No
presté mucha atención a lo que mi primo Andro decía por teléfono. Más bien
le contesté algo cortante porque esperaba otra llamada, la de una buena amiga
que iba a visitarme para relajarse. A esta hora inoportuna, Andro me llamó muy nervioso;
su tartamudeo, reforzado por la agitación, hacía que pronunciara peor que nunca. Al rato comprendí que iba a traerme un televisor que se
había encontrado en el almacén que vigila por las noches, o lo había guardado
allí una noche después de encontrarlo. Sin hacer caso a mis negativas, se
presentó veinte minutos después de colgarle yo el teléfono porque no quise
que me siguiera leyendo el folleto del televisor en checo ni en malayo.
El envoltorio, que mi corpulento primo subió jadeando por las escaleras, no prometía nada bueno: cartón deformado, aristas dobladas… Sin embargo cuando sacamos el aparato, lo montamos
en su pletina base –giratoria por cierto– y lo colocamos en la mesa baja
delante del sofá, resultó ser una elegante pantalla superplana con entradas
para conectores de todo tipo y una hilera de lucecitas LED.
Mientras
Andro lo enchufó, hurgué en el cartón destartalado.
–No
trae mando, listo, –dije impaciente– ya te lo puedes llevar… Nunca he visto un
modelo de esta marca... Por cierto, ¿qué marca es? ¡Si no tiene ni marca!
–V-v-v-va
sin m-m-m-mando, –Andro tartamudeaba mordiéndose la lengua– M-m-m-m-marcha con
la voz. ¡Há-há-háblale!
Su ojo
derecho, vago desde el Preescolar, se desvió hacia mi cocina americana. –¿T-t-t-tienes
una c-c-c-cervecita?
Fui a
buscar unos botellines y no escuché más lo qué decía. Cuando
volví, estaba iluminada la pantalla y un locutor calvo movía los labios.
–Dale
voz, –dije y le pasé una botella.
–¡No
son horas para tomar cerveza!
–Deja
de hacerte el gracioso, si tú mismo me la has pedido, –Me senté a su lado en el
sofá– Y cambia de canal que no soporto las noticias.
La cara
del locutor aumentó de tamaño como cuando la cámara hace un zoom exagerado. Podría
haber contado los pelos de sus cejas.
–¿A
dónde me has traído, Andro? –preguntó el calvo– Será pariente tuyo, tiene
los mismos párpados caídos que tú. Argh,
¡¡qué asco!!
Un chorro de espuma y cerveza se había escapado de mi boca dando a
parar en la pantalla.
–N-n-n-no
son n-n-n-noticias, –me advirtió Andro mientras lo limpiaba con la manga de su sudadera– es un c-c-c-concurso. Anoche lo estuve
v-v-v-viendo durante horas. El p-p-programa entra en la casa de la gente y c-c-c-cambia
su… su...
Cerró
el ojo menos vago y tragó saliva: –…i-den-tidad.
Satisfecho
se tomó el botellín de un trago.
Ante la
mirada atenta del locutor, Andro me explicó a trompicones en qué
consistía el concurso Como era de esperar no entendí nada. Al rato, el de la tele empezó a
menear la cabeza.
–¿No
ves que no se entera? Primo tuyo tenía que ser…
No hablaba
con la voz de Andro ni tartamudeaba.
El zoom
de la pantalla había aumentado aún más y uno de los ojos del locutor llenaba toda
la pantalla mirándome fijamente, sin pestañear. De hecho, el ojo no
tenía ni pestañas.
–Vengan,
colocarse uno por cada lado del televisor. Tú, delante de la pantalla, –Un dedo
enorme me señaló a mi– Y tú, Andro, por el otro. Vamos, que hay gente esperando
turno.
Andro
se sentó enfrente y el televisor quedó entre ambos. Tenía la pantalla
delante de mí y me fijé muy bien porque, ¡qué pasada!, seguro que era una c-c-consola
ina-ina-inalámbrica de la última generación. La imagen del locutor se hizo
borrosa, blanquecina y finalmente no hubo nada sino un panel en blanco con
un pequeño logo a la derecha.
–“En la
p-p-piel del o-o-o-otro” –leí con cierta dificultad notando que me dolía la cabeza.
Sonó el
teléfono fijo; mi primo se levantó como si estuviera en su casa y cogió el auricular. Escuchó durante unos segundos sonriendo y ruborizándose. Finalmente contestó.
–Vente
cuando quieras, cariño. Estaré solo. Andro está a punto de irse.
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Diabólico y terrorífico comedor suplantador, ¿así acabaremos? deglutidos por el aparato, todo puede ser, apago.
ResponderEliminarDoro, relato genial que me ha tenido cautivada y tartaja asombrada. Besito.
aj..vaya con el aparatejo!...si será perverso!...y tu primo, jajaja...un astuto aprovechado!jajaja
ResponderEliminarMuy bueno!
=)
Puede parecer ciencia ficción, pero es seguro que hacia eso nos encaminamos. La televisión interactiva comienza a ser un hecho. Lo siguiente es que estemos bajo el ojo del Gran Hermano, colándose en nuestra vida y que cualquiera pueda suplantar nuestra personalidad, después de que hayamos sido abducidos por el dichoso aparatejo. El primo parece que se lleva la mejor parte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Señor!!!! menudo programa y menudo primo. No se yo si algo así algun día...
ResponderEliminarUn abrazo.
Sorprendente relato. Me ha gustado.
ResponderEliminarSaludos!
si hay algo que me gusta de este relato, y claro está, lo debo de comparar con lo leído hasta ahora de nuestros compañeros y del mío propio, es su originalidad...hay una peli, la estaba buscando, pero no recuerdo su título, que tiene estos mismos basamentos. japonesa ella creo recordar. mala como casi todas las pelis de terror japonesas. mucho mejor esta forma tuya de exponerla...
ResponderEliminarmedio beso...