miércoles, 3 de junio de 2015

MIRADAS (24)





(24ª entrega)

- ¿Te duele mucho?
Me guiaba y empujaba hasta que me había sentado en un banco bastante duro; luego iba y venía y hacía ruidos que no podía interpretar. De pronto me puso un paquete congelado en la mano.
- ¡Vamos, mantenlo donde te has dado el golpe! El chichón está subiendo por momentos.
El hielo me dolió tanto que lo quité enseguida.
-¿Qué pasa? – preguntó y su voz no era precisamente  amable.
- Me duele, - dije pusilánime.
Suspiró y se sentó a mi lado, desplazándome hacia el interior del banco. Luego puso el hielo sobre mi sien y lo sujetó allí diciendo: - ¡Chis! – cuando quería quejarme. Al cabo de unos minutos, las punzadas aflojaban, y el fumador colocó mi mano encima del hielo.
- Mantenlo un ratito más para que yo pueda calentar el pollo.
Sentía como el suelo se balanceaba suavemente bajo sus pasos, y lo oía coger platos y cubiertos. Después vino el clic-clic de un encendedor eléctrico, algo empezaba a chisporrotear, y el pollo asado volvía a oler muy apetitoso. De nuevo, el fumador se acercó donde yo estaba y me quitó el hielo de la mano.

- Ven, querrás lavarte las manos, y también hay un aseo.
Me guió adentro de un minúsculo cuartito, y me enseño sin rodeos donde se encontraban todas las cosas. Lo hizo con tanta naturalidad que resultaba mucho menos violento de lo que podría haber sido, y cuando cerró la estrecha puerta desde fuera, conectó una radio cuya música encubría cualquier tipo de ruidos.
Cuando abrí la puerta, me lo encontré delante alcanzándome un tejido algo áspero.
- Si quieres cambiarte, ponte esto, es un jersey que da calor. Por las noches, el aire se mete por todas las rendijas de la caravana.
Contenta con la idea de quitarme el jersey sudado, volví a meterme en el aseo, y me cambié. Luego, sintiéndome tan bien como podía haber deseado en esas circunstancias, salí con cierta precaución, pero mi mano adelantada se encontró enseguida con la suya. Apoyó la palma de su mano contra la mía, y entrelazó nuestros dedos.
- Es simplemente increíble que estés aquí conmigo, - dijo con voz muy baja, - Vamos a celebrarlo.
Me llevó al banco y se sentó a mi lado. Había preparado una salsa picante para el pollo, y tomamos vino y hablamos poco, lo cual me parecía estupendo. Constantemente estaba pendiente de mí, pasándome lo que necesitaba, cortándome la carne en trozos pequeños, y finalmente dándome pedacitos de pan mojados en salsa, de manera que me entraba un bienestar que no recordaba haber sentido durante demasiado tiempo. Al intentar acordarme precisamente de una situación parecida, me había quedado pensativa, lo que le hizo decir:
- Un penique por tus pensamientos, - se rió y me dio un beso en la mano.
- No valen ni eso. – También yo me reía. 
Suspiró y se levantó estirándose.

- Me tengo que ir durante una hora más o menos, - dijo: - Cerraré con llave porque es la costumbre, así que no creas que te he encerrado a propósito. ¿Te quieres acostar?
Mientras hablaba, parecía por los ruidos de la vajilla y los cubiertos que estaba rápidamente quitando la mesa. Después, me llevó de la mano hasta un sofá o una cama. Me acosté, y él me tapó con una manta tan áspera como el jersey que me había dado. También me volvió a traer la bolsita de hielo para que me la pusiera sobre el chichón, aunque, como me decía con su risa contenida, un ojo morado iba a tener de cualquier manera.
Después pasaba varias veces de un lado a otro, siempre provocando ese ligero vaivén del suelo que cada vez me llamaba menos la atención. Antes de irse, se agachó y se despidió acariciándome el pelo.
- No te asustes si oyes voces. Las caravanas están a poca distancia entre si, pero aquí sólo vivo yo, y ahora tú, en cierto modo.

El suelo volvía a balancearse cuando el fumador se fue hacia la puerta, salió y cerró con llave desde fuera. Con su ida se acabaron todos los sonidos cercanos, y los ruidos de fondo se hacían más definidos y fuertes. Los retazos de música del circo sonaban claros y acentuados, y su compás era tan variable que seguramente se ajustaba al espectáculo. Escuchando me di media vuelta sin pensar en el hielo que se resbaló. Cuando toqué con precaución el chichón lo notaba duro y muy caliente. Me acomodé nuevamente y puse el hielo en su sitio. Quería mantenerme despierta, pero el vino me había dado sueño, y finalmente me quedé dormida.
Medio en sueños oía como un perro ladraba de vez en cuando, y como la música que había callado durante algún tiempo, empezó a sonar de nuevo. Ahora también se escuchaba el aplauso, pero luego la música aumentaba de volumen, y unas voces se acercaban.

- ¿Para qué se ha traído a mi mujer, payaso de poca monta?
Era Pedro quien hablaba.
- Al contrario de lo que Usted hace, la dejo hacer lo que ella quiera.
La voz del fumador era baja pero perfectamente audible.
Pedro se puso histérico:
- Usted no tiene derecho a hacer ni dejar de hacer nada con respecto a ella, y no importa lo que ella quiera o no. Últimamente, ni ella misma sabe lo que quiere.
- ¿No será que finalmente se ha dado cuenta de lo que quiere?

Me desperté bruscamente y me senté con la espalda rígida por el susto. El hielo volvió a caerse, esta vez al suelo, y ya estaba a punto de levantarme para buscarlo, cuando escuché la llave en la puerta.

El fumador encendió la luz y se acercó con sus rápidos pasos, haciendo que la caravana se moviese como una barca.
- ¿Cómo estás? ¡Vaya, esto sigue muy hinchado! Claro, si pones el hielo en el suelo, no es de extrañar. Espera, lo limpiaré.
A los pocos minutos estaba otra vez acostada, de lado y con el hielo sobre la sien. El seguía yendo y viniendo sin que yo supiera para qué. Luego apagó la luz y se tumbó detrás de mí, tapándonos a ambos y sujetando bien la manta. Intenté dejarle más espacio, pero la cama era estrecha para dos, de manera que su cuerpo casi me rozaba, y no me atrevía a respirar porque de pronto me parecía tan increíble que un desconocido estaba acostado conmigo, no, que yo estaba acostada con un desconocido que había puesto un brazo encima de mi cuerpo y cuyo aliento me hacía cosquillas en la nuca.

- Si sigues sin respirar, - dijo con voz soñolienta: - Tendré que llevarte al médico, y éste al ver el chichón, llamará a la policía, y....
Tuve que reírme y respiré hondo.
- ¿No has hablado allí afuera por casualidad con Pedro? –pregunté: - Me parecía oírlo delante de la caravana.
Tardó en contestar, pero finalmente dijo:
- Esto sería antes de que le aplastase la cabeza con el gato, o ¿crees que habría otra manera de impedir a ‘tu’ Pedro que entrase?
Me sonreía al abrigo de la oscuridad que me rodeaba desde hacía tanto tiempo, porque durante un momento me había permitido escuchar en su voz algo de celos. Antes de volver a quedar dormida, oí como ladraba el perro afuera, y pensé en Manu, y en cómo se las estaría arreglando en esa situación.

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