domingo, 10 de mayo de 2015

MIRADAS (18)





(18ª entrega )

- Mam, esto estaba en el buzón. Es para ti. – Puso un sobre acartonado en mi mano: - No tiene remitente ni sello. – Abrió el sobre, y me dio un CD en un sobrecito de papel: - No hay carta. Parece que tenía prisa, je je.
Intentó pasar por mi lado para entrar en la cocina, pero conseguí sujetarlo y darle un rápido abrazo.
- ¿Qué pasa? – También me abrazó.
- Es que te las arreglas tan bien en esta situación tan absurda, y me ayudas, y....
- Alguien tiene que cuidar de ti. Además eres la mejor madre del mundo.
Con estas palabras se fue a la cocina,  y pude escuchar como removía las bolsas de plástico y murmuraba cosas incomprensibles mientras guardaba la compra.

A la hora de cenar – un menú festivo preparado en el microondas – estábamos contentos y alegres. Yo evité pensar en qué le parecería a Manu que yo iba a encargar un abogado para tramitar el divorcio, y Manu estaba de un humor tan excelente que una difusa sospecha empezó a germinar en mí: ¿instituto? ¿amiga? ¿otra cosa? El timbre del teléfono interrumpió nuestras bromas. Manu fue al salón para cogerlo, y me llamó:
- Mam, un tal señor Montes.

Cogí el auricular, y tapé el micro:
- Por favor, sigue cenando, si no, se te enfriará. Y cierra la puerta del salón.

El jefe de Teresa era amable, pero hablaba muy de prisa, y tuve que prestar mucha atención para entender todo lo que me decía. Acordamos una cita para la mañana siguiente en mi casa. Teresa le había comentado lo más importante, así que apenas me preguntó nada.
- A las 11.30 en su casa. Sí, la dirección está aquí anotada. Muy bien, entonces hasta mañana.
Se despidió y colgó.

Cuando volví a la cocina, Manu estaba comiendo unas natillas, a juzgar por el olor a vainilla. Luego metió los platos en el lavavajillas, y nos sentamos juntos en el sofá para ver/oír el resumen diario de Gran Hermano. Al principio nos reíamos de los comentarios simplones que hacían, pero al poco tiempo nos aburrimos. Manu se fue a su cuarto, y yo me puse a escuchar el disco que acababa de recibir.


Esta vez mi amigo me había obsequiado con Wagner. El Santo Grial bajó desde su lugar secreto para sanar y ayudar a todos aquellos que lo necesitaran, y luego volvió a elevarse hasta confundirse con las lejanías... Acostumbrada como estaba desde hace años a un fondo permanente de música ligera, cuando no ultra-moderna, la obertura de Lohengrin me traía unos recuerdos irresistibles de otros tiempos en los que escuchaba casi a escondidas los cuarenta principales porque en casa no se oía música que no fuera clásica. Emocionada saqué con muchísimo cuidado el CD del discman, y lo estaba guardando, cuando sonó el teléfono.

Pero la intensa alegría que sentí, duró poco: Pedro.
- He hecho una nueva cita para ti con el médico de cabecera. Mañana por la mañana, a las once y cuarto. Pasaré a recogerte sobre las once.
Iba a colgar pero protesté a tiempo.
- No me viene bien mañana a esa hora.
Su silencio fue tan absoluto que podía escuchar el ruido de fondo de la recepción de hotel, en la que Pedro trabajaba desde hacía décadas. Cuando finalmente dijo algo, se le notaba que se estaba controlando.
- Y ¿por qué no te viene bien, si puede saberse? – Su voz se hizo más agresiva: - ¡Qué compromiso puedes tener tú en tu estado!
Tragué saliva, y le contesté con aparente naturalidad:
- He hablado con Teresa..
- ¿Con quién? ¿¿Con Teresa??
- ....y tengo una cita con el abogado que es su jefe.
De nuevo hubo un instante de silencio, pero ya sabía lo que iba a venir, y no me equivoqué.
- ¿Te has vuelto completamente loca? ¿Has pensado en el niño? Lo que te hace falta es un psiquiatra y no un abogado. ¡Te prohíbo terminantemente...
Como no quería saber qué era exactamente lo que Pedro me prohibía, corté la comunicación, y puse el auricular al lado del aparato, porque con toda seguridad Pedro volvería a llamar.

Mientras escuchaba los pitidos que emitía el teléfono, pensé con cierta preocupación en la reacción de Pedro, y tardé en darme cuenta de que ya se había conectado el contestador automático de la compañía de teléfonos. Volví a coger el auricular, y me tragué la explicación computerizada:
-Tiene UN mensaje de HOY, - me decía pacientemente una voz como si yo fuera tonta: - si quiere VOLVER A ESCUCHARLO, pulse UNO, si quiere GRABARLO, pulse DOS, si quiere BORRARLO, pulse TRES.
Obedientemente pulse UNO:
- Hola, ya sabes quién soy. Iba a quedarme unos días más, pero me tengo que ir. Volveré cuanto antes, pero no sé exactamente cuándo. Cuídate.- Una pequeña pausa: - Espero que este disco también te guste. – Una pausa algo más larga: - Bueno, hasta pronto. Te llamaré.
La voz automatizada me quería volver a explicar el manejo del contestador, pero la corté pulsando UNO, y luego de nuevo UNO, y otra vez UNO.
Mientras le oía hablar, me sentía protegida por su voz, e intenté descifrar todas las matices de su corto mensaje, pero al mismo tiempo me invadía una amarga decepción. No me haría – al menos en los próximos días – más visitas sorpresa, y no iba a poder contarle que me había puesto en contacto con un abogado. Finalmente borré el mensaje que ya me sabía de memoria, y colgué el teléfono que no volvió a sonar. Tampoco escuché nada del cuarto de Manu, y al cabo de poco tiempo me fui al dormitorio donde me eché en la cama sin ganas acostarme. 


(SE CONTINUARÁ EL MIÉRCOLES 13)   

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