jueves, 7 de mayo de 2015

MIRADAS (17)






(17ª entrega)


Una ola de calor se extendía por mi cuerpo desde el lóbulo de la oreja en la que tenía el auricular.
- No, no, el número es el correcto.
‘Vaya comentario’, pensé, ‘aunque lo hubiese pensado durante horas, no creo que se me hubiera podido ocurrir nada menos inteligente’. Y desesperadamente busqué algo con chispa  para transmitirle la ilusión que me hacía su llamada, pero como el silencio se prolongaba y no sabía qué decir, tosí un poco y se lo dije sin más rodeos:
- Me hace muchísima ilusión que me llames.
- Pensaba ir a verte pero parece que hay un guateque.
- Sí, es decir, no. Manu ha invitado a unos amigos...
Me interrumpió preguntando: - Y tú, ¿qué haces?
- Nada, prácticamente. Eso sí, estoy escuchando música que alguien, ¿tú no sabrás quién?, me ha metido en el discman.
Escuché un leve soplido, y luego dijo:
- Menos mal que tú encontraste el CD, tu hijo quizás lo hubiera reciclado después de escucharlo, o ¿tienes la misma intención?
- Claro que no, - me reí: -Primero porque me gusta, y luego porque no tiraría un regalo,  ¿o es un préstamo?
Al parecer no me había escuchado, porque dijo en tono algo ausente:
- Iré a verte un día de estos, si te parece bien. – Y como si de pronto tuviera mucha prisa:
- Buenas noches y ¡cuídate!
- Buenas noches, - fue todo lo que pude decir antes de que la conexión se cortase.

Media hora más tarde los amigos de Manu se habían marchado definitivamente, después de charlar un rato en el salón, en el pasillo y en la escalera. Salí de mi escondite y quería ir al baño, pero Manu me cogió del brazo:
- Espera, Mam, voy a comprobar si hay ‘humedad residual’ en el suelo.
Los dos nos reímos de su ocurrencia lingüística, y esperé obedientemente a que me dejara pasar al baño. Mientras, Manu había recogido el salón, y cuando salí del baño, me sorprendió el frío que entraba por las ventanas. A pesar de la corriente de aire, me parecía notar un olor algo raro; olisqué y tosí demostrativamente.
- Sí, las temperaturas han bajado.
Manu pasó por mi lado con una bolsa de basura.
- ¿Qué habéis fumado?
- Casi solamente cigarrillos, - contestó desde la cocina.
Me atraganté con el ‘casi’, y Manu se adelantó para explicármelo: - El Largo se ha traído un porro, y se lo ha fumado, y claro que yo no puedo prohibírselo. Además, el salón no huele peor que ayer.
Preferí no contestarle, y dejar que se fuera a la cama. Las ventanas quedaron abiertas durante toda la noche, y como tenía frío, me acosté en el dormitorio hasta que a las siete sonó el despertador en el cuarto de Manu.

El día siguiente, Pedro no vino, lo cual a mi me parecía muy bien, pero a Manu le preocupaba, porque intentaba adivinar la razón por la que su padre no se había presentado. Tantas vueltas le dio al asunto, que por la tarde consiguió ponerme nerviosa, y le mandé a la compra después de haberle dictado una larguísima lista de todo lo que necesitábamos.

Cuando me había quedado a solas, me di, con precaución se entiende, un paseo por todo el piso. Ya no solía tener problemas con esquinas o muebles, porque lo conocía todo a la perfección. Cada rincón guardaba recuerdos, sobre todo el cuarto de Manu, en el que durante mucho tiempo no había querido dormir solo, y que ahora olía a loción de afeitar. Cerré la puerta desde fuera, y sentí un escalofrío al pasar por el dormitorio que a lo largo de los últimos años se había convertido en escenario de tantas disputas y peleas, que cualquier asociación de otra índole estaba enterrada debajo de una gruesa capa de frustraciones. Todos los sentimientos se habían secado; el tiempo y las circunstancias, y nuestra propia incapacidad de conservarlos vivos, los habían anulado. El salón seguía oliendo a incienso, a pesar de que el Largo se había fumado su joint precisamente sin mi bendición. Suspiré y me propuse volver a hablar con Manu para dejar claro que yo no quería que  sus amigos fumasen en casa.


Al final de mi vuelta, mi espinilla chocó bruscamente contra una pata del sillón, pero no me fijé en flashes fantasma, sino que cogí el teléfono. Marqué un número que me sabía de memoria porque era el de una buena amiga, que hacía casi un año había discutido medio en serio, medio en broma con Pedro, y que él no había querido volver a ver en casa desde entonces. Aunque yo no estuviera de acuerdo con él, después de aquello la había llamado un par de veces solamente, y finalmente había dejado de verla para evitar más broncas y discusiones con Pedro. 


- Bufete Pablo Montes. Buenos días, - la voz de Teresa es igual que ella, precisa y eficaz.
- Hola, - dije: - ¿Eres tú, Teresa?
Se quedó un momento callada, pero luego soltó un largo suspiro como si se liberase de una carga.
- ¿Cómo estás, monstruito? – Me hablaba con tanta cordialidad y simpatía como siempre: - Me dijeron que tenías problemas, pero no quise llamarte para no crearte más de lo mismo.

En pocas frases la puse al corriente de mi situación. Luego hice una pequeña pausa.
- ¿Qué puedo hacer por ti? – preguntó: - ¿Necesitas un abogado?
- Pues sí, parece que sí.
Tan indecisa como yo lo dije, tan contundente fue su reacción:
- ¡Finalmente! Espera, voy a ver si está en la oficina.

Al poco tiempo, me volvió a hablar:
- Pablo, es decir, mi jefe, está con un cliente. ¿Puedo darle tu número para que te llame? Pero puede que se haga un poco tarde.
Le dije que no importaba, y durante un rato seguimos charlando con la fácil confianza de nuestra larga amistad. Teresa no quiso saber nada de disculpas por mi comportamiento.
- Me apostaría algo a que yo lo haría igual si estuviera con un elemento parecido a tu Pedro.  No te preocupes, ya se me ha olvidado.
- Y ... ¿hay alguien actualmente, quiero decir, estás con alguien?
- No, o mejor dicho, sí, - contestó misteriosamente: - a veces la suerte está más cerca de lo que una supone.

Su risa salía a borbotones del teléfono, y me contagió. Seguí riéndome después de haber colgado, y así me encontró Manu cuando llegó de la compra cargado de un sinfín de bolsas de plástico.


(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 10)

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