Lazos de acá, raíces de allá, en medio el intento de fijar con palabras, pinturas y arcilla, impresiones y momentos para recordar y compartir.
miércoles, 28 de noviembre de 2018
LA MEJOR AÑADA
LA MEJOR AÑADA
De la sien del señorito brotó sangre, no mucha pero lo suficiente para gotear y mancharle camisa y chaqueta. Incrédulo, Don Julio se pasó la mano por el rostro, miró sus dedos, y con un gesto iracundo mandó a su capataz correr detrás del chaval del tirachinas.
Mientras, dos criados seguían volcando en la camioneta del dueño la uva que la familia del arrendatario había recogido. Esa familia, que ahora aguardaba en silencio, borradas sus sonrisas felices anteriores a la llegada del amo: la madre con los dos niños pequeños agarrados a su falda y el bebé en brazos; las chicas mayores de pie a su lado; y detrás, el padre que entre sus manos daba vueltas a la gorra y de pronto dio un paso adelante, carraspeó y dijo mirando al suelo:
-Le pido perdón, Don Julio. El chico no está bien. Apenas habla y ya tiene ocho años... No comprende que la cosecha es para usted.
Solo obtuvo la callada por respuesta. Y luego, un masticado "¡A la guardia civil va!"
Volvió el silencio matizado por el ir y venir de los criados y los golpes de la fusta con la que Don Julio maltrataba sus botas. Y no hubo más hasta que detrás de unos árboles sonó un disparo.
La madre rompió a llorar.
Unos minutos más tarde, todos tenían los ojos clavados en el capataz que venía hacia ellos. Traía al chico echado sobre su hombro como una pieza de caza, un cervato inmóvil, y así lo dejó en el suelo.
-¡Gervasio! ¿Qué...?
-Solo un tiro al aire, Señor, -le contestó el otro, -para que se parase. Pero se desmayó y sigue sin moverse.
La madre, arrodillada junto al niño, ya estaba besándole la cara, palpando brazos y piernas, espiando los primeros movimientos de sus párpados y tapándole la boca con su propia mano para que no soltara nada inoportuno como tantas otras veces.
En el carro de la familia quedaba la parte que pertenecía al arrendatario. Hermosos racimos azulados de la mejor cosecha desde los tiempos del abuelo que entre todos habían recogido con tanta ilusión esperando conseguir un buen precio en el mercado.
Don Julio apretó su pañuelo contra la herida, observó la mancha de sangre y lo tiró a la era.
-Voy a llamar a los verdes. Es un delincuente. Podría haberme matado.
Lentamente el padre levantó la cabeza y miró a Don Julio a los ojos. Ambos se acordaron de su infancia compartida, de cómo corrían por los prados y se bañaban en el río... siempre juntos pero con la insalvable distancia de las clases.
-¡Señor! -y muy bajito- ¿Juli?
Sin contestar, el otro le arreó un latigazo en la cara. Esta vez sí que brotó mucha sangre de una herida que dejaría una cicatriz imborrable.
-Llevaros toda la cosecha, -ordenó a los criados y montó en el coche que conducido por su capataz se alejó rápidamente por el camino de tierra. Al poco tiempo le siguió la camioneta con la cosecha de la viña.
Las hijas taparon la herida del padre con el paño de la merienda y pusieron a su hermano que se estaba reponiendo en el carro para llevarlo a casa. La madre andaba a su lado y quiso cogerle la mano pero él la retiró bruscamente.
-Si nos vuelve a robar, le mato.
Lo dijo la chica mayor que bien sabía lo que la pérdida de las uvas iba a significar para la familia.
Una historia de antaño que hizo sufrir a muchas familias, muy bien narrada con intriga y un final correcto y abierto. Abrazos
ResponderEliminarCuando estaba leyéndote sabes lo que me recordó la gran película " De los Santos Inocentes" has contado y muy bien como ha sido una época de los grandes Señoritos por desgracias bien podría ser cierta .
ResponderEliminarGracias por tu entrada , un abrazote y un gran día .
Coincido con Campirela: si Delibes viviera y leyera tu entrada, seguro que le gustaría.
ResponderEliminarA algunos le podría sonar tu relato a excesivo y rebuscado, pero yo que he conocido el trato a los vendimiadores en la Mancha, en los tiempos posteriores a la guerra, esa esclavitud posesiva, era en muchos casos una terrible realidad.
Gracias por tu entrada y un abrazo.
Que historia tan trágica, dura e injusta. El ajusticiamiento en la mano de quien ejerce el poder del dinero sin remordimiento mi culpa. Terrible. Un abrazo
ResponderEliminarSe me ha puesto el vello de punta leyendo el relato, porque esa ficción hubo tiempos que desgraciadamente fue una realidad, ojalá que no vuelvan esos tiempos.
ResponderEliminarTambién me ha hecho pensar en los santos inocentes, de Delibes. Lo malo es que los tiempos de señoritos y semi esclavo ha cambiado, pero no tanto como pensamos.
ResponderEliminarMuy bien llevado este texto. Preciosa textura. Un abrazo grande y feliz viernes
Coincido con los demas: me recordó a los santos inocentes. Conforme lo he leido me ha engrado una mala leche... Muy bueno el relato.
ResponderEliminarBss.
Terribles tiempos de señoritos y trabajadores esclavos, estar en manos de los amos de la tierra....han cambiado las cosas aunque a veces parece que no tanto. Muy bien relato amiga, gracias por participar, besos.
ResponderEliminarbuena historia, difíciles tiempos de señoritos y esclavos
ResponderEliminarUn relato duro
ResponderEliminarUn abrazo
Muy buen relato que crea impotencia ante las barbaridades e injusticias que se cometían…
ResponderEliminarUn placer leerte, Dorotea.
Bsoss, y feliz finde.