LAS PALABRAS
Nada como el cansancio
para abrir mi boca al otro lado de las palabras. Sin considerar quien me
escucha, abandono los formalismos y avanzo
por un carril de sentido único, del único sentido de las palabras. Son
pura magia: elogias y haces crecer a quien tengas enfrente; merma el miedo en
cuando pronuncies el nombre de su origen; criticas y aparecen grietas en la
compostura del otro o en la imagen del ausente; mientes y si no se te alarga la
nariz, se encoge ese lugar entre clavícula y bazo que llamas corazón pero
que es más que el músculo que bombea la
vida a través de tu cuerpo.
Tanta fuerza tienen una
vez escapadas de la boca, como retenidas en la mente donde deambulan sin parar,
convertidas en un espeso murmullo que ralentiza los pensamientos: se lo dije…
no se lo dije a tiempo… ¿por qué se lo diría?...
¿Y las palabras de amor, ahora que amenaza San
Valentín con orgías de lazo rojo? Si no son palabras curtidas en lo
cotidiano, pulidas por el uso sincero en saludos o despedidas,
musitadas, sollozadas o gritadas al viento en una fecha cualquiera… si no son
así, no sirven porque carecen de credibilidad. Arrastran un tufo a cubrir las
apariencias, cumplir con lo establecido, amar en un día determinado para luego
seguir despreciando, o quizás ni eso, sino repetir como un loro lo que espeta
la tarjeta de San Valentín nada más abrirse: “TE QUIERO, TE AMO, UN BESO,
MUAAAAKKK”, y así hasta que se gaste la pila que es otro tipo de cansancio pero
viene a ser lo mismo.
Para seguir escuchando lo que se escribe...


