martes, 17 de marzo de 2015

MIRADAS (3)




(3ª entrega)



- ¿Qué ha pasado? ¿Mam? ¿Papá? - Su voz era chillona. - Ha llamado la tía de la peluquería diciendo que os habéis olvidado el bolso de Mamá con el monedero y todos los papeles.

Mientras hablaba con su padre sobre quién recogería mi bolso, yo me fui a tientas pasando delante de las tres puertas de nuestros vecinos hasta llegar a nuestra casa, donde su olor conocido me recibió como un gesto amistoso. Agotada – y ahora sí, bastante mareada -  me senté en el sofá del salón, después de haber repasado el asiento apartando el mando a distancia de la televisión y una bolsa de patatas fritas.

- Tu madre no se encuentra bien - dijo mi marido con voz lúgubre: - El médico le ha dicho un montón de veces que debe adelgazar, pero ella tiene que saber siempre más que nadie. - Mientras hablaba se alejó en dirección al baño.

Con un fuerte balanceo de los muelles del sofá, Manu se sentó a mi lado.
-¿Qué te pasa, Mam? - me preguntó con voz preocupada dándome un abrazo.
- Que no puedo abrir los ojos. - le contesté, pero tuve que repetirlo dos veces porque había un partido de fútbol en la televisión, y el público estaba gritando y silbando.
- ¿Qué quieres decir con que no puedes abrir los ojos? Simplemente, ¡mírame!
 La suave piel de su cara rozó la mía; luego se volvió a alejar.
- ¿Qué puede ser? - Su voz estaba ronca. Manu tiende a convertir en nervios todo lo que le ocurre.
- Me echaré un ratito, - intenté tranquilizarle: - seguro que luego me encuentro mejor.

Quise convencerme a mi misma de que así sería, y me acosté en el sofá, donde como de cualquier manera no podía abrir los ojos, me quedé traspuesta. Al fondo escuchaba a Pedro soltar un sermón a través de la puerta del baño, enumerando las razones que yo tenía para perder peso, y las veces que el médico me lo había recordado. Las respuestas de Manu a las explicaciones de su padre, eran al menos extrañas porque hacían más bien referencia al comportamiento del árbitro que parecía actuar a favor del equipo de casa.


Cuando me desperté, supuse que afuera había oscurecido, porque a través de mis párpados sólo pude distinguir la luz azulada del televisor que funcionaba sin sonido. Pregunté si había alguien conmigo, pero nadie contestó, y me fui a tientas al baño, aferrándome a la idea de que era medianoche y que me había levantado sin encender las luces. Con ayuda de este engaño me desenvolví bastante bien, y regresé sana y salva al sofá donde me tapé con una manta. El corazón me latía con fuerza, y tenía la garganta oprimida, cuando intenté imaginarme qué podría haber pasado con mis párpados. ¿Sería el aprendiz un psicópata que me había echado pegamento superrápido? Pero eso tendría que haberme dolido. ¿Sería una parálisis de los músculos del ojo? Intenté separar los párpados con los dedos, pero no encontré la más mínima fisura entre ellos. Noté que mis ojos – debajo de los párpados – estaban recalentados y pesados, como después de una noche sin dormir. Finalmente aparté las manos de mi cara, y me fijé en lo que me rodeaba.


(SE CONTINUARÁ EL DOMINGO 22)

3 comentarios:

  1. Estoy buscando soluciones para que se puedan abrir esos ojos o una explicación de porque no se abren, cuando cierro el blog sigo pensando en ello. Tendré paciencia (no me queda otra) y esperaré al domingo. Saltos y brincos

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  2. Gracias por tu comentario .Me temo que pasarán unos cuantos domingos hasta que la solución se vaya aclarando... Un beso.

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  3. Buenas tardes, Dorotea:
    Me tienes totalmente atrapado con tu relato.
    '¡Hasta el domingo!

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