domingo, 18 de octubre de 2009

LA PIZZA



En otra vida fui masa de pizza. Todavía lo noto cuando intento abarcar demasiados frentes a la vez o tiran de mí para cubrir mentirijillas, disculpas o bulos. Entonces mi cuerpo sólido y macizo se extiende y se vuelve fino y transparente; aparecen fisuras y rotos que no se curan con facilidad a no ser que unas manos hábiles agrupen los flecos y tiras y los vuelvan a integrar dándome un masaje del alma que me sosiegue y fortalezca.

¿Nunca se han preguntado qué siente la masa de pizza cuando vuela encima de la cabeza del pizzero, antes de que la recoja incrustando los dedos en su blandura, aplastándola en la encimera, pasándole el rodillo y estirando su suave piel hasta más no poder porque alguien ha pedido una margarita crujiente? Pues, ese momento es de libertad suprema, un orgasmo aéreo que dura lo que el vuelo, un instante glorioso con la improbable posibilidad de salir planeando por el tragaluz abierto, convertida en ovni comestible –si bien crudo– y quedarse colgada del toldo exterior, justo encima de la calva del comensal hambriento y despistado que tarda en darse cuenta por qué se ríen los de las otras mesas. La dicha sería corta: la fugitiva notaría cómo poco a poco la adhesión del pegamento rudimentario compuesto por harina y agua se iría venciendo por la gravedad, como las ventosas diminutas que intentarían sujetarse a la lona cederían y perderían contacto, y se soltarían precipitando la caída final y definitiva. La aventura acabaría sobre la mencionada calva, cubriendo su desnudez con una mascarilla ligeramente aceitosa y nutritiva, hasta que el pizzero, alertado por los gritos y gruñidos del cliente, la recogería con cuidado, formando con ella una semiesfera abollada destinada al cubo de basura, mientras se disculparía mordiéndose los labios por no ceder al impulso humorístico de una escena digna de Jerry Lewis.

Fue un sueño, por supuesto. Bajo la luz de neón de la cocina de la pizzería, mi cuerpecillo convertido en crêpe crudo yace sobre el mármol donde resbala en la hostil capa de harina que impide cualquier adherencia. Se acerca un cucharón, seguido de un pincel blandenque y goteando, y me aplican un rápido baño de aceite y tomate. Un granizado de queso impacta en mi superficie, seguido de tomate en rodajas y más queso en grumos. Mi base intenta respirar y no puede. Percibo que me atacan por la espalda. Una especie de pala me recoge y mientras viajo un corto trecho, nuevamente convertida en objeto aéreo sin nombre propio, ya me aturde el hálito ardiente del horno. A partir de ahí todo es sufrimiento, tortura y quemazón hasta que mi tierno disco cruja y el queso se abrace llorando al tomate en una fusión tan íntima como limitada en el tiempo, otro símil de actos placenteros que nadie observa ni comenta.

Corto es el respiro de la cama de porcelana; ya se aproxima una rueda segadora que marca y separa trozos triangulares. Una vez aterrizada en la mesa, el destino de una pizza margarita de masa fina es tan conocido como terrorífico, y por piedad no sigamos su camino más allá del pórtico dentado…

No, no me miren así, nunca he pasado por esos trances. Fui encargada para un cumpleaños de chavales y llegamos tarde, el repartidor, mis seis hermanas y yo. Ya habían comido tarta y estaban pinchando globos; nadie quiso pizza. El final se me confunde con imágenes de gaviotas y hormigas que todavía me quedan por asimilar cuando vuelva a mis citas con la psicóloga que se dio de baja maternal justo cuando llegamos a mis recuerdos del vertedero.

11 comentarios:

  1. Antes de comerme otra pizza pensaré en todas las peripecias aéreas y dentales por las que seguro ha pasado o evitado esa pobre masa. Esta historia me ha parecido increíble porque has empatizado con ese trozo de vida plagada de altibajos, nunca mejor dicho, y que, en el peor de los casos, se volverá transparente. Importantísimas las manos del amasador; tú lo has dicho.
    Se te da de maravilla la vida de las cosas y, sobre todo, me ha encantado conocer tus reencarnaciones narradas de una forma tan erudita y original.
    Un lujo leerte, Dorotea (qué imaginación la tuya)...
    PD: No sabía que se podían cubrir mentirijillas tirando de la masa, jajaj. Super logrado. Lo tendré en cuenta…
    besos con tomate, champiñones y queso.

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  2. jejejee...desde ahora comeré la pizza con algo de culpa!...pobre, no sabía que sufrían tanto! jejeje


    Buen inicio de semana!

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  3. ¡Qué ingenioso, Dorotea!Ya nada será lo mismo cuando vuelva a comer pizza. ¡Ah! Y me encantó lo del orgasmo aéreo.Jejeje.

    Gracias por arrancarme la primera sonrisa de este lunes.

    Miles de besos para ti.

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  4. Desde ahora conozco lo que siente una pizza al volar por un momento y sentir en tan breve tiempo la sensación de libertad, pero más te conozco a tí, en toda esta descripción que me resultó genial.
    Un fuerte abrazo amiga!!

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  5. Bueno, me parece que te contrataron de alguna cadena de hamburguesas para lograr que la gente lo piense dos veces antes de comer de pizza jajajaj!
    Conmigo casi, casi que lo lograste eh? Ayer con Pajarotti con comimos una de muzzarella y peperoni entre los dos, asi que llegaste tarde
    =S
    besos

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  6. Me he quedado completamente convencida de que en realidad en otra vida fuiste una Pizza, por que ¿de que otra forma puedes ponerte en el lugar de la masa con esa maestría?.
    Tu imaginación es prodigiosa.
    Un beso de Mar

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  7. TE DARE UL N0MBRE DE UN PSIC0L0G0 QUE ME TRAT0
    ERA MALISIM0
    SI ME QUED0 EL MUY CABR0N
    MEDI0 GILI..
    PER0 AUN ASI TE L0 DARE
    GUS CALLEJA M0RAN
    MEDI0 BES0

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  8. Pobre pizza, ¡qué existencia más triste!

    ¿Sabes Dorotea? me ha venido bien leer esto. Estoy haciendo una dieta draconiana y precisamente la pizza es la que siempre ha quebrado mi voluntad. Ahora recordaré lo que pueden sentir las pobres.

    Un abrazo

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  9. Amigos consumidores de pizza: No sufráis que en el fondo cada pizza quiere ser disfrutada, o sea, comida, con lo cual desaparece en el olvido del tiempo sin culpa de quien la coma. En mi caso fue -siempre según la psicóloga Luisa Artemisa Conejero (hermano de Emiliano para los que le conocimos en Madrid) - el final inconcluso y traumático lo que me hace recordar esas vivencias interpretadas a través de un filtro humano... ¡Nos vemos cualquier día en un restaurante italiano!
    Un beso pizzero.

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  10. Estoy convencida que has sido masa de pizza en otra vida; me alegro de conocerte en este momento, porque puedo disfrutar con tu compañia.

    Como siempre un abrazo grandote

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  11. Ya nunca será igual, cuando coma una margarita con doble ración de queso... ¡Ay, Dorotea, qué sería de este mundo sin la elasticidad de una suave masa de pizza!
    Propongo una concentración en la puerta de la pizzería y que lancemos al vuelo, al menos, una de estas margaritas.
    ¡Delicioso relato, Dorotea, felicidades!

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