu lo cogió, - contesté finalmente con un gran suspiro: - pero Pedro le quitó el teléfono, y al fondo escuché hablar a esa mujer, y colgué.

- ¡Qué rata!, - dijo Marius escuetamente, pero puso su mano encima de la mía y su voz sonó a enfado.

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