EL APARTAMENTO
Se dio cuenta de que su apartamento resultaba cada vez más pequeño cuando quiso ponerse unas sandalias del zapatero. No las había tocado desde el verano anterior, y por más que tirase de ellas, no pudo sacarlas del mueble. Cuando se agachó, con mucho trabajo, creyó ver que la parte de atrás de las sandalias estaba empotrada en el muro. Algo mareada, se enderezó jurándose que no volvería a tocar la botella del pacharán durante el día. Fue a limpiar escaleras en zapatillas de andar por casa, y al regresar se entretuvo observando la espalda y nuca de su marido que estaba frente al televisor, callado e inmóvil como siempre. Barajó la posibilidad de comentarle lo de las sandalias, pero desistió enseguida. ¿De qué iba a servir?
A la mañana siguiente se armó de valor y una linterna, e inspeccionó el interior del armario. Lo encontró bastante revuelto; había cuatro pares de mocasines amontonados y ninguna sandalia. Pensó aliviada que se había equivocado y no le dio mayor importancia, hasta que a media tarde escuchó un ruido en el dormitorio. Al abrir la puerta, se topó con dos figuritas de porcelana en el suelo. La repisa, sobre la que habían estado acumulando polvo durante años, apenas ya sobresalía de la pared. Las piernas le temblaron y se sentó en la cama mirando a través del pequeño pasillo hacia el salón. Su marido estaba junto a la mesa escribiendo con rotulador en el hule.
Preparó una pequeña maleta con lo más importante: los medicamentos de él, un álbum de fotos de su vida antes del accidente, ropa interior, algo de abrigo, los documentos de identidad. La llevó hasta la puerta de la vivienda y señaló a su marido para que le siguiera. Él avanzó apenas medio metro y se paró en seco. Impaciente se acercó para ayudarle y suponiendo que estarían atascadas por una mala postura, agarró las ruedas con fuerza hasta hacerse daño en la espalda; también tiró de los apoyabrazos, había empezado a sudar y sus manos resbalaron una y otra vez. La silla ya no cabía por el pasillo. Él, como siempre, negaba el sentido de este esfuerzo como de cualquier otro, incluso empezó a mover la silla hacia atrás y solo se detuvo cuando chocó contra un mueble.
Quiso seguirle pero sus caderas rozaron la pared y sintió miedo. Si iba al salón quizá ya no podría salir. Su mirada buscó la de su marido, pero él se había vuelto hacia la mesa y seguía garabateando en el hule.
Casi no pudo abrir la puerta de la vivienda, encajonada como estaba en el marco. Cuando lo logró se fue, llevándose la maleta y sin hacer caso de los ruidos confusos que escuchaba detrás de sí. En la calle pensó en llamar a Servicios Sociales..., no recordaba el número, y entonces se subió al primer autobús que pasó.
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Inquietante piso menguante. Ha ganado el piso, o el marido, y no queda sino rendirse y huir. Me recordó vagamente a la casi sitiada de Cortázar.
ResponderEliminarUn texto muy bueno, explícito en detalles para imaginar cómo es un espacio que se encoge. Un brazo grande
Que agobio, mi claustrofobia se ha recuperado después de mucho tiempo controlada y es que tu relato se visualiza. Abrazos
ResponderEliminarEl apartamento encoge por momentos. ¡Que abogio! Ya me veo yo saliendo de un piso así a toda leche, sin esperarme a coger maletas, ni marido ni nada... jjjj
ResponderEliminarBss.
Que momento más angustioso ver que te atrapa tu propia casa ..el sentido de encoger el apartamento es significativo , puede que ella se sintiera así ..
ResponderEliminarUn buen texto .
Un abrazo y feliz viernes.
Qué buen relato. Se puede sentir la angustia y la sensación de sentirse atrapada por la casa. A veces sentimos no encajar en el mundo, que nos engulle y aprisiona el pecho…
ResponderEliminarUn placer leerte, querida amiga.
Abrazo enorme, y feliz tarde 😘
Cuando la angustia y desesperanza te alcanza, quizás la solución es esa, rendirse y protegerse así mismo.
ResponderEliminarGran relato, gracias por sumarte.
Un beso
Excelente relato, en el que transmites muy bien la angustia y el estar atrapada.
ResponderEliminarUn placer disfrutar de tu relato.
Besos.
Una ambigüedad entre lo literal y lo simbólico, buen efecto.
ResponderEliminarUn abrazo.
He percibido dos o tres cosas que bien podrían ser diferente pero al tiempo, análogas. Por un momento he pensado que el marido no existe y que tiene un importante síndrome de Diógenes. Luego, he percibido que está enclaustrada en una serie de recuerdos que dudo existan, y por último, creo que ha salido de su propia cárcel.
ResponderEliminarUn beso enorme.